67 Festival de San Sebastián

Pocos días antes de comenzar la última edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián me sorprendí a mí mismo soñando despierto en plenas tareas laborales; caminaba por las inmediaciones del Puente de Santa Catalina, como si fuera del Kursaal a los Cines Príncipe. Era una sensación cristalina, placentera y totalmente familiar. Esa misma sensación es la que presidía mi llegada ya en carne y hueso, con la tranquilidad de ánimo de quien pisa terreno conocido, el de un certamen cuyas bases están, para bien o para mal, muy asentadas.

Siempre es difícil valorar cualquier edición de cualquier festival de cine, ya que en su gran mayoría son plataformas inabarcables dada la programación que proponen, y el de San Sebastián no es la excepción. Más aún si se opta por la transversalidad entre las diferentes secciones, lo que no facilita una visión completa de ninguna de ellas, en especial del escaparate principal que irremediablemente supone la Sección Oficial. Y es ahí donde se echaba en falta algún nombre de postín, alguna víctima de la ceguera cannoise y veneciana que hubiera dado con sus huesos en ese binomino Toronto/Donostia que en esta ocasión ha fallado un poco. De hecho, la película más audaz y sugerente de las que pude ver a competición, la chilena Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, que también era la más esperada de inicio al venir firmada por José Luis Torres Leiva, ni siquiera había pasado por tierras canadienses (para mayor gloria de la cita donostiarra, siempre escasa en estrenos mundiales).

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (José Luis Torres Leiva)

En todo caso, es imposible no encontrar argumentos para volver a San Sebastián, y no sólo los referidos a placeres extra-cinematográficos, que la capital guipuzcoana ofrece en abundancia. Siempre podemos contar con un ramillete de lo más llamativo de la cosecha fílmica de la temporada, en secciones como Zabaltegi-Tabakalera cuyo rigor programático brilla con luz propia, o en Perlas, que haberlas haylas en medio de su tendencia a la complacencia, y además esta edición nos ofrecía la más provechosa Retrospectiva en mucho tiempo, consagrada a la figura de Roberto Gavaldón.

Toca por tanto compartir impresiones de algunos de los títulos vistos durante estos intensos días, en este caso de entre los correspondientes a esta añada cinematográfica.

The Wild Goose Lake (Diao Yinan) – ZABALTEGI

El director de Night Train y Black Coal está inmerso en un proceso de progresivo barroquismo estético según se adentra temáticamente en el mundo del crimen, con el inevitable riesgo de caer en la vacuidad del puro manierismo que de momento está sabiendo esquivar. Su protagonista es un ladrón de motocicletas que acaba de salir de la cárcel y que a raíz de una disputa territorial acaba matando por error a un policía. Es un personaje sentenciado, que sólo busca salir de escena según sus propios términos. Pero no nos encontramos ante una elegía ni nada parecido, más bien ante un ejercicio de estilo genérico del cual se desprende de nuevo un panorama social poco alentador. Diao pinta su cuadro cinematográfico con un artificio colorista de cálidos neones, quizás un reflejo estético de esta nueva China desarrollista que hace de la cosmética ultramoderna su seña de identidad, y que contrastan vivamente con unas sombras herederas del noir que juegan un desacostumbrado papel narrativo en el cine actual. No es por tanto casualidad que el regusto positivo que deja la historia venga de la mano de un tratamiento fotográfico más naturalista en el cierre. El excelente trabajo sobre el movimiento escénico, lleno de ideas y muy expresivo, completa una de las direcciones más inspiradas que se han podido ver durante el festival.

Mano de obra (David Zonana) – SECCIÓN OFICIAL

La muerte de un trabajador por accidente laboral desata una sucesión de agravios y reacciones que tienen lugar alrededor de la construcción de una vivienda de lujo. El enclave arquitectónico propicia una exploración visual de rigurosos planos fijos en los cuales se resalta la relación entre el ser humano y su entorno. Hay algo profundamente perturbador en el contraste de clase que queda en evidencia a través de las manifestaciones materiales del poder adquisitivo, como prueba y determinante de escenarios de explotación humana. Pueden ser los humildes trabajadores que construyen y rematan el chalet de lujo y que después se retiran a sus infraviviendas, denotando la profunda injusticia del sistema, pero también la imagen del protagonista dándose un baño en un jacuzzi que ha instalado pero no es suyo, como si asimilada la cultura capitalista ya le negáramos el derecho a ello, o más bien como si supusiera una amenaza de perversión para él mismo. Zonana viene a decirnos que hay un potencial explotador en todos nosotros, quizás un discurso un poco tópico dentro de cine contemporáneo (y más particularmente del cine latinoamericano del circuito festivalero), pero esgrimido sin golpes bajos ni regodeos en las miserias de sus personajes, con un manejo del tono perfectamente calibrado.

Mano de obra

Mano de obra (David Zonana)

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (José Luis Torres Leiva) – SECCIÓN OFICIAL

Torres Leiva regresa al terreno de la ficción, por coordenadas no muy diferentes a las de El cielo, la tierra y la lluvia, con una obra intimista, misteriosa y profundamente epidérmica sobre la enfermedad. La relación de dos mujeres ante la certidumbre de un desenlace fatal de una de ellas marca el desarrollo de una película muy poco explícita pero muy sensorial, que acaba filtrando la angustia de sus personajes. Parte de la misma se manifiesta por contraste con varios pequeños relatos incrustados en pleno metraje, quizás una proyección o incluso sublimación de la relación que han mantenido, quizás una manera de celebrar la juventud, el apogeo físico, la vitalidad, como si fuera la materialización visual del deseo, del anhelo, del propio instinto de superviviencia. Hay de hecho un sentido de continuidad vital en la película, significado por la presencia inmersiva de la naturaleza, también por la jovialidad de la escena final, como un eterno retorno a la juventud. Torres Leiva alarga los planos, fuerza los encuadres y renuncia a la profundidad de campo para conectarnos a un nivel casi físico con sus personajes, aunque por el camino corre el riesgo de caer en cierto ensimismamiento.

Light of my Life (Casey Affleck) – PERLAS

Una distopía particularmente inquietante, que nos muestra una sociedad post-apocalíptica en la cual apenas han sobrevivido mujeres, víctimas de un virus que sólo atacaba al género femenino. Podemos entender así el grado de terror que sufre un padre por su hija de once años, a quien trata de hacer pasar por niño siempre que no está evitando cualquier tipo de contacto humano. Se trata, por tanto, de una película de supervivencia, que de hecho comienza con un cuento con referencias bíblicas, al Arca de Noé para más señas. Si bien el miedo al presente y futuro bienestar físico de los personajes gravita sobre toda la acción, Affleck privilegia la dimensión intimista, una relación padre-hija que juega con los roles que cada uno desempeña y que viene planteada con mucha sensibilidad emocional para involucrar al espectador. El argumento progresa y se resuelve estrictamente por los caminos que la película va preparando previamente, sin apenas espacio para la sorpresa. Se la ve venir como vemos llegar a ese extraño a través de una ventana. Y está bien que así sea. Es la manera de que las circunstancias no se sobrepongan a los personajes. La situación es suficientemente terrorífica como para añadir una condimentación que, con bastante probabilidad, hubiera conducido al efectismo y, a lo peor, a la pura crueldad.

Alice et le maire (Nicolas Pariser) – PERLAS

El mundo hipermediatizado de la política no es el más sencillo de trasladar a la gran pantalla, y si no que se lo pregunten al cine español. Desde el punto de vista de una joven intelectual que entra a trabajar como asesora de ideas para el alcalde socialista de Lyon, Pariser consigue erigir una creíble versión del ejercicio político. La descripción del regidor remite explícitamente a un Bartleby que en su frenética rutina de gestos y enunciados acaba quedándose vacío de verdadera capacidad de acción. En efecto, todo el generoso despliegue de medios humanos a su servicio parece tener como principal y casi único objetivo gestionar su política de imagen: una cita desafortunada en una entrevista periodística significa inmediato zafarrancho de combate, mientras que unos problemas de hacinamiento e insalubridad son relegados sine die. La crisis ideológica de la izquierda y en general de los discursos tradicionales sobrevuela la gran mayoría de discusiones teóricas que se suceden en el film, y no son pocas, sin caer en lo puramente retórico y siendo capaz de dar entidad a sus personajes.

Alice et le maire

Alice et le maire (Nicolas Pariser)

Zeroville (James Franco) – SECCIÓN OFICIAL (fuera de concurso)

Que James Franco sufre una obsesión compulsiva por el cine es una evidencia atendiendo a su carrera como realizador, y su último film lo deja más claro que nunca. También, que no se toma demasiado en serio a sí mismo. Nuevo ejemplo de cine sobre cine, Zeroville se mueve entre la mitomanía y la experimentación, pero siempre desde la parodia poco disimulada. La mitificacion, la dimensión artística y atemporal del medio, se confronta con la sordidez de sus entrañas, una maquinaria que vampiriza el talento humano (algo de Arrebato hay en el film) pero que también proyecta las fantasías de los espectadores. Ambientada en los años setenta, Franco interpreta a un montador que, apropiadamente, no tiene apenas experiencia vital y ha quedado en estado de shock en su reciente descubrimiento del Séptimo Arte. De alguna manera el cine se ha convertido en su realidad, en un espacio quizás susceptible de ser habitado, y su enamoramiento de una actriz hace que esos planos de realidad y ficción diegéticas entren en permanente relación y conflicto. Se diría una obra de bastante ambición temática, pero resulta en un cóctel tan imposible como consciente de torpe narrativa y burdas interpretaciones. Es mala sin complejos y quizás por ello divertida.

Atlantique (Mati Diop) – ZABALTEGI

La emigración es un tema siempre candente en la realidad de muchos países africanos, como Senegal, y se agradece que aproximaciones como ésta huyan del típico realismo social para poetizar un drama tan lacerante. En su primer largo de ficción, Diop recurre al fantástico para expresar esa realidad. El espíritu de los jóvenes pertenecientes a una cuadrilla de obreros fallecidos al intentar llegar a España toma posesión de los cuerpos de sus mujeres y parejas durante la noche para saldar cuentas con su antiguo patrón. La crítica va por tanto dirigida a la propia situación doméstica como a un sistema económico de explotación humana (simbolizado por ese lujoso rascacielos que domina el deprimido paisaje urbano de Dakar) que empuja a los habitantes a una odisea que puede depararles la muerte; pero incluso de tener éxito, les convierte en una especie de zombis en los países de acogida, seres semi-invisibles sin entidad individual. Es cierto que su discurso puede a veces parecer simple, también que la relación amorosa que vertebra el argumento y caracteriza el romanticismo del que finalmente se tiñe el relato está tratada de manera bastante superficial; pero es la atmósfera y la estética la que proporciona la capacidad evocadora y de resonancia al film, el misterio y la extrañeza de esos planos marítimos, de los trayectos nocturnos, de las escenas en la discoteca cuyos espejos nos devuelven otra realidad.

Das Vorspiel – The Audition (Ina Weisse) – SECCIÓN OFICIAL

Las coordenadas resultan muy familiares: Centroeuropa, música clásica, educación basada en la crueldad y neurosis varias de resultas, todo ello servido con una cortante frialdad estética. La exigente profesora de violín que encarna convincentemente Nina Hoss trabaja sobre un nuevo alumno mientras su hijo no parece demostrar excesivo entusiasmo en su propia formación en el instrumento, aunque sí celos y rechazo a la madre. Ella muestra una obsesión perfeccionista que la ha abocado al trastorno compulsivo, hasta el punto de que no es capaz de interpretar en público. Weisse quiere desnudar la perversión de una educación basada en la exigencia sin límite y la manipulación, pero termina cayendo en lo obvio y simplista, como en la escena del hormiguero entre abuelo y nieto, como en toda la resolución del film, bastante efectista, e incluso en el hecho de que su mucho más razonable marido sea francés, que además eleva a problemática de toda una sociedad (germánica) el caso particular expuesto. Así, se malogra en parte un film de notable ejecución técnica, que destaca por su brillante y pertinente utilización de la interpretación musical.