Emancipación
Según pasan los días se hace más evidente que la Retrospectiva dedicada a directoras alemanas es uno de los grandes aciertos de esta edición de la Berlinale tan descafeinada en su escaparate principal. Por supuesto, la perspectiva de género es predominante en estas cintas. Die allseitig reduzierte Persönlichkeit – Redupers, glosada en nuestra segunda crónica, ya partía de la premisa de una madre soltera, liberada del yugo masculino en primera instancia, pero no dejaba de ser otra fuente de presión que Helke Sander mantenía más bien soterrada en el film.
Pero ésta explota en Von wegen Schicksal, donde Helga Reidemeister traza un demoledor retrato de una familia que desnuda sus miserias ante la cámara. El personaje central es una madura mujer divorciada, madre de cuatro hijos. Sus relaciones familiares han sido un fracaso, transformando en violencia lo que debiera haber sido diálogo y amor. Su propia infancia, privada de una ración normal de afecto, se antoja crucial en su manera de ser, pero según avanza el film va quedando más claro el problema medular para la estabilidad de esa estructura familiar: su inconformismo ante el clásico rol de mujer, madre y esposa. Es por tanto una historia de emancipación llena de frustraciones, con momentos brutales que ponen de manifiesto toda la carga emocional acumulada, en una terapia de familia que saca las miserias de sus miembros a paseo. Reidemeister tiende al primer plano, a la exploración íntima de los sentimientos de sus confesantes, al tiempo que genera un fantástico movimiento de contraplano, bien dentro de la misma escena con sutiles y oportunos movimientos de cámara, bien contraponiendo escenas diferentes, de manera que sintamos todo el efecto de las palabras.
Por su parte, Jutta Brücker afrontaba de manera aún más acusada otro relato de emancipación con Tue recht und scheue niemand, el que nos ofrece en off la madre de la directora, cuyo arco temporal abarca unas cuantas décadas de su historia personal y familiar. El trauma de la muerte del padre desencadena una juventud de penurias económicas desde una mentalidad pequeñoburguesa que exigía mantener las apariencias, y de ahí una estricta rutina que eliminaba cualquier perspectiva para el análisis de la situación personal dentro del contexto político y social. Pero ese contexto es insoslayable, y de hecho la película también es, inevitablemente, un relato de la historia alemana desde entreguerras hasta los años setenta. El periplo personal se hace comunal gracias al dispositivo estético: toda la película está montada a base de fotografías, la mayor parte tomadas a gentes anónimas por August Sander en su proyecto Menschen des 20. Jahrhunderts. El tramo final sin embargo individualiza el foco visual en la protagonista, perdiendo así resonancia y el poder de seducción estético de las instantáneas de Sander, pero ganando en significación: la toma de conciencia, que se materializa en los últimos años, es individual, un recorrido que todavía le faltaba por transitar (¿le sigue faltando?) a buena parte de la nación.
Enigmas
Otra madre es la protagonista de la última y aparentemente hermética cinta de Angela Schanelec. Ich war zuhause, aber… indaga en su crisis tras la reciente pérdida de su marido y tras el regreso a casa de su hijo adolescente después de una semana escapado. Es una mujer que ha perdido el control de su vida, de las situaciones, de sus emociones, y que termina hablando por boca de su frustración. El hijo ensaya en la escuela una representación de Hamlet; ¿nos sugiere que quizás alguna responsabilidad mal dirimida en la muerte del padre pesa sobre la familia? ¿O tiene algo que ver con esa acalorada conversación que mantiene la madre con un director de cine sobre su estrategia de mezclar interpretación profesional con el registro documental en una escena entre un actor profesional y una persona moribunda? Más allá del interés teorizante de la discusión, entendemos el dolor que ella ha podido sentir al proyectar la muerte de su marido sobre esas imágenes que ni siquiera ha podido terminar de ver. Por otro lado, la inercia nos impulsa a interpretar simbólicamente las escenas de unos animales en la apertura y el cierre: ¿qué sentido tienen? ¿es el burro la madre y el perro el hijo? Schanelec va apilando situaciones enigmáticas dentro de una obra elíptica sin ofrecer muchas pistas sobre un sentido totalizador. Resultaría fácil frustrarse, pero lo cierto es que la belleza, la precisión, la tensión de sus encuadres estimulan su cualidad más misteriosa, que late como en la propia vida real, cuyos mecanismos no siempre alcanzamos a entender, mucho menos su sentido último.
Igualmente, el cine de Nadav Lapid se va haciendo progresivamente desconcertante según abunda en la incomodidad que manifiestamente siente respecto a la situación de su país. En Synonymes nos presenta de mano a un joven que llega a París aparentemente huyendo de Israel, de un estado al que no le ahorra epítetos negativos. Sin embargo, todo los que le va sucediendo, barnizado de un matiz cómico e irreal, juega al despiste de sus intenciones reales. ¿Es en realidad esa suerte de refugiado intelectual? ¿Puede ser un agente de incógnito? ¿Un terrorista? ¿Un loco? Lo que queda meridiana es la crítica al nacionalismo, a la simbología e ideología oficial que pretende la uniformización del individuo dentro de un mundo progresivamente multiforme y multicultural en el cual las certidumbres se tambalean como esos planos nerviosos e hiperrealistas de las calles de París. La puesta en escena se abalanza por momentos sobre los personajes y parece rehuir una perspectiva más global, quizás abrazando la subjetividad como única forma de percepción auténtica de nuestra realidad.
Burocracia
Si de incomodidad con el propio país hablamos, podemos volver sobre la Retrospectiva, donde la realizadora Sibylle Schönemann regresaba tras la caída del Muro de Berlín a la prisión en la cual estuvo internada durante varios meses a raíz de solicitar permiso para emigrar al Oeste. Verriegelte Zeit explora los espacios, recupera gestos del cautiverio, y sobretodo, trata de confrontar a algunos de los responsables ejecutores de su condena. La influencia de Shoah parece clara aquí. Schönemann encuentra el punto preciso y ajustado en sus inquiciones, no hay agresividad, no se trata de extraer una confesión a toda costa, porque esa confesión transpira por la incomodidad de sus interlocutores, por la elocuencia de su lenguaje corporal. En realidad todo el film muestra un admirable tacto en su desarrollo y sirve como serena denuncia de todo un sistema opresivo, criminal en realidad, cuya responsabilidad ha quedado impune en aras de una reconciliación nacional, de una transición fluida. Porque en cualquier caso, la responsabilidad última aducida es siempre la misma, el sistema, la burocracia, de la cual todos eran obedientes funcionarios.
Burócrata es también la protagonista del último film de Gabriel Mascaro, Divino amor, una mujer cuyo interés humano por sus semejantes precisamente supone un obstáculo en su trabajo. Estamos en un futuro cercano pseudo-distópico, del que tampoco conocemos muchos detalles, pero en el que parece haberse impuesto una nueva forma de puritanismo religioso. Su deseo de tener un bebé, que incluso hace temblar los cimientos de su poderosa fe, se ve cumplido cual don divino. Y claro, la incapacidad de esa sociedad para aceptar y procesar aquello que predica deja al descubierto la hipocresía de todo el tinglado, de unos mecanismos diseñados en el fondo para controlar al individuo. No estamos lejos de Benilde ou a Virgem Mãe, film de Manoel de Oliveira ambientado durante la dictadura de Salazar y que tenía una premisa argumental muy similar (aunque las profilácticas imágenes de Mascaro se quedan lejos de la hondura emocional del maestro portugués). Regresamos así a la cuestión de la maternidad, como leitmotiv importante de esta Berlinale, como situación a controlar por el poder autoritario, aquí un Brasil ficcionado que evoca la deriva de su convulso escenario actual, otra realidad política por la que sentir inquietud.