¿Es Capitana Marvel un panfleto feminista?
Como ya sabréis, Capitana Marvel ha suscitado un aluvión de quejas de frikis ‘machirulos’ que han visto como su evento cinematográfico no solo perdía protagonismo al ser estrenada un ocho de marzo (Día de la mujer trabajadora), sino que tenían que presenciar el “insulto” de ver a su querido Nick Fury —organizador de los Vengadores— fregándole los platos a Capitana Marvel, “una cualquiera”. Paradójicamente, este tipo de polémicas totalmente machistas han ayudado a hacer aún más notorio el estreno de una película que, a simple vista, nace con tres intenciones puramente comerciales: encajar de una vez en el Universo Cinematográfico de Marvel —‘MCU’ en siglas inglesas— a un personaje que promete ser clave; darle al fin una película de ese universo a una superheroína, como ya hizo DC Comics con Wonder Woman (Patty Jenkins, 2017); y obligarnos a ir al cine para preparar el que será el evento “marvelita” del año: Vengadores: Endgame (Russo Brothers, 2019) —con estreno inminente—. Capitana Marvel ha cumplido sus objetivos.
Y es que la vigesimoprimera película del ‘MCU’ está totalmente integrada en su universo, pues se sitúa en pleno conflicto intergaláctico: la guerra fría entre la raza Kree y los Skrull, personajes que ya habían aparecido en Guardianes de la galaxia (James Gunn, 2015). La protagonista, ‘Vers’ —de Carol Danvers—, se encuentra atrapada en ese marco bélico: por un lado, está obligada a luchar por los Kree, quienes han cuidado de ella desde que perdió su memoria, y, por tanto, su identidad; pero por otro, está encadenada a unos recuerdos que solo vislumbra, pero que son suficientes como para despertar el deseo de conocer quién es —y quién fue— en realidad, de iniciar su viaje de autodescubrimiento. Porque si Vers está confusa sobre su personalidad, el espectador lo está aún más. Dejando a un lado el torpe y excesivamente complejo montaje inicial, Brie Larson da vida a un personaje totalmente plano que ni siquiera tiene el deseo genuino de hacer el bien y cuyo drama resulta totalmente intrascendente —un arquetipo parecido al de la también oscarizada Alicia Vikander en Tomb Raider (Roar Uthaug, 2018)—. La interpretación de la actriz queda reducida entonces a ser mal encarada, a mostrar fortaleza y mala leche, lo que funciona bien, sobre todo como contrapunto al exuberante carisma de Samuel L. Jackson, que interpreta a un divertido Nick Fury. El problema es que en ocasiones trata de ser divertida, pero los chistes parecen forzados, y, en otras, trata de ser frágil, pero resulta impostada por la fragilidad del guion —valga la redundancia—.
De todos modos, que un guion sea débil y que tenga personajes planos no se debe confundir con que no sea entretenido. El filme tiene una estructura narrativa muy de blockbuster noventero: la investigación se lleva a cabo en clave buddy movie, y pese a que hay varias escenas de parlamento vacuo y conflictos totalmente olvidables —como los del villano interpretado por Jude Law, de los peor escritos del MCU—, estos se intercalan con cantidad de “momentazos” que le dan ritmo a la cinta. La mayoría de ellos tienen que ver con gags relacionados con la nostalgia de la década de los noventa —esa era de las chupas de cuero y de los ordenadores que se colgaban—, algunos con el adorable gato —que funciona como alivio cómico— y otros con las “metareferencias” al Universo Cinematográfico de Marvel —como la aparición de una de las Gemas del Infinito o las camaleónicas transformaciones de los Skrull—. Sin embargo, pese a tratarse de una película de entretenimiento comercial, es sorprendente el tedio que transmiten las escenas de acción, en general mal iluminadas, excesivamente coreografiadas y bastante monótonas. Y no solo son mediocres en el espacio exterior —donde una vez más queda claro que no hay naves tan filmables como las de Star Wars—, sino que la puesta en escena en la Tierra también carece de personalidad. De hecho, más allá del fascinante rejuvenecimiento facial del que ha gozado Samuel L. Jackson, el CGI potencia menos de lo que debería los inhumanos superpoderes de la Capitana Marvel. Ni siquiera los temas de Nirvana o Garbage que se intercalan en la rutinaria banda sonora de Pinar Toprak parecen ser capaces de disimular una falta de emoción que probablemente los codirectores de la película —Anna Boden y Ryan Fleck, que provienen del cine independiente norteamericano— tampoco tenían por esta producción de alto presupuesto.
Más allá de las polémicas totalmente vacuas que comentaba al inicio de la crítica y de que la cinta no sea todo lo redonda que uno podría desear, el estreno de Capitana Marvel da lugar a un debate bastante más interesante, que apunta a una cuarta intención nada comercial, sino social. La película ilustra de la forma menos sutil el empoderamiento de la mujer: el mentor insta a la superheroína a no usar sus poderes, a anteponer el deber a una misma, a no indagar en su pasado, es decir: la posición inicial de Carol Danvers es de sumisión al patriarcado, pero finalmente se rebela y lo supera. De hecho, solo hace falta ver el tráiler para observar que la imagen de Brie Larson levantándose del suelo una y otra vez —ya sea en un campo de béisbol o en el ejército— se ha tratado de imponer como algo icónico. Podría ser equivalente a la escena ya emblemática de Wonder Woman en que Gal Gadot sale de la trinchera a cámara lenta y empieza a esquivar y devolver todo tipo de proyectiles, mientras todos los soldados se quedan embobados con su valentía, pero el problema es que la imagen que ha ofrecido Marvel resulta mucho más sobreexplicativa —y, por lo tanto, menos potente— que la de la “Distinguida Competencia”. Pero ¿es Capitana Marvel un panfleto feminista? ¿Se le podría acusar de “girlsplaining”? Lo cierto es que no, pues en ningún caso está contada con el tono condescendiente que implica su equivalente machista, mansplaining, sino con total honestidad y necesidad. Y es que resulta evidente que muchos necesitamos aún que nos subrayen estos mensajes, aunque sea con “brocha gorda”, aunque sea a fosforito.