Bello y perdido
Hace unos años tuvimos oportunidad de comentar en estas páginas Bella y perdida (Bella e perdutta, Pietro Marcello, 2015) una película dónde se entremezclaban el documental, la fantasía mitológica y la denuncia por los abusos de la Camorra. Era una singular road movie protagonizada por una búfala y que pasó desafortunadamente inadvertida en la cartelera.
Demasiado perdida, entre tanto abrir y cerrar pantallas que la pandemia ha causado, este Martin Eden recoge la voluntad de Marcello ya manifiesta en Bella y perdida de vincular realidad y ficción, pasado y presente. El director de Caserta se asocia con el napolitano Maurizio Braucci con quien ya trabajara en Bella y perdida y que fue, por su parte, guionista de Passolini (Abel Ferrara, 2014), Calabria (Anime nere, Francesco Munzi, 2014) y Gomorra (Matteo Garrone, 2008). Entre ambos toman la novela de Jack London para crear una adaptación que salta de tiempo y de géneros sin temor a la fractura narrativa o a momentáneos desconciertos de un espectador al que se pide una implicación casi política. Es esta versión en la que Martin Eden pasa de ser un marinero sin estudios a un esforzado escritor de poemas y posteriormente un teórico anarquista. Sin contemplaciones, Marcello desarrolla una historia tan ágil como densa en su complejidad y retrata sin contenerse todos los claroscuros de Martin Eden. De este modo el inocente marino que quiere ser poeta, sueña con una novia aristócrata. Sin embargo, tras compartir cenas fastuosas y debates políticos, en cuanto la conquista, la arrastra a observar los barrios miserables que él ha conocido siempre. En una escena memorable, Martin y Elena recorren las callejuelas llenas de trabajadores, borrachos y tipos sospechosos al ritmo de músicas que nos son contemporáneas y situándoles en las calles actuales de Nápoles. La presencia de elementos de nuestra realidad, mezclados con las referencias a las manifestaciones sindicalistas y socialistas de primeros de siglo XX ponen de manifiesto la vigencia, sino de las pretendidas soluciones políticas, sí de las lacras que nos acompañan secularmente, que algunos pretenden ignorar y que muchos no hemos sabido resolver. Los saltos temporales y los cambios de tono (de la narración de aventuras al melodrama, de éste a la historia política y, finalmente, al biopic), el uso de elementos anacrónicos, visuales o sonoros, lejos de constituír simples caprichos se revelan herramientas muy valiosas para poner en evidencia que el debate permanece a través de los tiempos, la lucha por el bien común frente a la opción de limitarse a la zona de confort propia. La elección entre comodidad y riesgo se decanta a favor de Martin Eden y Pietro Marcello en esta propuesta cinematográfica que resulta ser una de las más valiosas y también atrevidas de los últimos años (como son, sin duda, las obras que en el top de este año han derrotado a la pandemia lideradas por Kaufman, López Carrasco, Costa, Lapid, Glazer, Bonello, como deben ser las obras de arte).
Al final, después de numerosos saltos temporales, Marcello propulsa a su personaje y nos lo muestra con un cristal deformante. Martin Eden, el poeta ácrata, el amante, el revolucionario, es un escritor intratable a quien sus exitosas obras permiten vivir en la opulencia y que contempla con poca melancolía los recuerdos de su pasado. El abrupto cambio de las últimas secuencias descoloca completamente al espectador. ¿Dónde está el Martin Eden que hemos conocido, el héroe conflictivo que nos ha descrito Marcello en las imágenes anteriores? ¿Qué ha sucedido?… Pietro Marcello y Maurizio Braucci no dan (por fortuna) una explicación. Es el “rise and fall” de Martin Eden y es al espectador a quien le corresponde completar los huecos. El narrador nos ha dado pistas suficientes para que, como Martin Eden quería en sus buenos tiempos, nos comprometamos buscando respuestas.