Transgresión
The Miseducation of Cameron Post (Desiree Akhavan, 2018)
Ambientada a principios de los 90, The Miseducation of Cameron Post (ganadora del Premio del Jurado en el Festival de Sundance el año pasado) narra la historia de una adolescente que es enviada por su familia a un centro religioso de reconversión sexual. La directora del filme, Desiree Akhavan, realiza una adaptación de la novela de Emily M. Danforth y lo hace con cierta pericia –aunque eso sí, sin excesiva voluntad de riesgo–, recurriendo sin titubear al tan socorrido equilibrio que a menudo da como resultado una comedia con toques dramáticos y a menudo un drama con toques de comedia. Toques de comedia que, en este caso, están enfocados a describir con cierta ironía las particularidades de ese centro religioso que, según sus pintorescos líderes, llevará a Cameron, la protagonista de la historia, por el supuesto buen camino de la heterosexualidad más canónica y mojigata. Pero Cameron, en realidad (y a pesar de lo que digan sus mentores), no tiene ningún problema. A no ser, claro, que consideremos un problema su incapacidad para adaptarse a una sociedad que parece estar bastante enferma (menuda sorpresa, ¿no?, nadie lo habría imaginado…). Tomando sus profundas convicciones católicas por bandera, los dos líderes de este centro llamado «La promesa de Dios» pretenden, nada más y nada menos, que «salvar» a sus… ¿alumnos? ¿clientes? ¿pacientes? del supuesto pecado carnal y la desviación de la norma, obviando por supuesto los deseos, anhelos y verdaderas convicciones de este puñado de adolescentes que han osado desafiar la inercia social heteronormativa expresando libremente sus preferencias sexuales. The Miseducation of Cameron Post podría haber sido una película transgresora, sí, tal vez en esos años 90 en los que está ambientada; pero 30 años después, esa potencial capacidad subversiva se diluye para dar paso a una coming of age movie agridulce y nostálgica, protagonizada por tres adolescentes que todos hubiésemos querido tener como amigos en el pasado. Una película, digamos la palabra maldita, ahora sí, resultona. Tan efectiva como comedida y poco arriesgada. Poco arriesgada, al menos, hasta que la extrema derecha se alce con el poder (si no lo ha hecho ya).
Leave no Trace (Debra Granik, 2018)
Más valiente es sin embargo la propuesta de Debra Granik. En Leave no Trace, Granik adapta una novela del norteamericano Peter Rock ambientada en Portland, Oregón. Allí, en lo más profundo de una reserva natural, viven un padre y su hija adolescente. Dos protagonistas de los que poco sabemos y que, tan solo con tiempo y paciencia, podremos llegar a conocer (al menos en parte). Granik se decanta en este filme por un ritmo pausado y opta por dosificar la información. ¿Por qué este padre y su hija viven en medio de una reserva natural? ¿De qué huyen, si es que huyen de algo? ¿Sabremos algo de su pasado en algún momento? Will y su hija Tom duermen en una tienda de campaña, prescinden de todos esos bienes materiales que podríamos considerar superfluos, disfrutan del silencio, aprovechan todo lo que la naturaleza les ofrece y, de vez en cuando, solo de vez en cuando, realizan puntuales excursiones al supermercado para conseguir algunos víveres. Durante los primeros minutos de película, la mirada del espectador se tiñe de suspicacia, resulta inevitable. ¿Hay algo perturbador en esta relación padre-hija? ¿Esconde Will un oscuro pasado? ¿A qué viene ese profundo rechazo a vivir en sociedad? Todas estas preguntas se las hace el espectador y también la policía que los encuentra. Porque no es normal que un padre y una hija no quieran vivir en una casa normal. No es normal que un hombre de mediana edad no quiera tener un empleo normal o que una adolescente no vaya a la escuela y tenga una bicicleta y un teléfono móvil, como el resto de adolescentes. Por todo esto, Will y Tom se darán de bruces con la imposibilidad de la libertad, y será entonces cuando el Estado les asignará su misión: ocupar un espacio determinado, realizar unas labores determinadas y relacionarse de un modo determinado con aquellos que hay a su alrededor, convirtiéndose así en individuos domesticados que formen parte de ese engranaje colectivo que es la sociedad. La pregunta es si ambos acabarán por ceder o se resistirán a ser enjaulados, como esos gorriones que, según la leyenda popular, mueren de rabia y pena cuando se los encierra.
Her Smell (Alex Ross Perry, 2018)
La tercera colaboración entre Elisabeth Moss y Alex Ross Perry –que ya coincidieron anteriormente en Listen Up Philip (2014) y Queen of Earth (2015)– es Her Smell, un tour de force interpretativo que demuestra la capacidad de Moss para encarnar a la perfección papeles extremos. Podríamos considerar Her Smell como una pesadilla punk de tintes psicóticos, un biopic ficticio sin descafeinar, un reto a la capacidad de sufrimiento del espectador, un canto desafinado a la locura más visceral. Podríamos considerarla también como la película más oscura de su director, si no fuese porque, a diferencia de lo que sucedía en Queen of Earth (en la que los resquicios de optimismo brillaban por su ausencia), Her Smell muestra, en su recta final, un atisbo de esperanza y redención para su protagonista, una cantante punk que ha hecho del exceso su modo de vida. A lo largo de las dos primeras horas, la cámara registra, nerviosa y agitada, el antes, el durante, y el después de los conciertos de Something She, grupo punk formado por mujeres y liderado por Becky Something, una Moss en estado de gracia que coquetea con la paranoia, se revuelca en el abismo y hace del rimmel corrido una de sus señas de identidad. Revulsivo contra los biopics higienizantes y domesticados que a menudo pueblan las salas comerciales, Her Smell es un retrato de una cierta escena musical underground y de una figura ficticia tan extremadamente incómoda que podría ser real (dicen las malas lenguas que Courtney Love les sirvió de inspiración). Los flashbacks introducidos nos muestran la evolución de los personajes: el inicio de la banda, la ilusión de los primeros conciertos y la alegría de sus primeros logros. Para hallar el desencanto, sin embargo, tendremos que buscar en el presente. La tensión entre las componentes del grupo, el odio visceral e injustificado de Becky hacia la nueva novia de su expareja, la frustración por no ser capaz de ser una buena madre para su hija, la incapacidad de mantenerse alejada de las drogas… Factores, todos ellos, que supondrían el campo de cultivo perfecto para el ocaso de una estrella. Pero Alex Ross Perry, sin embargo, decide dar a su protagonista una oportunidad, convirtiendo de este modo su película más oscura en su película más vital. Porque alejarse de los escenarios durante varios años, observar cómo crece su hija y tomar distancia respecto a lo que sucedió, servirá para que Becky recupere la pasión por lo que siempre quiso hacer.