Sitges 2020. Volumen 3

Singularidades

Algunas obras no permitían englobarse en ninguna categoría común y, aun así, merecen un comentario destacado por su singularidad y por su calidad.

Last words se proyectó el primer día de festival, no fue ni mucho menos la película más vista pero fue para quien esto firma la más interesante de todo el festival. La película de Jonathan Nossiter fue despachada por algunos como una versión apocalíptica de Cinema Paradiso pero, a pesar de compartir con aquella el uso de clips de muy diversas obras, su objetivo va mucho más allá. Last words arranca con una crónica del fin del mundo narrada por Kal, el último hombre vivo, un adolescente que cuenta su historia a cámara. África se ha hundido bajo las aguas de un tóxico mar rojo, Reino Unido y Estados Unidos están desapareciendo y el caos ha transformado Europa en un páramo árido. Tras un arranque frenético, Nossiter lanza a Kal a la  búsqueda de un incierto grial en una filmoteca italiana. Será allí dónde encuentre a Shakespeare, ese oso encarnado en actor que es Nick Nolte, y dónde descubra el cine. Nolte, en una de sus encarnaciones arrolladoras, le hablará a Kal del cine, del arte y de la memoria. Y es a partir de aquí cuando Nossiter empieza a desarrollar una obra que avanza a varios niveles simultáneos, meditando sobre el cine como memoria, el cine como diversión y, también, sobre la evolución del séptimo arte. Entre imágenes de clásicos del cine y películas comerciales, entre los rostros de Chaplin y Bud Spencer, este peculiar Shakespeare contará a Kal porque existía el cine y, junto a él, fabricarán celuloide para grabar las últimas imágenes de la Tierra. No conociendo Kal ni sociedad alguna, ni sexo ni arte, debatirá con él los motivos por los que la humanidad creó diversas obras. Tal vez fuera, comentan, simplemente para llenar el tiempo entre el nacimiento y la muerte. Pero Nossiter no se queda allí y, en un giro del guion, evita la muerte de ambos haciendo que busquen un supuesto refugio cercano a Atenas. Será en un improvisado campo de refugiados dónde Shakespeare y Kal se integrarán, en un mundo donde la gente cohabita sin relacionarse hasta que sea el cine el medio que desarrolle un incentivo que, por menor que sea, da sentido a la supervivencia diaria e inicia una sensación común en todos los individuos. Diversión si, nos dice Nossiter, pero también testimonio. A los pocos cientos de supervivientes, el celuloide fabricado previamente, les permitirá la oportunidad de dejar huella antes de desaparecer y, también, elaborar un conjunto de historias que describan lo que fue la humanidad. Last Words nos afecta pues directamente porque nos interroga sobre nuestro papel en una sociedad que cada vez se asemeja más a un inmenso campo de refugiados en el que nuestras penas nos aíslan nuestros semejantes y dónde la cultura se desvanece progresivamente. Es, curiosamente, a pesar del triste mensaje que nos hace llegar, una obra que encierra, de algún modo, un atisbo de esperanza. Es sin ninguna duda una obra a revisar si no sucede como en ella y el “virus de la tos” acaba con todos.

Sitges 2020

Last Words

Lech Majevski sorprendió con su adaptación cinematográfica de El molino y la cruz, cuadro de Brueghel que sitúa la pasión de Cristo en un amplio valle lleno de personajes. Más allá de una recreación fiel mediante ambientación y fotografía, Majevski desarrollaba diversas historias que tenían a algunos personajes del cuadro como protagonistas. La insólita Valley of the gods entremezcla tres historias que irán conectándose y cuya fuerza radica en la potente puesta en escena, más allá de los escenarios naturales o fabricados en los que se desarrolla. Está en primer lugar, la historia de John Ecas, escritor a sueldo de la compañía Tauros, que abandona su puesto como publicista y se retira a un punto aislado del navajo Valle de los dioses para escribir. Tenemos por otro lado a los navajos defensores de la naturaleza y enfrentados a  la compañía Tauros que pretende explotar el uranio de sus tierras. Finalmente, las dudas vitales y metafísicas de Wes Tauros (John Malkovich), multimillonario que vive en su particular Xanadú, un palacio en lo alto del mundo dónde alberga locuras, invitados y prisioneros. Las historias se entrecruzan sin buscar moraleja final pero poniendo en evidencia las desigualdades sociales y la incongruente relación que mantenemos con la naturaleza. Mientras los navajos son arrinconados en un trozo de desierto dónde se les facilita el alcoholismo y amenaza la esterilidad, Tauros es un auténtico dios en la Tierra que se permite disfrazarse de mendigo para bajar a ras del suelo y observar la vida cotidiana o invitar a cientos de personajes a fiestas extravagantes que incluyen Rolls Royce catapultados al vacío (un ejercicio algo semejante al que otro divino, Jeremy Irons, ejercía en su rol de Ozymandias en la serie Watchmen). Simbólicamente, pese a su esterilidad natural, los indios llegarán a inseminar la Tierra que dará a luz un niño de piedra que puede derrotar la industria del magnate. Mientras tanto, Tauros, convencido de haberlo conseguido todo (no sólo fortuna sino posibilidad de convencer a otros semejantes a encerrarse en los sótanos de su mansión) pasa de sus impolutas habitaciones (que, mediante la presencia de Keir Dullea como su impecable mayordomo, se asemejan sobremanera a las salas a las que llega el astronauta al final de 2001) a una faraónica tumba. En unas y otras situaciones, Majewski logra obtener auténticos tableaux vivants, con los personajes dispersos en la inmensidad de los territorios navajos o acumulados en los jardines y estancias de Taurus. En cuanto a Ecas, verá sus notas y su texto finalmente dispersos por el viento, en una alegoría más de la banalidad de nuestros actos pero, simultáneamente, evidenciando que todas las historias comentadas pueden ser el resultado de la imaginación del escritor.

Y con mucho menor presupuesto pero ambición aun mayor Alejandro Fadel ha elaborado  en 6 días de rodaje y 4 años de edición El elemento enigmático. Obra iniciada, según el propio director como un proyecto entre amigos, se fue transformando en un proyecto conjunto con el músico Jorge Crowe que debería exhibirse junto a la música en directo. El deambular de un personaje que vestido como motorista o astronauta aparece en las laderas de los Andes y que posteriormente se triplica, va acompañado por una música hipnótica que consigue atraer la mirada del espectador. Una banda sonora que utilizó elementos naturales y un sonido directo envuelve el misteriosos deambular de los personajes en medio de la nieve. Fadel acompaña las imágenes con subtítulos que corresponden a diálogos de la obra Libertad total de Pablo Katchadjan y que ironizan sobre la capacidad del ser humano de reconocer o disfrutar de la libertad, algo que acabó por descolocar a todos los espectadores de la sala. Fadel defiende que la obra no es hermética, sino que permite la interpretación o el disfrute del espectador a partir de los elementos minerales de la montaña que permiten aislamiento o abstracción. El elemento enigmático resulta ser una película próxima al fantástico aunque sea de modo esquivo y tal vez su aparición en un festival como el de Sitges no era lo más adecuado (pese a la merecida mención que recibió por el jurado de Noves visions) para reconocer su valor. Sea en la exhibición actual por plataforma o en el deseado junto al concierto en vivo, El elemento enigmático puede ser no sólo enigmático sino atractivo y disfrutable.