El intérprete británico Malcom McDowell, rostro de Alex, el psicópata protagonista de La naranja mecánica (1971) de Stanley Kubrick, ha estado en Valladolid durante la 66 SEMINCI. Este año se cumple el cincuenta aniversario de la película, pero además McDowell ha participado, como narrador, en un interesante documental español, La naranja prohibida, realizado por Pedro González Bermúdez para el canal TCM. Esta obra recuerda de modo preferente el convulso paso del filme por la Seminci en 1975, pocos meses antes de la muerte de Franco, y en medio de un clima de expectación y escándalo por la censura de la que era objeto la película.
Más allá de ofrecer un homenaje a la película de Kubrick, lo verdaderamente interesante del documental es su habilidad para profundizar en la sociología del tardofranquismo, en el conflicto generacional entre un sector estudiantil deseoso de romper con el pasado y la pervivencia de las esencias de la dictadura. Se relata así, con bastante detalle y precisión, incluyendo testimonios de algunos protagonistas, el cierre de la Universidad de Valladolid en 1975, decretado por el ministro de Educación ante las crecientes protestas, o la fuerza de la lucha sindical antifranquista promovida desde las industrias periféricas de la ciudad. De este modo, la película supera su condición de making of sofisticado, o de documental hagiográfico, para erigirse en un buen documento, con algunas imágenes de archivo muy interesantes, que tiene un calado político que llega incluso a plantear (aunque sea con las intervenciones algo artificiosas de unos adolescentes) una pregunta más compleja, que pone el dedo en la llaga sobre las diferentes formas de censura actuales basadas en el imperio de la corrección política. Además, el documental introduce impagables anécdotas, como la que se centra en la existencia de la película, Una gota de sangre para morir amando (1973), subproducto español que imita al filme de Kubrick tratando de aprovechar el morbo generado, dirigido por Eloy de la Iglesia, con guion nada menos que de José Luis Garci y con Sue Lyon —la Lolita de Kubrick, precisamente— como protagonista, en una versión femenina de Alex.
El impacto actual del filme de Kubrick sobrevuela sobre la entrevista concedida por McDowell. El actor, que cuenta con 78 años, y que tiene en su haber más de doscientas cincuenta interpretaciones entre cine y televisión, sin contar su amplia carrera en los escenarios británicos, acusa las arrugas pero tiene un ademán juvenil y una mirada pícara, algo delirante. Con amabilidad y una paciencia notable, convertido en la estrella del primer día del festival, aguanta un maratón de entrevistas con preguntas recurrentes sobre la obra que le encumbró y que en cierto modo le sepultó, pese a que en su haber se hallen múltiples filmes dirigidos por grandes autores como Lindsay Anderson, su descubridor y uno de los padres del Free Cinema, Joseph Losey, Richard Lester, Paul Schrader, Blake Edwards o Robert Altman.
Antes de La naranja mecánica, tras su experiencia en el teatro y la televisión, usted rueda su primer filme con Lindsay Anderson, el clásico británico If ¿Cómo se produjo ese salto al cine?
Estaba trabajando en el Royal Court Theatre en Londres, haciendo una versión contemporánea con la gente vestida al modo pop de Noche de reyes, de Shakespeare. Mi agente me dijo que debía conocer a un director que preparaba una película sobre una revuelta en un colegio. Fui a la audición y tuve una conversación con Lindsay Anderson. Nos caímos bien. Me preguntó en qué andaba y le conté lo de la obra de Shakespeare en clave pop dándome importancia. Me dijo: “Suena horrible”. Me quedé totalmente chafado. Yo era un actor que empezaba y para mí el Royal Court era importante. No cualquier actor llegaba a actuar allí. A mí me emocionaba. Lindsay siguió preguntando: “¿Quién os dirige” y cuando respondí [McDowell elide el nombre de la directora teatral Jane Howell] dijo: “Ah, totalmente pretenciosa”. Según hablábamos empezaba a estar de acuerdo con él: “Tienes razón. No lo había pensado, pero todo es muy pretencioso”. Seguimos hablando de cotilleos sobre el Royal Court y de repente se hizo un silencio en la conversación y me dijo: “Por supuesto, sabes con todo lo que me estás diciendo que yo soy director en el Royal Court”. “No tenía ni idea”, dije, “Pero, entonces supongo que tendré el papel en la película”. Se quedó pensativo y respondió simplemente: “No necesariamente”. Y así empezó todo. Luego hicimos If y el resto de títulos.
Según se ve en el documental, su papel en If fue clave a la hora de que Kubrick le eligiera para La naranja mecánica, ¿cómo recuerda hoy su participación en la película?
Fue una experiencia notable rodarla. Descubrir cómo interpretar al personaje fue fascinante, una de las cosas más extraordinarias de mi carrera. Kubrick no me dio indicaciones concretas sobre el personaje. Me dijo que era yo el que debía descubrir cómo era Alex, el protagonista del libro y del guion. Lindsay Anderson, por ejemplo, sí que me explicaba toda la biografía previa del personaje.
Usted ha trabajado con grandes cineastas muy diferentes, no sólo Kubrick o Anderson, también con Losey o Richard Lester, ¿es muy diferente el proceso?
Sabe… aunque se suponga que los directores dirigen, a menudo ese no es el caso. Un buen director nunca dirige. Un buen director puede decir una palabra, dar alguna pequeña indicación, aquí o allí. Como actor, normalmente simplemente te lanzas. Ese es tu trabajo. Incluso cuando era un actor joven, cuando hice If, por ejemplo, recuerdo que todo era instinto, y eso pese que a Lindsay Anderson no era para nada instintivo, como Kubrick. Pero creo que seguir el instinto es lo correcto.
¿Cómo ve hoy desde la distancia y en el contexto actual el impacto de La naranja mecánica?
No sé si la gente sigue interesada en La naranja mecánica cincuenta años después. Pero tanto el libro como la película son muy complejos. Tienen la parte futurista, la estética, la ambigüedad, la música clásica, cuestiones que la hacen atractiva inmediatamente. La parte política, con las implicaciones del tratamiento Ludovico, de lo que se hablaba bastante al comienzo de los sesenta, de cómo se llevaban a cabo esos tratamientos en las prisiones de California, los libros sobre el tema del psicólogo B. F. Skinner, todo esto. Creo que muchas de esas cosas, como el debate sobre la libertad para elegir, continúan hoy. En mi experiencia, cada generación termina por encontrarse con la película. Los adolescentes en Estados Unidos vuelven a descubrir la película… Yo mismo no hago otra cosa que hablar de ella.
¿Podría hacerse hoy?
Probablemente no, pero porque necesitas a Stanley Kubrick y conseguir el dinero de un gran estudio. La Warner la financió sin saber de qué iba. No creo que nadie en Warner Bros. hubiera leído el libro. Si no leían los guiones, mucho menos un libro. La cuestión fundamental para que se hiciese la película fue que Stanley Kubrick estaba detrás. Y no se equivocaban, sabían que lo mejor con él era dejarle que lo hiciera a su manera. Simplemente dejar hacer al artista. Kubrick era una excepción. Creo que es un caso único, alguien capaz de hacer una obra maestra en casi cualquier género. John Ford es igual de grande, de un modo diferente. Pero él sobre todo hacía westerns. Bueno… hizo también otras películas extraordinarias. Es también una excepción… me encanta Ford, el gran John Ford. Pero, volviendo a Kubrick, no creo que el filme se hiciese hoy, pero no por su contenido político. Simplemente ya no se hacen películas como esta. Los grandes estudios solo hacen Marvel, películas de superhéroes: grandes presupuestos que se amortizan en un fin de semana y fuera de Estados Unidos todo son beneficios. Los buenos guiones están hoy en televisión, en las plataformas como Netflix, Amazon, etc. En realidad lo que cambia es solo el modo de entregar el producto al público, por eso no entiendo que se boicotee o se prohíba el cine de las plataformas en determinados sitios. Hoy todas las películas interesantes están hechas por ellos.
¿Pero cree que la incorrección política del filme se toleraría hoy?
Hay una cierta locura ahora en cuanto a la corrección política. No puedes interpretar a un personaje gay a menos que seas gay. No puedes interpretar nada a menos que lo seas. Es una locura. No tiene ningún sentido para mí. Limita mucho y es triste. Es difícil de decir. Pero claro, no es un tema sencillo. Verá, Estados Unidos es un país muy racista, es algo muy introducido en su cultura y que tarda mucho en desaparecer. Me preocupa realmente la situación política actual. A fin de cuentas es mi hogar. Me preocupa por mis hijos. No sé si la situación es peor aquí, desde luego no en Inglaterra, aunque ahora haya un mini Trump allí, que es un idiota. No sé por qué les gusta ese tipo, de hecho creo que en realidad no les gusta. Verá, hemos tenido suerte de sobrevivir en Estados Unidos. Hemos tenido cuatro años gobernados por un loco, que todavía sigue por ahí. Espero que podamos superar esa locura. Tener una situación más estable.
Por último, en relación, con la película que presenta en el festival ¿cómo llegó a participar en un documental español ambientado en Valladolid?
Pedro [González Bermúdez] llamó a mi agente. Yo estaba rodando una serie de televisión en Canadá. No sabía nada sobre lo que había pasado con el estreno de La naranja mecánica en España. Leí el guion y lo encontré muy interesante, dije que lo haría pero que habría que esperar porque tenía la boda de mi hijo y otros compromisos con la serie. Finalmente, encontraron en Canadá una sala de grabación y se hizo a distancia. Yo recibía las imágenes de Pedro y grababa la narración. Anoche vi el resultado y me parece un trabajo estupendo. La gente que ha encontrado Pedro es muy interesante y también los planos escogidos, en el teatro, y las protestas en la universidad. La cámara viaja sobre los pistas que quedan y se puede reconstruir imaginariamente lo que ocurrió. Espero que la película se vea y que se exhiba en otros festivales porque es suficientemente buena para ello.