El mal español o el buen austrohúngaro
No deberíamos dejar pasar el centenario del nacimiento de Luis García Berlanga sin ver alguna de sus obras. Y, apuntando algunas bromas privadas, complementar los visionados con la lectura de El último austrohúngaro, conversaciones con Berlanga, reeditado (Alianza Editorial, 2020) para asombro de los aficionados a su cine y para descubrimiento de aquellos más jóvenes que no se han aventurado en sus secuencias. Adaptación de un libro escrito a cuatro manos por Manuel Hidalgo y Juan Hernández Les en 1981, Hidalgo (tras la muerte de su compañero) añade a las entrevistas con el autor, que mantuvieron en 1979 y que constituían el libro original, una serie de comentarios sobre las postreras películas de Berlanga, así como un resumen de la biografía del autor y las fichas técnicas de su obra.
Pronto se hace evidente, no obstante, que El último austrohúngaro es un libro de colegas, fruto de la admiración de un par de críticos veinteañeros con un veterano pícaro que goza de la admiración de los jóvenes y comenta con cierta indolencia su trayectoria, personal y profesional.
Para todo aficionado al cine, El último austrohúngaro tiene, ciertamente, un interés en cuanto recoge las técnicas, intereses y obsesiones de Berlanga y su creación. A lo largo del libro, se comentan las técnicas (y las manías) de rodaje de Berlanga. Se habla de su respeto por el resto de profesionales, su pasión por el doblaje evitando el sonido directo (para manipular la realidad), por las elipsis y los travellings, por el uso del plano secuencia (como mecanismo de defensa, por comodidad, tal y como él mismo confesaba) y su convicción de que los guionistas pueden elaborar una lógica narrativa que se insertará en la magia del rodaje. Una magia que busca con naturalidad, renunciando a reelaboraciones técnicas mediante lentes aunque sí prefiere trabajar el sonido.
En el análisis de sus obras, destaca su visión continua de un enfrentamiento entre sociedad e individuo, al que considera tan culpable de los males de la primera por tanto que miembro de ella. Relevante es su relación con Azcona que, si bien refuerza el miserabilismo, tiene la capacidad, según refiere el propio Berlanga, de otorgar más ternura a los personajes.
En las conversaciones mantenidas en distintos días, Heredero y Hernández consiguieron que se extendiera en explicaciones sobre su relación con Bardem y sus inicios conflictivos en el rodaje de Esa pareja feliz, aunque es algo parco en las referencias a los rodajes. Se extiende algo más, por fortuna, hablando de la deliciosa Bienvenido, Mister Marshall, de la que cuenta diversas anécdotas y niega versiones políticas y, sobretodo, de su obra maestra, El verdugo. La interpretación que se hiciera de su cine dio pie a una reveladora anécdota puesto que él y Azcona fueron simultáneamente acusados de franquistas y de antifranquistas y que el propio dictador le acusó de ser un mal español.
Me gusta mucho más el ruido que los colorines.
Hay sin embargo una parte de la personalidad de Berlanga que le pondría hoy en entredicho, a él y a su filmografía, en una sociedad que huye de los grises y se refugia en el blanco y negro de la corrección política. Su manifiesta y reivindicada misoginia y sus comentarios que hoy serían clasificados directamente como expresiones de vulgaridad machista (en todos los casos de separación que conozco ha sido la mujer la que más ha roto los cojones) le habrían limitado, de haber seguido en vida, continuar las cintas en la vena ácida, sarcástica, que impregnó sus obras y, muy especialmente, en la última fase de su vida laboral.
No resultó un director fácil, flagelando la sociedad del PSOE como antes hiciera con los chaqueteros y franquistas camuflados. Puede que sus últimas obras fueran devaluadas tanto por motivos de calidad como por las puyas que lanzara contra aquellos que unos años atrás le defendieran. En ese sentido, alguna declaración que aparece en el libro parece justificar toda su filmografía y, a la par, el discreto eco que tuvo al final:
Yo, lúcida y racionalmente, soy un hombre que está en contra de la sociedad burguesa, soy un hombre que está absolutamente a favor de la irresponsabilidad, del libertinaje. Un sadiano puro. En cambio, mi subconsciente, mi tripa, es un angelito, una monja de la caridad (…). Al decir que esta sociedad es una mierda, yo no sé si he insinuado alguna alternativa de solución global o si he aportado algún pensamiento constructivo. En alguna ocasión he dicho que mi cine y yo navegamos en el mismo barco de esta sociedad. Lo que yo hago es, dentro de ese barco, mear siempre en el mismo sitio, de manera que quizá llegue a abrir un agujero que termine hundiendo el barco.
Quizás baste esta reflexión para cerrar el comentario y, una vez más, volver a la obra fílmica de tan peculiar austrohúngaro.