Acabó una Berlinale…
Acabó la septuagésima edición de la Berlinale, primera bajo la dirección artística de Carlo Chatrian, que ha insuflado aire fresco a la programación con una ilustre nómina de autores cuidadosamente curada de entre lo más granado del cine contemporáneo y con la audacia para asumir notables dosis de radicalidad en el principal escaparate del festival. Es difícil pedir mucho más; es más, sospecho que será difícil repetir semejante nómina de directores para próximas ediciones. En todo caso, su nueva estructura, con secciones como Encounters o Berlinale Special, ha funcionado adecuadamente para ordenar la selección de títulos, aunque sospecho que habrá que definir y resolver en alguna medida el solapamiento entre la primera y Forum.
En este contexto renovador, el jurado hacía honor a las tradiciones del festival con un premio principal de regusto político (sin por ello despreciar necesariamente la faceta artística). Así, la iraní There Is No Evil, dirigida por el represaliado Mohammad Rasoulof, responsable de obras notables como The Iron Island o Goodbye entre otras, se alzaba con el Oso de Oro en tan selecta compañía. Precisamente la abundancia y calidad de la programación, así como las tentadoras liturgias nocturnas de la capital alemana, nos impidieron visionar el film ganador, que habrá que recuperar en próximas citas.
… de película
La película de cine, el formato físico, todavía resiste en algunos ámbitos del panorama audiovisual y ha brillado cuando ha hecho acto de presencia en Berlín (en el rodaje, que ya sabemos que casi todo se proyecta en DCP), las más de las veces en 16 mm. Es difícil no reparar en la vibración particular del formato analógico, como un latido en las imágenes que les diera más vida. Esa diferencia fue especialmente palpable en dos de las obras paisajistas vistas en esta edición, la acetática Generations, ópera prima de Lynne Siefert, y la digital Maggie’s Farm, el último trabajo de todo un tótem del género como es James Benning.
Generations se compone de trece planos fijos de sendas centrales térmicas, retratadas en primorosos encuadres en los que siempre encontramos algún tipo de acción interna, como puede ser el interminable paso de un tren, la variación del reflejo de unas chimeneas en el agua o la evolución de unos jugadores sobre un campo de golf. Hay siempre un contraste muy claro y deliberado entre las imponentes figuras de los mastodontes energéticos en el fondo del encuadre y la vida cotidiana que se refleja un poco más en primer término (realzada por la columna de sonido), como un paisaje brutal que domina nuestro día a día, o que quizás lo sostiene (de insostenible manera, claro), aunque hagamos habitual abstracción de ello.
Por contra Benning parece buscar un grado casi cero de acción o significación. No hay nada especial que escudriñar en sus encuadres, tan cuidadosamente compuestos y alejados de cualquier preciosismo como vacíos de acción visual (apenas la aparición de un reflejo de luz en uno de los planos es todo lo que se permite), un lugar donde reposar la mirada y quizás prestar atención a algunos sonidos que va disponiendo. La luz resulta significativamente neutra, incluso en exteriores, aplanada por el digital, como remedando la vulgaridad de lo que muestra, rincones anodinos de la universidad donde imparte clases, cuando no directamente contenedores de desperdicios, que podrían pertenecer a cualquier construcción empresarial. Quizás van por ahí los tiros, por la uniformización que proyecta la mano del hombre bajo un sistema económico; o igual no, porque tampoco es que las primeras escenas con vegetación muestren un cariz muy diferente. Al final se antoja una propuesta demasiado mínima en la disposición de elementos para encontrar recompensa en su visionado.
De vuelta a los 16 mm, quien desde luego busca huir de todo lo que suene a anodino es Camilo Restrepo, que afronta su primer largo después de sus celebrados aportes en el campo del cortometraje. Los conductos demuestra el talento visual que atesora, consiguiendo conjugar un planteamiento estético de indudable fuerza icónica con un lúcido discurso sobre la violencia. Haciendo suya la máxima bressoniana según la cual las imágenes deben transformarse al contacto con otras, el director colombiano nos redescubre el placer por el plano detalle, por el montaje de elementos muy esenciales para construir la narración dentro de la escena o para engarzarlas con asociaciones de ideas, al tiempo que transmite una poderosa personalidad en el desbordante manejo del color, de la luz, de la escena y el retrato. El protagonista del film se encarna a sí mismo, un joven que vive de la delincuencia, y su periplo en bucle propone la vocación retroalimentaria de la violencia. Restrepo recurre por momentos al surrealismo y a la alegoría como herramientas expresivas, en un audaz cóctel del que sale muy bien parado.
Una de listados
Acabamos la cobertura berlinesa compartiendo nuestras películas favoritas vistas en esta edición:
Jaime Lapaz
1. Days (Tsai Ming-Liang)
2. À l’abordage (Guillaume Brac)
3. Undine (Christian Petzold)
4. Street Scene (King Vidor, 1931)
5. Le Sel des larmes (Philippe Garrel)
6. First Cow (Kelly Reichardt)
7. Ruby Gentry (King Vidor, 1952)
8. The Woman Who Ran (Hong Sang-Soo)
9. Éffacer l’historique (Benoît Delépine & Gustave Kervern)
10. El tango del viudo y su espejo deformante (Raúl Ruiz & Valeria Sarmiento)
Luis Fernández
1. Undine (Christian Petzold)
2. First Cow (Kelly Reichardt)
3. À l’abordage (Guillaume Brac)
4. Los conductos (Camilo Restrepo)
5. The Woman Who Run (Hong Sang-Soo)
6. Le Sel des larmes (Philippe Garrel)
7. Generations (Lynne Siefert)
8. Never Rarely Sometimes Always (Eliza Hittman)
9. Days (Tsai Ming-Liang)
10. Malmkrog (Cristi Puiu)