Descubriendo el camino del pasado
No se cómo era antes, pero ahora es espantoso
(Los materiales, Los hijos, 2010)
Del Futuro al Presente, del Presente al Pasado y vuelta al Presente
El año del descubrimiento, ese 1992 de recuerdos gloriosos y festivos para muchos, reverbera con tristes recuerdos sobre los clientes de un bar de barrio, entre bocadillos, menús, copas y cafés. Luis López Carrasco ha tenido el inmenso acierto no sólo de recuperar unos acontecimientos que sucedieron a la sombra de los fastos en Cataluña y Andalucía sino de situar su análisis no a nivel de la política sino de la sociedad real.
Tras sus experiencias/experimentos en el colectivo autodenominado Los hijos (junto a Javier Fernández y Natalia Marín), López Carrasco nos sorprendió con El futuro (2013), una auténtica crónica social sintetizada en poco más de una hora y ambientada en una fiesta privada tras la victoria electoral del PSOE en 1982. Obra extremadamente sutil, los diálogos y los monólogos de los jóvenes de aquella farra dejaban entrever una euforia social por su futuro. Un futuro que, contemplado desde nuestro presente, resulta ser un pasado mucho más negro de lo que se preveía entre copas y ritmos de baile.
Cuenta Luis López Carrasco que temió que las imágenes de El futuro se interpretasen por parte de algunos
espectadores sólo como un canto hedonista, lo que le llevó a plantearse nuevos proyectos que fueran contrapuestos a ello. Descartada la idea de una película por cada año electoral de los 80, descartada una propuesta de análisis social en entorno rural, se topó con la información sobre los incidentes de Cartagena de 1992 y se topó, sorprendentemente, con un desconocimiento, o tal vez una amnesia, total sobre los hechos. El peso de la documentación opuesto al vacío de la memoria dio paso al nuevo proyecto que analizaría otra parte de la España de la primera democracia, desplazándose de un ambiente urbano y nivel medio a una ciudad en la periferia peninsular y un entorno primordialmente obrero, con la idea de hacer memoria sin caer en la edulcoración.
La representación de la realidad
En aquel año aciago para Cartagena, mientras se desenvolvían ceremonias, festivales y oropeles varios en otras partes de la Península, diversas ciudades de la provincia veían con pánico como se culminaban diversos procesos de cierre de empresas. No hubo, en general, reconversión como tal sino despedida y cierre. Grandes compañías mineras, de fosfatos, siderurgia y astilleros veían comprometida su continuidad por graves delitos ambientales (no clasificados como tales en aquel entonces) y falta de eficiencia. Si España quería integrarse en Europa debía lanzar lastre y el gobierno del PSOE de Felipe González y Carlos Solchaga dejó caer un conjunto de empresas de capital público sin reparar en las consecuencias. Todos los negocios que giraban a su alrededor perdieron el sentido, fueran pequeñas industrias que suplían de material a las primeras o negocios de hostelería. El tejido industrial se resquebrajó, al igual que lo hizo la sociedad obrera, hubo grandes disturbios en la calle (ocultados a nivel de medios de comunicación por el eco de los éxitos deportivos y las proclamas de una gran España), se incendió la flamante sede del gobierno autonómico murciano y sólo se salvó parte de la actividad de los astilleros Bazán tras las revueltas.
Aunque aparentemente distinta, metodológicamente muy distinta, la voluntad de El año del descubrimiento es paralela a la de El futuro. Mirar al pasado desde un momento difuso en el tiempo para acabar rememorando nuestro presente actual. Para ello, López Carrasco y su equipo seleccionaron mediante casting un extenso grupo no de actores sino de personajes reales que iban a dialogar, discutir, comentar situaciones personales y laborales en auténticas charlas de bar. La construcción de la obra no obedece sin embargo ni al docudrama ni a la entrevista, sino que las diversas personas son captadas por la cámara y el sonido a mitad de conversación otorgando a la obra un realismo innegable, pese a que los conceptos a desarrollar se hayan escogido y a que hay un meticuloso proceso de puesta en escena que incluye vestuario y ambientación lo bastante ambiguos para hacernos creer, inicialmente, que estamos en los noventa.
Entre copas
Estamos, decíamos, ante una representación de la más pura realidad. López Carrasco reúne en el Bar-Churrería Tana a gente diversa. Jóvenes sin trabajo, otros que se dedican intensamente a la actividad laboral, jubilados, obreros que recuerdan la lucha… Todos ellos con el fondo de la parrilla, los platos que salen de cocina, la cafetera y bocadillos que van y vienen.
El año del descubrimiento fue 1992, con sus discursos triunfales y su poco oculta voluntad de tejer un nexo comercial con Iberoamérica. Pero El año del descubrimiento es también este 2020 por su capacidad discreta pero rotunda de vincular el pasado y el presente. Al principio de la película nos podemos plantear si los clientes del bar viven en el 92 o en la actualidad. Posteriormente, las referencias al pasado (especialmente en la última parte de la película) hacen patente que nos movemos en 2020. Sin embargo, el contexto no resulta ajeno a la actualidad. Una mujer explica cómo tuvo que marchar de su casa para trabajar con independencia mientras una joven cuenta como ha trabajado durante casi 20 horas diarias para tener un sueldo propio. Unos pescadores recuerdan como los residuos tóxicos mataron la vida marina. Otra mujer habla de cómo trabajaba (el rostro oculto tras una pantalla) con hombres en la construcción naval, mientras otra joven explica que ha debido renunciar a su ambición profesional por falta de recursos. Un hombre comenta cómo su padre fue consumiéndose al perder el trabajo y cómo él quedó obligado a una incorporación precoz a la misma ocupación. Una joven maestra explica como los más pequeños están familiarizados con la droga y cómo sus padres marcan su superioridad. Si bien diversos personajes se refieren a la labor en astilleros y otras fábricas que cerraron, López Carrasco alterna sus comentarios con situaciones actuales evidenciando que no ha habido un cambio social en las últimas décadas.
En este sentido, El año del descubrimiento no es tanto un documental, como un documento. Esta suerte de ensayo traspasa el dolor del pasado al presente, un pasado humillante para la comunidad obrera que empieza con el triunfo del golpe de estado franquista, las posteriores purgas con fusilamientos de madrugada y la creación de una red de empresas estatales que no hicieron rico más que a algunos personajes, lejanos y un pasado menos lejano de cierres empresariales que se confunde con la precariedad laboral de hoy en día.
Contra la amnesia
Han pasado 30 años, pero los recuerdos del dolor perviven en un barrio obrero. El PSOE cavó su tumba en buena parte, en Cartagena dónde no tuvo contemplación alguna con sus votantes y dónde no ha vuelto a ganar, dando paso permanente a la derecha más recalcitrante del Partido Popular. Ahora, con Vox superando el 30% de los votos, estamos en una España derechizada, que mira mal a Cataluña, dónde las prácticas políticas de los 80 son etiquetadas de comunistas y en una Cartagena dónde el partido socialista no ha ganado nunca más.
En su último tramo la película se orienta específicamente a la descripción de los sucesos de 1992. Un conjunto de sindicalistas de diversas empresas afectadas en su momento (y la mayor parte de ellas ahora extintas) explica como el interés de lucir modernización cara al resto del mundo y, muy específicamente, eficiencia cara a la Comunidad Europea en la que se buscaba una integración de primer nivel llevó al gobierno del PSOE a la decisión de cierre de diversas factorías o venta a bajo precio de algunas (se describe cómo una de ellas acabó en manos del grupo KIO y su administrador, el futuro convicto De la Rosa). Y explican, también, como sólo mediante los disturbios y la quema del palacio de gobierno autonómico se frenó el cierre definitivo de la planta de astilleros.
Aunque la tercera hora de la película se centra en el punto de vista sindicalista y mira al pasado, López evita el reportaje al situar precisamente la narración de los hechos y las correspondientes imágenes tras los diálogos sobre la actualidad. De este modo El año del descubrimiento traza un hilo argumental que se prolonga de los 80 hasta la actualidad, dónde se sufre aun las repercusiones de decisiones tomadas décadas atrás.
Al inicio de la película se comenta que durante tres siglos Murcia y Cartagena pertenecieron a la Corona de Cataluña y Aragón, perviviendo muchas palabras derivadas del catalán en el español de Cartagena. No hay, sin embargo, memoria de ello. Existe el peligro de olvidar hechos mucho más recientes y el díptico de El futuro y El año del descubrimiento permiten la reflexión sobre el camino que hemos seguido como sociedad en las últimas tres décadas. La obra de Luis López Carrasco se revela como una propuesta tan estimulante y necesaria como lamentablemente singular. La revisión de la guerra civil y la posguerra no pudo tener lugar hasta la muerte del dictador. Sin embargo, en plena democracia, el cine español raramente ha mirado con rigor y habilidad la sombra de ETA, los años de la movida, las décadas de lucha obrera y mejoras sociales, la decadencia del PSOE de González, el pelotazo y derechización de Aznar o la involución de las autonomías con las consecuentes ansias de independencia catalana.
Ojalá 2020 sea el año de El año del descubrimiento. Y ojalá una película con auténtica alma cinematográfica (más allá de su bagaje de premios que por ahora incluyen premios a la mejor película en los festivales Cinema du Réel y Tesalónica) se reconozca como clave en la historia de nuestro cine, permitiendo descubrir no sólo nuevas líneas creativas para la industria sino también memorias a muchos espectadores que son, somos, en definitiva, ciudadanos.