Todo lo que empieza después del final
A lo largo de su transcurso vital, una persona siempre avanza hacia delante. Ya sea de forma rauda o con un andar tan pausado que se torne apenas perceptible, no importa: todos estamos, aun cuando quietos, en inexorable movimiento. Este mismo factor común se ramifica al echar la vista atrás y rehacer, con la memoria, lo caminado. El mapa que se nos dibuja cuando analizamos cómo hemos llegado al punto presente se verá tal vez inconexo, emborronado y, quizás, con puntos aislados ilustrados con gruesas cruces negras que nos recordarán esos senderos que decidimos jamás volver a transitar.
Es curioso, cuando hablamos de la filmografía de un director de cine, volver atrás en su obra hasta lograr ese mismo mapa a pantalla grande que, tan solo observado en su conjunto, es capaz de transformar elementos que de forma individual pasarían, quizás, inadvertidos.
Carlos Marqués-Marcet pudo haber afirmado, en referencia a sus largometrajes, que todo estaba pensado, calculado, desde un primer momento. Que el factor que uniría su opera prima 10.000 Km (2014), Tierra Firme (Anchor and Hope, 2017) y su último largo, Los días que vendrán (Els dies que vindran, 2019), fue algo premeditado y concreto, incluso tangible. Sin embargo, al revisitar sus trabajos desde la posición privilegiada que otorga el paso del tiempo y observando el mapa que se le iba difuminando, el director se ha referido a sus películas como una “trilogía accidental”. La casualidad, el destino o tal vez un patrón enterrado en el subconsciente ha ido llevando a Carlos Marqués-Marcet a dirigir películas que han acabado compartiendo un mismo elemento más o menos vertebral, a partir o alrededor del cual se han ido desarrollando sus historias: el embarazo. Es llamativo observar cómo, además, el foco de atención sobre este tema ha ido conquistando más terreno en cada una de sus películas.
Mientras que en 10.000 Km el embarazo nunca llega a producirse, siendo este hecho el punto de partida que, a medida que avanza la trama, pasa a ser algo poco más que anecdótico, en Tierra Firme esta temática tiene ya un peso central en el metraje, presentado como un elemento clave mediante el cual el director juega con la psicología de los personajes. En Los días que vendrán, Carlos Marqués-Marcet culmina su hazaña un paso más allá, filmando el embarazo real de la pareja protagonista y traspasando la pantalla mediante carne, sudor, lágrimas y viejas cintas de vídeo.
David Verdaguer no ha fallado, nuevamente, como protagonista ya habitual en las películas del director catalán. En esta ocasión, sin embargo, su papel se magnifica, de la misma forma que el de su compañera, al moverse en un limbo irrepetible entre ficción y realidad: rueda junto a su verdadera pareja sentimental y coprotagonista del filme, María Rodríguez Soto que, además, gesta el hijo en común de ambos. El factor “accidental” que convierte esta película en el broche perfecto tras las dos anteriores ocurre durante el rodaje de Tierra Firme, cuando Verdaguer descubre que va a ser padre —en el filme, a diferencia de lo que ocurrió en la vida real, el embarazo es un evento inesperado frente al que la pareja se verá obligada a reafirmarse o disolverse—. Poco tiempo después, ya durante el rodaje de esta tercera película, se produce de nuevo una suerte de accidente perfecto, cuando la madre de María Rodríguez Soto le hace llegar a su hija unas cintas de vídeo grabadas décadas atrás, durante su propio parto, mientras daba a luz a la futura actriz. La inclusión de estas cintas perfectamente integradas en el montaje final dota a la película de una sencilla trascendencia, tan palpable que eriza la piel.
Carlos Marqués-Marcet explora, nuevamente, los entresijos emocionales de las relaciones de pareja, hilo conductor presente en todas sus películas. No obstante, mientras que en sus dos primeras obras lo hacía sirviéndose bien de una puesta en escena inusual, en el caso de 10.000 Km, o de una trama algo rocambolesca en Tierra Firme, Los días que vendrán cuenta con un mismo director que esta vez nos sitúa con un gusto exquisito frente a escenas cotidianas y de una intimidad tan intensa que, por momentos, da pudor observar, como si los personajes fueran a decirle al espectador, de pronto y mirando a cámara: “¡Eh, usted! ¡Salga de mi casa!”.
Los guiones del director catalán siempre han huido, al igual que su mirada tras la cámara, de aparentes grandilocuencias: aparentes, porque no son las que uno imagina en un primer momento cuando piensa en cine. No hay monólogos épicos, repentinos giros de guion ni esa inverosimilitud en la trama que suele llevar al espectador a evadirse de lo mundano mientras está sentado frente a la pantalla. Las películas de Carlos Marqués-Marcet, en especial este último estreno, llevan a quien las visiona hacia ese estado de consciencia que solo se alcanza ante aquello que observamos y entendemos como nuestro, porque trata de cada uno de nosotros en algún punto de nuestra vida. Los días que vendrán aprovecha la química real existente entre la pareja protagonista para forjar un guion basado en improvisaciones, donde el humor se cuela sin apenas pretenderlo y las emociones afloran a medida que la tripa de la protagonista va creciendo, es decir: con una naturalidad punzante. Este último filme de Carlos Marqués-Marcet contiene algunas de las imágenes más bellas del cine español reciente, de nuevo, debido a la mirada desprejuiciada de quien observa tras la cámara y que muestra sin tapujos un cuerpo con la firme intención de que veamos más allá de él —o incluso a través—.
Cabe mencionar la puntería de Carlos Marqués-Marcet a la hora de escoger la banda sonora perfecta para el momento adecuado. Si en 10.000 Km sentíamos cada centímetro de distancia mediante El dolor de la bellesa, sardana de Roger Mas —elección inverosímil y profundamente certera— en esta ocasión es Quimi Portet quien aporta voz y potencia a una de las escenas más amargas del filme cantando Em dius que el nostre amor va ser com un infant, que dones el teu cor als dies que vindran (Me dices que nuestro amor fue como un niño, que das tu corazón a los días que vendrán).
Ocurre que, al visionar las películas del director, no vemos las cosas como son: las vemos como somos. Se explica así ese trayecto meditativo de vuelta a casa, que duda y rememora la propia vida como si acabase de ver resquicios de ella en la gran pantalla. En ese momento de reflexión, haciendo un alto en el camino, volvemos al punto de partida al encontrarnos detenidos y, a la vez, caminando hacia delante.