Esperando a Carlo Chatrian
Era ésta la última edición de la Berlinale bajo la dirección de Dieter Kosslick tras casi dos décadas al frente de la misma. Un año de transición, pues, que se ha visto reflejado en una selección de títulos a competición poco inspiradora y que culmina una cierta deriva del festival, perdiendo relevancia mediática y artística en su escaparate principal. Será trabajo de Carlo Chatrian reconducir la situación tras su brillante paso por el festival de Locarno, con la gran incógnita del grado de audacia que quiera o pueda aplicar a un festival de estas dimensiones. De todas formas, sin la obligación de cubrir exhaustivamente la sección oficial, el escogido muestreo en la misma ha resultado más que satisfactorio, con obras estimables como las de Denis Côté o Wang Qua’an, cuando no decididamente notables, como las firmadas por Nadav Lapid, a la postre Oso de Oro, Angela Schanelec, Oso de Plata a la mejor dirección y mi personal favorita de la competición, y Wang Xioshuai, cuya So Long, My Son emergía con fuerza en la última jornada para llevarse sendos premios de interpretación.
La muerte de un hijo desencadena el mecanismo argumental de este drama que se abre a tres décadas de historia familiar y de la propia China, a través de una narración no lineal que se va expandiendo a la experiencia trágica del matrimonio protagonista sin caer en recursos efectistas de guion. La política oficial de un solo hijo sella la amargura de esta pareja, y en general las implacables políticas gubernamentales pesan sobre todo el relato, poco complaciente con las autoridades. Es cierto que se muestra el desarrollo del país y la mejora en el nivel de vida de la gente, pero como ya es habitual en el cine de autor chino, se insinúa la limitada preocupación por el ser humano individual ante el brutal desarrollismo en el que se ha embarcado el país. Es más, resulta tentador trazar un juego alegórico entre el hijo muerto, el amigo que le suplanta y termina triunfando como médico, y un país que ha adoptado el sistema capitalista con éxito y sin mirar atrás, borrando los vestigios del pasado más allá de unos símbolos socialistas que van perdiendo significado, elementos más bien de memorabilia emocional (además de representar la autoridad, claro). En todo caso, Wang maneja el drama con excelente temple, manteniendo la distancia y el respeto por sus personajes. La puesta en escena es elegante sin resultar envarada, puede recurrir el gran plano general o al largo plano fijo, como a la imagen cámara en mano siguiendo a algún personaje, siempre con sentido de la oportunidad. Podemos considerarla, en definitiva, una puesta al día del drama clásico en el cual supura el dolor de la paternidad/maternidad perdida.
Afortunadamente, a pesar del poco número de títulos a priori atractivos en competición, el resto de secciones de la inabarcable programación berlinesa proporcionaban sobrados elementos de interés, y aquí tengo que insistir de nuevo en el enorme acierto y pertinencia de la Restrospectiva dedicada a las directoras alemanas, fuente de regocijo cinéfilo, jugosos descubrimientos y reencuentro con el celuloide. Hablamos de obras en general realizadas en los márgenes de la industria, muchas de ellas documentales o con bastantes elementos de no-ficción, films que se abren a la realidad circundante para sortear la escasez de medios y que proporcionan el imprescindible punto de vista de la mujer en una sociedad dominada por la mirada masculina.
De lo visto en los últimos días del festival destacaba Peppermint Frieden de Marianne Rosenbaum, una obra realizada exclusivamente desde la óptica infantil de una niña que pasa por el trance de la guerra y la posguerra. Su percepción de los acontecimientos que suceden, de las palabras dichas a media voz por los adultos, de los tabúes y del adoctrinamiento religioso, van moldeando un relato subjetivo progresivamente delirante. El film rezuma espíritu lúdico al tiempo que lanza sus cargas de profundidad contra la sociedad alemana. Rodado en blanco y negro, con un estilo libérrimo que busca ponerse a la altura de su joven protagonista, el color hace acto de presencia en un puñado de secuencias oníricas que dan rienda suelta a los miedos de la pequeña, todo parte de una gran ceremonia de la confusión que nos coloca ante un escenario de represión psicológica.
La cuestión de la culpa sin purgar tras la barbarie nazi, que subyace bajo las imágenes de Rosenbaum, se mostraba de manera quizás más explícita en Etwas tut weh de Recha Jungmann, como un telón de fondo no resuelto sobre la responsabilidad común. Una casa abandonada y ruinosa es el escenario significante de esta obra que explora el pasado de sus ocupantes, antepasados de la directora, cuyos destinos fueron condicionados por la coyuntura hitleriana. Allí Jungmann propone un juego a través de tres personajes femeninos, quizás el mismo en diferentes estadios vitales, que exploran el lugar y los alrededores, como si fueran fantasmas muy materiales, capturados por la cámara con una preciosa fotografía en 16mm en la que destacan la intensidad de los rojos y los verdes. Es posible que la fusión entre este fascinante marco físico y los testimonios de vecinos coetáneos de los fallecidos ancestros no siempre resulte en una obra todo lo orgánica y fluida que sería deseable, pero en su imperfección hay sobradas trazas de belleza.
Tambien la belleza de la captura documental, del espacio físico, predomina en las imágenes de Die Reise nach Lyon. Claudia von Alemann nos llevaba de la mano de una mujer que trata de seguir los pasos transitados por Flora Tristán cuando a mediados del siglo XIX hizo parada en Lyon para hacer proselitismo de su mensaje obrero y feminista antes de fallecer. La ciudad se convierte así tanto en marco evocador de otro tiempo como en testimonio físico de cambio y mutación. Hay una fijación de Alemann por los espacios vacíos, abandonados, por la decrepitud urbana retratada a base de colores neutros; un sentimiento de ausencia que apunta quizás a la agonía de la lucha de clases en el mundo moderno. La propia protagonista parece encontrarse en una encrucijada vital tras dejar a su marido e hija para emprender este viaje, en lo que podemos entender como un replanteamiento de su rol como mujer en su relación de pareja. En todo caso, cuanto más abstracta se pone la película tanta mayor capacidad hipnótica ofrece.
Top Berlinale
Como colofón a esta cobertura del festival, dejamos un ranking de nuestros títulos favoritos vistos durante estos días en Berlín, asumiendo la relativa arbitrariedad y el indudable reduccionismo del mismo:
Xavier Montoriol:
01. Sátántangó (Béla Tarr, 1994) – FORUM
02. Rebels of the Neon God (Tsai Ming-liang, 1992) – PANORAMA 40
03. A Portuguesa (Rita Azevedo Gomes, 2018) – FORUM
04. Das Glück meiner Schwester (Angela Schanelec, 1995) – RETROSPECTIVA
05. Ich war zuhause, aber… (Angela Schanelec, 2019) – COMPETICIÓN
06. So Long, My Son (Wang Xiaoshuai, 2019) – COMPETICIÓN
07. Zur Sache, Schätzchen (May Spils, 1968) – RETROSPECTIVA
08. A Russian Youth (Alexander Zolotukhin, 2019) – FORUM
09. Ne croyez surtout pas que je hurle (Frank Beauvais, 2019) – FORUM
10. Synonymes (Nadav Lapid, 2019) – COMPETICIÓN
Luis Fernández:
01. A Portuguesa (Rita Azevedo Gomes, 2018) – FORUM
02. Die Allseitig reduzierte Persönlichkeit – Redupers (Helke Sander 1978) – RETROSPECTIVA
03. Von wegen Schicksal (Helda Reidemeister, 1979) – RETROSPECTIVA
04. Ich war zuhause, aber… (Angela Schanelec, 2019) – COMPETICIÓN
05. Tue recht und scheue niemand (Jutta Brückner, 1975) – RETROSPECTIVA
06. Verriegelte Zeit (Sibylle Schönemann, 1991) – RETROSPECTIVA
07. Heim (Angelika Andrees & Petra Tschörtner, 1978) – RETROSPECTIVA
08. So Long, My Son (Wang Xiaoshuai, 2019) – COMPETICIÓN
09. Peppermint Frieden (Marianne Rosenbaum, 1983) – RETROSPECTIVA
10. Synonymes (Nadav Lapid, 2019) – COMPETICIÓN