69 Festival de San Sebastián. Volumen 3

Esta edición del Festival de San Sebastián se abrió arrastrando la polémica del Premio Donostia concedido a Johnny Depp y se cerró igualmente con polémica por un palmarés que gustó a muy pocos de los cronistas desplazados a la capital guipuzcoana, fatídicamente combinado con la abrumadora presencia femenina en el jurado y entre los premiados. Circunstancia perfecta para aquellos que se traen su discurso misógino preparado desde casa, pero trampa de difícil resolución para muchos otros, si no quieren acabar metidos en el mismo saco.

Las acusaciones y argumentos esgrimidos estos días nos llenan de preguntas. ¿Se puede criticar un palmarés con la vehemencia de otras ocasiones cuando el jurado es mayoritariamente femenino? ¿Es paternalista hacerlo o quizás lo paternalista es dejar de hacerlo? ¿Es posible que el género dominante en el jurado haya determinado en alguna medida, por pequeña que sea, el género dominante en el palmarés? ¿Es machista quien piensa que pueda existir esa posibilidad? ¿Sería tanto problema así todo que ese jurado mayoritariamente femenino hubiera decidido hacer una declaración de intenciones con un palmarés por una vez abrumadoramente femenino? ¿Y sería a su vez tan grave si a alguien no le pareciese bien este supuesto proceder?

Si las respuestas quizás no son tan obvias como pudieran parecer, o levantan más ampollas de lo que sería esperable, es porque estamos todavía muy lejos de la igualdad de género en los festivales de cine, y ya no digamos en el resto de la sociedad, problemática que han recogido varios títulos programados este año en Donosti.

Mujer y violencia

Es difícil afrontar los horrores que se producen en Noche de fuego sin caer en la explotación sentimental del dolor y sufrimiento de unas víctimas indefensas. En esta historia ambientada en el México rural donde las jóvenes son regular e impunemente secuestradas, Lucía Puenzo opta por mostrarnos el miedo con el que tienen que convivir necesariamente los personajes, de hecho instrumento básico de supervivencia, y dejar esos horrores fuera de campo, apenas sugeridos por una puerta entreabierta, por la sensación de amenaza que produce el rugido de las camionetas pickup que se aproximan, que la excelente columna sonora del film asemeja a un terremoto. Los personajes cultivan de hecho el sentido del oído ante todo lo que les rodea, como animales acechados, y las chicas fantasean con la comunicación telepática, como si sintieran una inconsciente necesidad de mantenerse en contacto ante el peligro. Los hombres están visiblemente ausentes, siendo más bien parte del problema, de esa guerra a dos bandas entre narcos y ejército cuyas principales víctimas son una población con la cual nadie se compromete a largo plazo. Con un estilo naturalista en el cual la cámara se mueve junto a los personajes, Puenzo consigue trazar un relato íntimo y vibrante, capaz de impactar desde la nobleza de intenciones.

Festival de San Sebastián

Noche de fuego, de Lucía Puenzo

En el film georgiano Unclenching the Fists, la violencia no es tanto una cuestión de amenaza externa, sino que ya procede directamente de la familia. Así, Kira Kovalenko construye una obra asfixiante para describir la asfixia de la mujer en el mundo masculino, y donde la asfixiada es una joven a quien su padre tiene sometida en un régimen casi carcelario. Su estado de dependencia se hace físico a través de las heridas sufridas en la Masacre de Beslán, donde ella fue una de las víctimas y que le han dejado secuelas muy serias de las que todavía necesita operarse, ante la oposición paterna. Su esperanza para escapar de la situación en la que vive es su hermano mayor, independizado, que regresa a casa de visita para el cumpleaños del padre. En realidad, es una esperanza cifrada igualmente en términos masculinos y no exenta de cierto halo siniestro, que traslada la enfermiza posesividad paterna a la sugerencia incestuosa con el hermano. Kovalenko quita aire y espectro cromático a sus personajes con una puesta en escena en la que recurre a la cámara en mano para acercarse a ellos y transmitir sensación de aprisionamiento. Las intenciones son inequívocas y por eso resulta muy redundante que, llegado un punto, la protagonista le diga a su hermano que huele igual que su padre. Para compensarnos, la escena final, en la cual la imagen pierde toda solidez hasta su disolución final, resulta bastante sugerente, con una posible lectura política en la cual Rusia y la República de Osetia del Norte funcionarían como trasuntos del padre y el hermano respectivamente.

Festival de San Sebastián

Unclenching the Fists, de Kira Kovalenko

De vuelta a Latinoamérica, Inés María Barrionuevo da continuidad en Camila saldrá esta noche al gusto del cine argentino y al suyo propio por retratar la adolescencia femenina, fijando su mirada en una chica librepensadora que se ve obligada a cambiar de centro escolar para entrar en uno religioso. Sus cuitas familiares, amorosas y políticas ante dicha institución (coercitiva) van tejiendo el devenir argumental de la historia. El problema del film es que todos sus conflictos acaban siendo muy ingenuos y diáfanos, Barrionuevo apuesta por una obra militante a pecho descubierto y cae en la ingenuidad y el didactismo mientras dibuja unos personajes arquetipos y maniqueos hasta en el físico, sea su pareja de amigos —él gay, por supuesto— o el principal villano de la función, que además de la maldad que ya acarrea tiene un pequeño rol religioso para resaltar su hipocresía, ejemplificando así la de gran parte del mundo creyente, que incluye al propio centro educativo. Es una pena porque la directora argentina demuestra de nuevo su habilidad retratando a sus criaturas, explorando sus miradas en un logrado ejercicio de intimación, capturando el pulso humano que late bajo unas acciones, eso sí, tristemente telegrafiadas.

Camila saldrá esta noche, de Inés María Barrionuevo

Siguiendo en Argentina, Claudia Llosa nos ofrece en Distancia de rescate la adaptación de la prestigiosa novela de Samanta Schweblin, un título donde la problemática de género está más bien sugerida. “La importancia está en los detalles”, repite incesante uno de los personajes de este thriller. Y ahí se aplica la directora peruana, en hacer del fragmento algo más que el todo de esta historia con ribetes fantásticos sobre maternidades y migraciones de almas. La visita de una madre y su hija a la casa de campo del abuelo fallecido se presenta mediante un alambicado dispositivo narrativo, recurriendo a una suerte de limbo que ya avanza desgracias a ocurrir; igual que la inicial llegada al celebratorio ritmo del Ain’t Got No, I Got Life de Nina Simone —que ya nos da pistas sobre el enfoque feminista, cuando además la cría se llama también Nina— es interrumpida por un amenazante perro que se abalanza sobre el coche. Siempre lo tierno, brillante, seductor o bucólico se ve interrumpido por la inquietud, la consciencia de que algo va a pasar. El esplendor de la naturaleza y los cultivos esconde el peligro, igual que el primer término de la imagen, y este film es generoso en planos detalle, a veces nos distrae de lo que sucede en el fondo de sus calculados encuadres, como hace explícito su manido clímax digno de un thriller de baratillo. Ese falso esplendor también podría extenderse a las dos familias que protagonizan la película, en las cuales el padre es un elemento ausente, o al menos que renuncia a su rol de progenitor hasta el mismo cierre de la película, mientras que ellas asumen una maternidad obsesiva seguramente como factor equilibrante. Pero a pesar de las lecturas que se puedan extraer, del empeño de Llosa por crear un entramado de imágenes sensoriales de vocación inmersiva, cuanto más avanza el metraje más van emergiendo las convenciones genéricas de una historia que no justifica semejante hipertrofia narrativa, un dispositivo que parece creado para intentar colarnos gato por liebre.

Distancia de rescate, de Claudia Llosa

La sensación de irrealidad y extrañeza que matiza Distancia de rescate se dispara en Earwig, lo que no sorprende conociendo los precedentes de su directora Lucile Hadzihalilovic. Sus films siempre construyen universos herméticos regidos por extrañas leyes que someten a sus criaturas a sórdidos designios, y este caso no es diferente. Un hombre mantiene encerrada en una casa a una niña, siguiendo los órdenes de alguien a quien deberá entregársela. Sin apenas diálogos, el film se levanta sobre liturgias cuidadosamente mostradas por la directora, especialmente las relacionadas con los dientes de hielo de la niña, liturgias envueltas en una atmósfera claustrofóbica y enrarecida, con escasa contextualización temporal —parece mediados del siglo XX—, con la recurrente presencia de sueños y recuerdos y la progresiva irrupción del latente fantástico. Los encuadres son muy precisos, entre la rectangularidad y la opresión de un sistema implacable. No es fácil encontrar sentido al relato que propone Hadzihalilovic, pero sí sugiere una suerte de canibalismo masculino que acaba devorando aquello que le rodea.