Stop and moving motion
Continua el Animac con su pequeña gran trayectoria. Ya son 23 ediciones y la Mostra, que no festival, no solo muestra los más variadas y más recientes ejemplos de animación, sino que funciona como un excelente “hub” que, más allá del público general, vincula público y autores, estudiantes de animación y maestros del estilo.
Los grandes cortos
Vimos obras brillantes que competían por el Oscar a corto de animación. Weekends (Trevor Jimenez, 2017) describía a la perfección la soledad de un hijo de una pareja separada, desplazándose el fin de semana de una casa con jardín a un apartamento lleno de evocaciones niponas. Tristeza como la vida misma en una obra sintética que hace recordar el ambiente de desamparo de largometrajes como Wildlife (Paul Dano, 2018) o We, the Animals (Jeremiah Zagar, 2018), vistas en el festival Americana. Harto distinta pero igualmente estimulante resultó la hilarante Animal Behaviour (David Fine, Alison Snowden, 2018) en la que un perro psicoterapeuta desarrollaba una sesión con una mantis, una sanguijuela, un cerdo, una paloma o un gorila como pacientes, con desarrollo un tanto agitado.
Destacar también 59 segundos (Mauro Carraro, 2017), dónde se nos narra las idas y venidas de un amor sacudido por la distancia y por la furia de la tierra, dónde un cuarto de hora bastaba para presentar amores, desamores, aventuras, catástrofes y reencuentros con belleza y verismo. No dejaron tampoco de estar presentes juegos de metalenguaje, con dibujos animados y muñecos enfrentados a sus creadores o atormentados por ellos, sabiéndose marionetas en manos de (tal vez) otras marionetas: la divertida The Voice Over (Claudia Cortes Espejo, Lora D’Addazio, Mathilda Remy, 2018), Flachmann (Philipp Bürge, 2018) o Inanimate (Lucia Bulgheroni, 2018), tres obras muy diversas con la reflexión de fondo sobre la creación y nuestro papel en la vida, como personajes o como autores. O también abstracciones hipnóticas, con ecos mecanicistas u oníricos, como los casos de Nebula (Marcin Nowrotek, 2017), Bavure (Donato Sansone, 2018) o Reruns (Rosto, 2018)
El Animac de este año, centrado en la animación stop motion nos permitió encuentros con creadores autóctonos y, a la par, internacionales, como el caso de César Díaz, colaborador de Tim Burton o Wes Anderson, quien presentaba Muedra, una pequeña obra (menos de 9 minutos) de gran calado, en la que un pequeño ser surgía de una laguna (escenarios naturales en Soria), se transformaba, huía de otros fenómenos zambulléndose en las piedras o nadando bajo tierra… un gran uso de los escenarios naturales y sus texturas (las raíces, el barro, arena y piedras) y una brillante muestra de la stop motion. Como también lo fuera la irónica 1 metro/hora (Nicolas Deveaux, 2018) en la que un grupo de caracoles viajar por el mundo sobre el ala de un reactor.
Una stop motion que triunfaba en la magistral Ce magnifique gâteau! (Emma de Swaef, Marc James Roels, 2018). Bastaban 44 minutos para llevarnos, a través de la combinación de cinco breves cuentos, al auténtico corazón de las tinieblas. Metáfora de la locura y la desmedida ambición humana, las anécdotas contenidas en cada historia permitían sentir, con dolor y terror, el genocidio que los belgas impulsaron en Africa a la par que evidenciaban el desplazamiento que sentían los colonos en un hábitat adverso en el que eran incapaces de adaptarse. Una pesadilla del rey Leopoldo acaba por desterrar un saxofonista (cuya rastro se pierde en la jungla, rodeado de desgracias), un pequeño salvaje blanco asesina de la forma más estúpida a un pigmeo en un hotel situado estúpidamente en medio de la selva; un miserable, fugado con los ahorros familiares, construye una mansión con paso al inframundo incluido, en la que se beberá su fortuna en incontables cervezas mientras adora a un caracol, su única compañía; finalmente, un joven, arrastrado tras su deserción a tal infierno, encontrará un camino de retorno al hogar. Los autores de Ce magnifique gâteau! trabajan con las texturas de ropa (muñecos y decorados) estos paisajes del horror y consiguen transmitir la miseria de los indígenas, la soberbia y la vanidad de los invasores, la extrema soledad de todos ellos, en un cuento tan fascinante como bello. Como en pocas ocasiones el stop motion consigue desarrollar narración y sensaciones, producir admiración y pavor, pena y compasión y esta obra es buena prueba de ello.