Tenet, de Christopher Nolan

La película más odiada

Es difícil abordar una película como Tenet en la que, paradójicamente, el goce del visionado puede ir de la mano de una incomprensión absoluta de la trama. Una cinta de espionaje que a unos les puede parecer poco más que una variación bondiana y que sin embargo esconde una reflexión sobre los códigos cinematográficos del género de espías y aventuras. Las hordas hater anti Nolan se han lanzado contra ella argumentando su falta de argumento y la asimilación del esquema CIA contra KGB. En cierto modo, salvando las distancias, el odio que recibe Christopher Nolan en esta ocasión se asemeja al recogido en escritos que se lanzaron contra Hitch por Topaz (íd., Alfred Hitchcock, 1969), una de sus obras más destacables (con uno de los más icónicos planos de su filmografía, la muerte de Juanita de Córdoba) y que ha quedado marcada en la imaginería cinéfila como obra menor al ser acusada de puro panfleto antisoviético.

¿Por qué este odio? Ciertamente la megalomanía de Nolan, sus tramas enrevesadas y su desbordante puesta en escena han creado un rechazo sólo equiparable al que se generó contra Peter Greenaway tras algunas declaraciones cortantes ante la prensa. El caso de Nolan, curiosamente, no surge de enfrentamientos con los medios de comunicación sino por un rechazo frontal por parte de algunos (crítica y público en general) a una serie de obras que, una tras otra, plantean, más allá de la trama de aventuras, una tesis de cierta trascendencia. ¿Soñamos los sueños o los vivimos? ¿Somos capaces de definir nuestro destino o es imposible cambiarlo? ¿Es el amor una fuerza superior a las leyes de la física? Las historias plasmadas por Nolan en la pantalla van siempre de la mano de una idea que, como en Origen (Inception, Christopher Nolan, 2010), implanta no sólo en nuestras retinas sino en nuestro cerebro. Ahora, paradójicamente, Christopher Nolan desnuda la trama de su nueva película (aunque no la simplifica) para sentar una nueva teoría, para marcar su posición, su tenet en inglés. A partir de aquí, la pregunta es inevitable. ¿Cuál es la asunción de Nolan?

Tenet

Valorar la apuesta del director de Origen por el argumento sería quedarse a medio camino. Intentar resumir el guion de Tenet es esfuerzo arduo y posiblemente inútil. Baste decir, simplificando al máximo, que una fuerza hostil llega del futuro para destruir nuestra civilización y que otra fuerza (¿amiga?) se opone… y, tal vez, añadamos, que el futuro, sus gentes, sus acciones y sus movimientos, son percibidos por la gente del presente como un continuo desplazamiento hacia atrás, tal cual. ¿Sería la simplificación su apuesta? ¿Es la mezcla de esquematismo argumental con elaboración de montaje su tesis?

Justo al inicio de la película, en un frenético arranque, en pleno asalto terrorista con toma de rehenes, Nolan nos introduce al “protagonista”, un personaje que será el eje de la trama, del que no conocemos su pasado (ni su futuro), al que deja morir en medio de la confusión para, finalmente, resucitarle y lanzarle a una nueva aventura que, de hecho, es una nueva vida. Criticada por muchos por la falta de información no sólo de la trama en sí sino sobre el propio personaje, la arriesgada apuesta de Nolan nos sitúa, con toda su falta de empatía, en la misma situación en la que está el agente especial. No sabemos ni quién es ni en qué cree, pero viviremos su incierto destino con el mismo nivel de conocimiento de los hechos que él. En Memento (id, C. Nolan, 2000), variación sobre su previa Following (Christopher Nolan, 1998) la dirección retrospectiva de la narración nos situaba en el mismo nivel de desconocimiento que el protagonista. En Tenet la falta de información nos lleva al mismo punto de consonancia con el personaje. Esa es sin duda una de las premisas de Nolan. Situarnos en el mismo punto que el personaje, hacernos protagonistas. Para remarcarlo, poco después de la suerte de prólogo inicial, una vez conocemos al personaje, Christopher Nolan nos da una premisa básica para disfrutar Tenet, en la boca de una científica que responde a las dudas del protagonista: no pretenda entenderlo, siéntalo. Es un acto de fe que se requiere del protagonista y, por ende, del espectador. Y su aceptación es necesaria, como creer en la pastilla azul de Matrix (íd., The Wachowski Brothers, 1999). Porqué, a continuación, desmadejará  una historia que es un sinfín de historias. O, mejor dicho, son historias que, como el título indica, se pueden leer hacia adelante y hacia atrás. Buena parte (si no absolutamente todo) lo que se narra es reinterpretado-reinterpretable con el prisma del tiempo pasado y del conocimiento adquirido… como la vida misma, claro. Es cine palindrómico. Tenet se erige a partir de ello como una apoteosis del relato de entretenimiento, que evoluciona (o involuciona) por el movimiento en sí mismo. No importan tanto los diversos McGuffin que utiliza (la bomba, el algoritmo, las partes de la máquina que lo contienen) como el movimiento.

Es por tal estructura que Tenet ha descolocado tanto a gran parte de los espectadores, especialmente a aquellos que pidan una narrativa clásica. Ciertamente, todo el mundo es sospechoso de traición, como en toda película de espías. Pero desconocemos las motivaciones y objetivos tanto de supuestos héroes como de supuestos villanos, no comprendemos sus métodos y, además, se nos despista con teorías físicas más incomprensibles que las de Interestellar (íd., Christopher Nolan, 2014). No sabemos, tampoco, quiénes son aquellos que (aparentemente) defienden el mundo y, finalmente, no se dará gran valor a los motivos que mueven a los que atacan nuestra existencia. Las paradojas científicas que justifican sus acciones descolocan aún más a los que tratan de organizar el hilo narrativo en su cabeza.

El tenet de Nolan

Nolan plantea su obra, su principio (tenet en inglés) en dos sentidos. El más simple, y disfrutable, el de diversión blockbuster. Y, de modo más elaborado, en un segundo plano, la relatividad del tiempo y la puesta en escena de la misma. Como un nuevo eslabón en una filmografía que analiza el desarrollo del tiempo y de su representación, incluso, mediante el montaje. Hemos citado ya a Memento, de modo inevitable. Pero también hay que referirse a lo experimentado en Origen dónde cada profundidad de sueño tenía un ritmo distinto y le permitía elaborar diversas narraciones en paralelo, en un crescendo de tensión que era convergente para todas ellas. O en Interestellar, en la que la diferente vivencia del tiempo entre los astronautas que viajan a distancias infinitas de la Tierra y los residentes en la misma le permitía establecer dos narraciones paralelas e interconectadas que también se vinculaban en el clímax. Dunkerque (Dunkirk, Christopher Nolan, 2017), por su lado, desarrollaba tres anécdotas sucedidas en tiempos distintos pero que culminaban en el mismo lugar al mismo tiempo.

Tenet

Difícil ir más allá en esta experimentación aunque no dudo que un autor capaz de plasmar una idea tal en imágenes será capaz de sorprendernos de nuevo. Si el tema de la identidad ha sido también crucial a lo largo de su filmografía (en las obras coescritas con su hermano Jonathan, básicamente), desde Following a Memento, pero también de El truco final (The Prestige, Christopher Nolan, 2006) a la trilogía de Batman, su apuesta por no dar identidad al protagonista de Tenet, y referirse a él con esta denominación (es más, hacer que el personaje se refiera a sí mismo como “el protagonista”) adquiere características  metacinematográficas. Más allá de una continuación de la trama (algo que sería plausible para otro director), la apuesta sentada en Tenet puede marcar una nueva orientación en la filmografía del director. Nolan quiere ser el protagonista de su propia filmografía.