El viaje interior a infinitos destinos
A menudo, me gusta pensar en los festivales de cine como pequeños viajes. Viajes que nos sacan de nuestras aceleradas rutinas cotidianas y durante algunos días nos transportan a otros lugares. En dichos lugares descubrimos que existen otras cinematografías, otros modos de hacer, otros modos de mirar y sentir. A menudo, me gusta pensar en los festivales de cine como viajes que nos ofrecen la oportunidad de descubrir cineastas de gran valía cuya obra se sitúa en los márgenes de la industria del cine y tiene por desgracia escasa visibilidad. Viajes que rompen la monotonía de las carteleras cinematográficas saturadas de blockbusters estadounidenses y repetitivas sagas descafeinadas. Viajes que nos ayudan a darnos cuenta de que el cine es mucho más de lo que podría parecer a primera vista. L’Alternativa es, sin duda alguna, uno de esos viajes. Lo ha sido durante 25 años y esperamos que lo sea durante muchos años más. Porque gracias a ella, este 2018 hemos tenido la oportunidad de escuchar a gente como el crítico Mark Cousins, la videoartista María Cañas o el cineasta Boris Lehman, ver algunas de las películas más interesantes del panorama independiente tanto español como internacional o asistir a un seminario sobre el montaje cinematográfico entre otras muchas actividades. Porque, lejos de situarse entre la avalancha de festivales que se limitan a proyectar películas sin previsión de distribución, L’Alternativa es, no tan solo una ventana para el cine independiente, sino un punto de encuentro y un momento de reflexión en torno a los distintos modos de ver y hacer cine.
Muchos son los posibles recorridos que se podrían haber establecido dentro de un festival que dura una semana (del 12 al 18 de noviembre) y tiene lugar en varias sedes (CCCB, Filmoteca, Zumzeig…), y este es tan solo uno de ellos, delimitado exclusivamente por circunstancias y preferencias personales. Podría haber sido totalmente distinto, por supuesto, pero esa indiscutible posibilidad es la que demuestra la riqueza y pluralidad del cine independiente del siglo XXI.
Tras unas jornadas previas a la inauguración y el estreno en Cataluña de la nueva película de Isaki Lacuesta, los asistentes al festival tuvieron (tuvimos) la oportunidad de asistir a la presentación de Historia y arte de la mirada, el nuevo libro del director de cine, programador y crítico cinematográfico Mark Cousins, conocido sobre todo por The Story of Film: An Odyssey, una serie documental sobre la historia del cine en 15 capítulos dirigida y narrada por él mismo. Más que una presentación al uso de un libro sobre cine, la sesión en la Sala Mirador del CCCB fue una masterclass, un recorrido subjetivo y sensorial por el amplísimo imaginario cinematográfico del crítico irlandés, un análisis del papel de la mirada en nuestra vida y nuestra sociedad. Con pasmosa naturalidad, Cousins es capaz de intercalar la narración de su visita a Barcelona con imágenes del cine de Chantal Akerman o Ingmar Bergman, las performances de Marina Abramović, los cuadros de El Bosco o el pabellón alemán de Mies Van der Rohe para la Exposición Internacional de Barcelona de 1929; mostrando una mirada plural y estableciendo continuamente nexos entre el cine y las artes plásticas, la literatura o la arquitectura.
Dichos nexos entre las distintas artes han sido afianzados también mediante algunas de las películas más interesantes vistas en el festival. Filmes como Oscuro y Lucientes (Samuel Alarcón, 2018), Teatro de Guerra (Lola Arias, 2018) o In Praise of Nothing (Boris Mitic, 2017) se han acercado de distintos modos a la pintura, a las artes escénicas, a la música y a la poesía, demostrando que el cine no es tan solo el séptimo arte sino que también puede ser la confluencia de todas las artes que, de modo tan inútil como pertinaz, nos empeñamos en clasificar en compartimentos estancos.
En Oscuro y lucientes, el cineasta Samuel Alarcón realiza un serpenteante recorrido para investigar el misterioso paradero del cráneo de Francisco de Goya y Lucientes, urdiendo hábilmente la trama de un documental de suspense en el que la hipnótica y profunda voz de su narrador, Feodor Atkine, nos traslada al pasado mediante el uso de algunas imágenes del presente. Con ligeras dosis de sutil ironía, el Macguffin utilizado por Alarcón le sirve en realidad para realizar una reflexión sobre la historia (tanto la historia del arte como la historia en general) y sobre cómo la, a menudo inexacta reconstrucción de un pasado, puede acabar condicionando nuestro momento presente.
También la reconstrucción de la historia es el eje central sobre el que se estructura Teatro de Guerra, la opera prima de la escritora, actriz, performer y directora teatral argentina Lola Arias, que debuta en el largometraje con una reflexión universal sobre la guerra y cómo esta afecta a los individuos que la viven en primera persona. Teatro de Guerra es en realidad parte de un proyecto más amplio que Arias ha estado realizando durante los últimos años y que aborda de manera multidisciplinar el enfrentamiento que hubo entre argentinos y británicos en las Islas Malvinas en el año 1982. Una guerra que terminó con la victoria británica y la muerte de aproximadamente un millar de personas. Para realizar Teatro de Guerra, Arias realizó audiciones en busca de los que serían los seis protagonistas de la película (auténticos veteranos de guerra de ambos bandos) y reconstruyó distintos escenarios en los que escenificar los recuerdos de los excombatientes, proponiendo una aproximación personal y experimental (más cercana a los códigos del videoarte que a los cinematográficos) a las causas y consecuencias de los enfrentamientos bélicos; una arriesgada obra que oscila entre el documental y la ficción, entre la guionización y la sensación de improvisación, entre lo personal y lo universal, entre la construcción y la reconstrucción.
Pero una de las más agradables sorpresas del festival fue sin duda la película de clausura, un inclasificable, insólito y singular… ¿documental? de Boris Mitic. En In Praise of Nothing, la voz de Iggy Pop narra en verso las aventuras de la nada, que emprende un viaje de tintes situacionistas a través de los cinco continentes en busca de no se sabe muy bien qué (¿tal vez en busca de sí misma?). Una nada cuyas reflexiones, tan irónicas como profundas, provocan en el espectador una inevitable empatía, sin que el hecho de estar realizadas en verso resulte en absoluto una dificultad añadida. Una nada que nos enfrenta con sus sabias palabras a nuestras mayores contradicciones e incongruencias, a los monstruos que se esconden dentro de nuestros armarios y debajo de nuestras alfombras. De este modo, Boris Mitic logra un reto que parecía imposible: realizar con éxito un poético documental sobre nada que, a su vez, es capaz de abordarlo todo.
Podría, como he dicho al principio de este texto, haber hablado de otras cosas, haber elegido otro recorrido distinto. Podría haber hablado de la interesante charla sobre propiedad intelectual y apropiacionismo que mantuvieron María Cañas —la archivera de Sevilla— y la abogada experta en derechos de imagen María Teixidor. Podría haber hablado de la inabarcable obra de Boris Lehman, de los premios otorgados por los distintos jurados, de los pases especiales de películas de denuncia tan contundentes y necesarias como El silencio de otros, Comandante Arian o Idrissa, crónica de una muerte cualquiera. Podría haber hablado del sexto encuentro Mentoring Projects, que ayuda a cineastas emergentes a encontrar modos de producción y distribución de sus proyectos. O de los talleres infantiles de montaje cinematográfico. Podría haber hablado de todas estas cosas o de muchas otras. Porque todas, de uno u otro modo, forman parte de ese viaje que es L’Alternativa. Un viaje que esperamos poder repetir el año que viene. Un viaje que siempre cambia y en el que siempre podremos aprender algo nuevo.