Glass, de M. Night Shyamalan

The Prestige

Todo efecto mágico consta de tres partes o actos. La primera parte, es la presentación: el mago muestra algo ordinario, una baraja de cartas, un pájaro o una persona. El mago lo exhibe, os puede invitar a que lo examinéis, para que veáis que no hay nada raro. Todo es normal. Pero claro, probablemente no sea así. El segundo acto es la actuación: el mago, con eso que era ordinario, consigue hacer algo extraordinario. Entonces intentareis descubrir el truco, pero no lo conseguiréis, porque en el fondo, no queréis saber cuál es. Lo que queréis es que os engañen. Pero todavía no aplaudiréis. Que hagan desaparecer algo no es suficiente, tienen que hacerlo reaparecer. Por eso, todo efecto mágico consta de un tercer acto, la parte más complicada de este acto, es el prestigio.

El truco final (The Prestige, C. Nolan, 2006)

Durante el Festival de Sitges, se pudieron disfrutar los primeros veinte minutos de Glass. En ella Shyamalan, encantador de serpientes, continúa con el personaje de Múltiple (Split, M. Night Shyamalan, 2016), un psicópata que encarna la Horda: 24 personalidades distintas que van de la inocencia de Kevin Wendell Crumb, un niño travieso, a la brutalidad sobrehumana de La Bestia, un ser sediento de sangre de fuerza sobrehumana y capaz de caminar por techos y paredes. Pero, por otro lado, incrementa el atractivo de la propuesta, con el enfrentamiento de la Horda y los recuperados David Dunn y Elijah Price, protagonista y antagonista de El protegido (Unbreakable, M. Night Shyamalan, 2000), algo que se insinuaba en el desenlace de Múltiple. Tras el visionado, Shyamalan, un personaje realmente encantador, nos comentó cómo Unbreakable era una película oscura, con amplias referencias a los cómics, que había tenido una recepción de público discreta, tal vez por haber sido producida en un momento en que la asimilación de las novelas gráficas al cine aún no estaba de moda. Muy reivindicada por parte de la crítica y un grupo de fans, Shyamalan valoró durante años el rescate de los personajes principales tanto por la insistencia de Samuel L. Jackson como por la gran consideración del público actual hacia los superhéroes.  Así, tras un intervalo prácticamente de 10 años, entre El incidente (The Happening, 2008) y La visita (The Visit, 2015), durante el cual se ha dedicado a producir —en contraste con las anodinas The Last Airbender (2010) o After Earth (2013), ambas dirigidas por él, produjo la muy estimable Devil (John Erick Dowdle, 2010)— o realizar obras juveniles de muy poco interés, Shyamalan recupera el género de terror y, finalmente, recupera a sus personajes (en el diálogo mantenido tras el visionado en Sitges, el director daba a entender que su situación familiar con hijas de corta edad le llevó a elaborar películas infantiles, recuperando el gusto por el terror al poder compartir este género con ellas, una vez ya eran adolescentes).

Pese al indiscutible interés y a la estrategia comercial de la distribuidora, puede que Glass no encuentre el éxito buscado. La obra de Shyamalan, pensada sin duda con mucha atención, realizada con medios pero con hálito de serie B, es una propuesta más compleja de lo que aparenta y no se orienta en absoluto a un público que espera ver las set pieces, los efectos digitales y las batallas apocalípticas de Marvel o DC. Glass arranca con una suerte de primer acto introductorio, un prólogo de 20 minutos (el que se avanzó en Sitges) en el que vemos como David Dunn sigue patrullando las calles desfaciendo entuertos, recurriendo a sus habilidades especiales: una fuerza sobrehumana y la capacidad de identificar delincuentes al rozarles por la calle. En este tramo de la cinta Shyamalan luce brío narrativo, un uso inteligente del encuadre y del off visual, para describir la cotidianeidad de Dunn (ayudado por su hijo) y su enfrentamiento con la Bestia. Son veinte minutos potentes que prometen una lucha larga y emocionante.

Sin embargo, a continuación, el director nos sorprende con un giro inesperado. La Bestia y Dunn son detenidos y confinados en un solitario manicomio, controlados por una misteriosa psiquiatra. No tardaremos en ver que comparten alojamiento con un viejo conocido, Elijah Prince, el hombre de los huesos de cristal y antagonista de Dunn en El protegido. Inevitablemente, nos planteamos un enfrentamiento entre los tres y el autor juega con nuestras expectativas, balanceando a los personajes entre un enfrentamiento por equipos o un definitivo combate total, todos contra todos. No obstante, Shyamalan director cambia el registro visual y nos marca, en este espacio cerrado, una narración de cámara, a ritmo lento y con planos cortos. Shyamalan planea a los protagonistas y al espectador una reflexión. Contrapone la ilusión (individual o colectiva) por la existencia del superhéroe a la realidad científica que plantea a los tres personajes como enfermos delirantes que se creen (y hacen creer) sus falsos superpoderes. Shyamalan mide los planos y el metraje con la ayuda del hieratismo de Willis y, en este tramo de la película, la contención de los otros personajes. Simultáneamente limita hasta el punto del esquematismo la actuación de los secundarios, vigilantes del centro o acólitos de los héroes (el hijo de Dunn, la madre de Elijah o Casey, la víctima salvada de Múltiple). Shyamalan, demiurgo, marca el papel de todos ellos, a la vez referentes clave de los protagonistas y testigos de la historia. El interés de la propuesta se va haciendo mayor conforme avanza la película, tanto por la incertidumbre del desenlace como por la ausencia de peleas o efectos especiales. Llegará, finalmente, la fuga y el masterplan. La aparente confirmación de los poderes sobrehumanos. De la enorme inteligencia de Elijah, de la fuerza de Dunn y de la existencia de la Horda. Los personajes huyen por los pasillos de la institución en unas secuencias más simples que escuetas para, finalmente, enfrentarse entre sí en los jardines.

Si establecemos paralelismo con los trucos de magia a los que Cutter (Michael Caine) se refiere en la cita que encabeza este texto, ahora nos quedará claro que estamos en el tercer acto, en la fase de prestige. Shyamalan nos ha mostrado algo ordinario, la lucha entre la encarnación del bien y del mal, mediante personajes de poderes extraordinarios, en los primeros 20 minutos. A continuación, ha desplegado el segundo acto, en el que los “héroes“ se enfrentan con un nuevo personaje y marcan un reto que incluye la fuga, la lucha y el enfrentamiento final (como cita el propio Elijah), a las puertas de un apocalipsis, como toda aventura de superhéroes tiene por norma, como esperábamos. Un segundo acto que, aunque clásico en su género, considerándolo se antoja insuficiente, poco espectacular.

Sin embargo, no estamos en una película de superhéroes sino en una película sobre súperhéroes.  Sobre los superhéroes y su difícil integración en la sociedad, en el rechazo que ésta manifiesta hacia ellos, pese a la defensa que hacen de la misma, en su ansia de controlarlos más que de asimilarlos, de reprimirlos antes que colaborar o tan siquiera convivir con ellos. De anularlos. Es una reflexión central en películas tan diversas como la saga de X-Men (que Marvel desarrolló entre 2000 y 2016 con numerosos spin off), Increíbles (Incredibles, Brad Bird, 2004) e Increibles 2 (Incredibles 2, Brad Bird, 2018), El caballero oscuro (The Dark Knight, Christopher Nolan, 2008), Capitán América: Civil War (Captain America: Civil War, Joe y Anthony Russo, 2016) o, sobre todo, en la seminal obra de Alan Moore y Dave Gibbons  y su versión cinematográfica, Watchmen (íd., Zack Snyder, 2009) (me permito alargar el comentario a pie de página para evitar incluir comentario con spoiler en el texto) [1]. Además, simultáneamente, Glass es una obra sobre cómo el cine adapta los cómics, las novelas gráficas, de personajes con superpoderes. Y ahora Shyamalan despliega para el espectador el truco final, el prestige. Elijah describe la situación en términos de metalenguaje, más para sí mismo que para los demás. De hecho, para el espectador. Habla de lucha, de venganza, de triunfo o de derrota, como refiere en numerosos cómics el super malvado. Pero lo hace como el lector o el espectador, asiduo al género, que avanza la viñeta o la escena que vendrá a continuación. Disfruta y comenta, con lenguaje cinematográfico, la aparición de los tres acólitos que tendrán, respectivamente, un papel clave en la escena y en la resolución final. Y goza del giro argumental que aparece en el transcurso de la lucha. Elijah es, pues, la representación demiúrgica del director, ofreciendo al espectador una visión, y una posibilidad de análisis de la película, completamente distinto al que podíamos tener durante los dos actos previos.

A partir de ahí Glass se aproxima a la conclusión como una elegía al cómic y a la par como una reivindicación de su vigencia. Cierto es que visual y narrativamente, hay un doble final que padece demasiada simpleza y un exceso de subrayado; pero el contraste entre el fracaso aparente de Elijah y su posterior reivindicación, con la derrota póstuma de la misteriosa organización, más racional que científica, son un canto a la fantasía en cualquier medio.

[1] (ATENCION SPOILER) La opción que se toma en Glass es absolutamente radical. Pese al intento pseudo científico, hay afición a la resolución por fuerza bruta en las organizaciones más científicas, próximas a la administración.  El súbito y triste final de Elijah, machacado literalmente y aplastado interiormente en el suelo, el de la Horda, llorando asustado/a ante la muerte o el del vigilante, ahogado en un simple charco de agua en medio de la calle son, a la par que imágenes muy potentes, son opciones mucho más próximas a Watchmen que a cualquiera de las otras obras. Aunque el comentario de un fan en la tienda de cómics o la secuencia final traten de revertirlo, tienen poca fuerza visual como para que Glass no nos deje un sabor de boca amargo.