El D’A, como todo festival, es un viaje. Miras, te extasías con la parrilla de programación como si de un mapa geopolítico se tratase, anticipas la futura experiencia, sufres por los itinerarios que no podrás seguir, haces variaciones sobre una ruta trazada de modo provisorio y, finalmente, te zambulles en una experiencia que tiene trazos de conocimientos previos. Al otro lado de la pantalla encuentras viejos conocidos y, a este lado, a buenos amigos con los que se comparten filias y fobias. Se disfrutan grandes obras, conocidas o nuevas. Entre las primeras, hay que destacar la excelente, atrevida y original obra multicapas de Andres Goteira, Dhogs (2017), que sigue acaparando premios, de la que ya hablamos a raíz de su presentación en Sitges y de la que esperamos hablar de nuevo por estreno comercial. También dos obras comentadas del IFFR, el First Reformed de Paul Schrader (2017) y la inquietante comedia negra Tiempo compartido (2017) de Sebastian Hoffman.
… Pero en un viaje siempre haces nuevos amigos y de esos nos gustaría hablar.
Ava (Sadaf Foroughi, 2017), ¾ (Ilian Metev, 2017), Village Rockstars (Rima Das, 2017), A ciambra (Jonas Carpignano, 2017)
Comentaba la directora y amiga Anna Petrus su preocupación, su malestar, por la tendencia de numerosos/as jóvenes directore/as de desarrollar historias impregnadas de pesimismo, centradas en personajes tristes y sumidos en una añoranza impostada. Un comentario que me resultaba próximo a la sensación que yo mismo sentí tras algún visionado en el reciente American Film Fest. Cierto es que no está el panorama mundial para echar cohetes o que no podemos alejar la mirada de las desigualdades, que debemos mirar de frente a la depresión o a los conflictos familiares. Sin embargo, en determinadas ocasiones, la película se revela como la aplicación de una fórmula predeterminada y que se utiliza indistintamente a conflictos de pareja ante la crisis de los 40, jóvenes urbanitas solitarios y con amago de desequilibrio psicológico, familias numerosas hundidas en la pobreza o ancianos amenazados por el Alzheimer.
Es por todo ello que resultó tan agradable disfrutar de una serie de obras que se alejaban de esta fórmula aun tocando un tema tan propenso a la pornografía sentimental como es la infancia en problemas. Y, especialmente, porque el trabajo de todas ellas se reveló tan honesto y tan interesante, cada una con un estilo bien diferenciado. Totalmente alejadas de una visión formularia de la miseria y la represión, las cuatro películas, los cuatro directores/as, dejan bien claro que hay numerosas estrategias estéticas para contemplar la adolescencia sin encerrarse en un patrón predeterminado. Cuatro obras que pueden ser consideradas, desde ahora, como de referencia.
Tan distintos contextos como un instituto de Teherán, los arrozales de Assam, un apartamento en Sofia o un asentamiento gitano compartieron protagonistas infanto-juveniles y la pugna de todos ellos contra los adultos, contra la sociedad, contra la vida misma, para salir adelante, autónomos, libres en sus opciones… Así, la joven Ava se enfrentaba a la opresión representada por sus padres (represión materna, indiferencia paterna) como lo hacían Dhunu y los colegiales indios que jugueteaban a lo Tom Sawyer pese a las normas sociales y religiosas que pretenden marcarles un camino. Los hermanos protagonistas de ¾, por su parte, trataban de encontrar un sendero vital que les orientase en un contexto familiar algo disperso y Pio, en Ciambra, emulaba las “hazañas” delictivas de padres y hermanos, en contra de normas sociales, ajenas y propias. Más allá de la calidad intrínseca de cada obra, el mérito común radicaba, por una parte, en la modestia de todas y cada una de las propuestas, y, por otra, en su alejamiento de clichés de tristeza.
Foroughi exploraba en Ava mediante la diversidad de ángulos de cámara, una historia íntima, familiar, que era metáfora (tal vez involuntaria) de la realidad urbana iraní, dónde la opresión asfixia a todos por igual, pero especialmente a las mujeres y, más dolorosamente, a las más jóvenes. Ava comprende, demasiado pronto y demasiado tarde a la vez, que no puede confiar ni tan solo en su padre o su madre y que el sistema transforma a las mejores amigas en delatoras o enemigas… Ava, de este modo, se alejaba de la fórmula del cine sobre adolescentes (y para adolescentes) pese a contener una serie de puntos argumentales comunes: pareja de progenitores en crisis, ruptura con la “mejor amiga”, brote imparable del primer deseo sexual, enfrentamiento con los mandos escolares… El mérito está vinculado a una dirección que explora el conflicto (los silencios del padre más que los imperativos de la madre) con serenidad y a una interpretación que permite entender gran parte de las decisiones de una joven que se resiste a doblegarse ante un sistema que le impone normas y opciones Foroughi evita cerrar la historia con tono de derrota sino como el primer asalto de la que promete ser una vida de lucha feminista.
Rima Das, autora integral (directora, productora, guionista, fotógrafa y montadora) retrata en Village Rockstars a su propia familia en el entorno de la pobreza rural en la cuenca del Bramahputra. Frente a Ava, el bullicio generado por la joven Dhunu en pos de una guitarra puede parecer anecdótico. Sin embargo, el retrato de la juventud de Assam no sólo resulta creíble como lo pudiera ser el de Ava, sino que se antoja necesario, poniendo en su lugar los pequeños grandes deseos de los futuros dueños de una ínfima comunidad rural. No se ignora la muerte del padre, la miseria, el hambre o la plaga anual que el monzón representa. No obstante, todo ello se pone en su lugar, doloroso y palpable a diario, frente a la ilusión infantil, tan real y tan diaria como las penurias. El color vibrante, cálido y la imagen panorámica transmiten vitalidad y optimismo a una niña campesina y su pandilla pese a las limitaciones, en la vida real y en la producción cinematográfica. El deseo de Dhunu de tener una guitarra y formar una banda de rock es el mero macguffin para seguir la cotidianeidad y contemplar, con serenidad, el paso a la madurez de la joven protagonista que, pese a las dificultades, no renuncia a sus ilusiones. Rima Das, como Ilian Metev, cierra su obra con un plano tranquilo en un espacio abierto a la esperanza. Ninguna de ambas películas usa un formulismo y optan por representar, de uno u otro modo, la agitación interior y la efervescencia juvenil
¾, 3 presentes y 1 ausente. Metev nos regala una película tranquila y sobria, tan sencilla como Ava y como Village Rockstars, aunque con un registro absolutamente distinto. Basándose en una alternancia del ritmo narrativo, alternando travelling de personajes en movimiento por la calle o por escaleras y encuadres cerrados en pequeños apartamentos, el director búlgaro construye otra pequeña joya. Mucho más alejada de la narración convencional que las otras películas citadas, ¾ recoge momentos íntimos de duda, rabia y felicidad de dos hermanos. Ella, una joven cuyos estudios de piano le pueden permitir una estancia en Alemania. El, un preadolescente que siente cómo la ausencia materna les deja varados junto a un padre que parece totalmente desubicado. Como en Village Rockstars, poco sucede realmente durante la cinta y las elipsis constantes evitan las escenas que pudieran revelar algún clímax. Metev consigue evidenciar que la vida transcurre, pese a todo, sin estridencias, recoge (con ayuda de buenos actores) la sensación de amor fraternal (esa relación amor-odio con la hermana mayor) y lo deja expandir en un final abierto en sentido literal, “liberando” a sus tres protagonistas en una salida conjunta a la naturaleza, lejos de los encuadres limitados en los que se les encerraba.
En cuanto a Pio, protagonista de A ciambra, sería en cierto modo el reverso oscuro de Ava, de Dhunu y de los dos hermanos búlgaros. Mejor no encontrarse con él. Pio vive en una pequeña comunidad gitana, en un clan dedicado a robos de vehículos, robo de cobre y algunos robos a domicilio. Su referente es su hermano Cosimo y el referente de Carpignano es, precisamente, uno de los productores de la película, el amigo Marty. Con Uno de los nuestros (Goodfellas, M. Scorsese, 1990) en mente, pero con un estilo visual más vinculado al documental que al thriller americano, se construye una obra que reelabora la historia del adolescente frente al primer rito de paso de la delincuencia. Ante la oportunidad de ejercer como capo familiar a raíz de la detención de hermano y tíos, Pio decide demostrar a las mujeres de la casa que él puede conseguir dinero para el clan. Su inocencia frente a las chicas, su torpeza en el flirteo, su sincera amistad con Ayiva, su amigo africano, e incluso su torpe intento de dar el gran golpe (que dará lugar a un giro inesperado) revelan en él otro personaje bullicioso, como Dhunu, y privado de su destino por el contexto en que nació, como sería el caso de Ava. Carpignano, en una cinta que es tan tensa como auténtica (al igual que lo son Ava, Village Rockstars y ¾) es tan capaz de retratar la miseria del asentamiento romaní como la evolución del niño hacia el joven, siendo el rito de paso el destino inevitable en la vida de Pio y al que antes o después tenía que llegar. Pio, a diferencia de los personajes anteriores, acaba en la obra de Carpignano con cierta victoria pírrica, con el reconocimiento de su comunidad, con la consecución de su deseo. Pero este supuesto triunfo implica, para él, la negación y la traición a su mejor amigo. Atrás queda la secuencia en que es coreado por la comunidad negra y se siente un héroe. Ya nunca podrá volver al asentamiento rival ni a vivir un momento semejante. Aun así, el director no le presenta como un personaje trágico u oscuro sino como un joven que asume con satisfacción su incorporación al mundo adulto, a través de una decisión tomada por su cuenta.