No es difícil contentar a un público que se entusiasma con el tráiler de la nueva Scream (que podrían ver a la vez en Youtube) como si les hubiesen puesto la propia película en una sesión sorpresa en primicia mundial. En un festival como el de Sitges con tal volumen de títulos en su programación no es extraño que haya películas que se hayan podido ver antes en otros lugares, festivales o no y tampoco es extraño que en una sección oficial con casi cuarenta títulos haya algo de morralla, no digamos en las secciones paralelas, pero al final, teniendo en cuenta lo comentado, se venden entradas, y eso es lo que importa, como todo el mundo sabe. Reseñamos aquí algunos de los títulos más llamativos de entre los cientos que nos quedaban pendientes.
Son (Ivan Kavanagh)
Mucho mal rollo en una película que comienza en el mismo diner de todas las películas (por lo pronto juraría que el de Gunpowder Milkshake al menos es el mismo, pero si no lo he visto en diez películas no lo he visto en ninguna) con una joven embarazada huyendo de una secta (esto lo tendremos claro poco después, tras la elipsis de varios años, cuando los acólitos aparezcan para reclamar al hijo de Satán, aunque no queda muy claro cómo se han metido todos en su cuarto y por qué están posando como para una foto de familia cuando les descubre la madre, que se asusta un poco, más o menos como yo cuando comparan esta película con La semilla del diablo). Son es visualmente atractiva (siempre que como espectador nos atraiga lo malsano y lo suburbial) en su recreación de esa américa de moteles con pinta de que matan a gente (aquí no solo es la pinta) y en la exhibición del canibalismo profesado por el chaval, que aunque parezca una mosquita muerta tiene unos prontos muy preocupantes. Por lo demás, no sorprenden un giro previsible desde el minuto cero ni una trama que no se aprovecha demasiado de la posible ambigüedad de la historia y prefiere regodearse en el festín sanguinolento y en abundar ese mal rollo que da ver a un adolescente la mitad del tiempo con hematomas, costras y/o bebiendo sangre directamente de las vísceras de alguien, que tampoco es poco.
Caveat (Damian Mc Carthy)
Caveat es una propuesta minimalista narrada a base de planos fijos con mínimas excepciones. El protagonista sufre amnesia, y nosotros recordamos a la vez que él, es decir, contamos con la misma información que este, sin duda menos de la que necesitaría en su nuevo trabajo, demasiado bien pagado, al menos cuando «solo» consiste en cuidar de una adolescente con puntuales comportamientos extraños en una solitaria casa dentro de una isla. Una foto de un tiempo que no recuerda y lo que le cuenta su pagador no son suficiente para acercar el recuerdo de algo que quizá sería mejor no rememorar. Pero la joven, una casa con más de un secreto, y el entorno que al final resulta familiar van tirando poco a poco del hilo. Decir que algunos planos finales me remiten al cine de Tarkovski, aunque sea completamente cierto, es probablemente ir demasiado lejos, pues esta cinta no desprende ni el magnetismo ni el existencialismo que supura el cine de aquel, y su narración elíptica, fragmentada, por el citado problema de memoria de su protagonista, aunque no incompleta, es probablemente más interesante que su giro hacia el terror, que aún así, ni es efectista ni gratuito, pues no deja de servir como una forma de mostrar el sentir del peso de la culpa.
Seance (Simon Barrett)
Si dijésemos que nada es lo que parece en este slasher/whodunnit disfrazado de sororidad-en-el-colegio-embrujado estaríamos mintiendo, o al menos parcialmente, pero eso no es nada que no haga la mayoría de personajes en estos films, e incluso las personas en la vida real, así que aunque esté mal mentir lo diré, y a continuación lo desmiento: Es una de esas raras ocasiones en que el asesino resulta ser exactamente quién creemos que es, aunque por supuesto no sea tan sencillo (ni tan importante en realidad) adivinar el porqué, de eso ya se encarga el desconcertante, y a ratos ridículo, tramo final, que también contiene algún detalle gore de los que gusta aplaudir en citas como Sitges. Sigo pensando que lo que más me ha gustado es la música de Sicker Man (Tobias Vethake), que no ha inventado la rueda con su partitura, pero rivaliza con la presencia de Suki Waterhouse en su intento por hipnotizar al espectador. Aunque el debut de Simon Barrett al menos es entretenido, y eso ya es algo, la Seance buena sigue siendo la historia de fantasmas de Kiyoshi Kurosawa.
A Glitch in the Matrix (Rodney Ascher)
La nueva película de Rodney Ascher, responsable de la genial Room 237 y la interesante The Nightmare regresa con otro documental cuando menos curioso. Estamos convencidos de que la realidad en la que vivimos es la que es, y no se trata de una simulación estilo Matrix, ¿correcto? La película intenta sembrarnos la duda al respecto (aunque la narración de Joshua Cooke en el tramo final invita a no tratar de comprobarlo). En mi caso no lo consigue ni de cerca pero lo de menos es el fondo de estas teorías conspiratorias. Después de ver tantos documentales con una puesta en escena tan plana que hace que uno se aburra aún cuando lo que te están contando sea interesante y/o emocionante, lo importante cuando hablamos del cine de Ascher, y este caso concreto no es una excepción, no es solo lo que nos cuenta, sino también cómo está contado. El discurso de Philip K. Dick (donde se le puede tomar por un loco o un genio visionario, o quizá ambas cosas) que vertebra toda la obra sirve perfectamente para contextualizar, y después cada una de las narraciones de los entrevistados son aderezadas con material de archivo de la filmografía basada en la obra de este (Desafío Total, Blade Runner, A Scanner Darkly…), de la propia Matrix de la que surge el título y la idea principal del film, de películas o series relacionados con el tema (El mago de Oz, El show de Truman, Rick y Morty…), intervenciones de algunos de los defensores de estas teorías, entre los que se incluye el gurú Elon Musk, e incluso dramatizaciones de dichas historias, la mayoría virtualizadas, pero también algunas de forma más realista. Un trabajo titánico de montaje para un título muy entretenido que aunque no nos convenza de la tesis que plantea puede llegar a hacernos pensar en algunas cosas que de otra forma no se nos habrían pasado por la cabeza.
Werewolves Within (Josh Ruben)
Una película de hombres lobo basada en un videojuego debería ser win-win desde el principio. El film de Josh Ruben tiene un buen ritmo y durante sus primeros compases se ven con agrado las pesquisas del agente desplazado Finn Wheeler (Sam Richardson) tratando de descubrir quién es el hombre-lobo del pueblo (o mujer, hay un chiste al respecto, qué le vamos a hacer) como si el guion hubiese sido parido por Agatha Christie, que en el fondo es también el espíritu del juego, similar en su planteamiento al bastante más famoso Among Us. Un sentido del humor muy centrado en este torpe agente, en lo amoroso (con una química con Milana Vayntrub que funciona bastante bien), y eso que se la ponen como a Felipe II (aunque tenga truco), y un misterio que va perdiendo interés a medida que aumenta la pila de cadáveres y que quizá al final no resulta ni misterioso ni sorprendente, más bien todo lo contrario, ayudando a dotar de sentido, reconstruyéndola, a la parte más inverosímil de lo visto hasta entonces.
Demonic (Neill Blomkamp)
Es de suponer que mezclar realidad virtual con posesiones demoníacas y exorcismos debió parecerle una buena idea en algún momento a Neill Blomkamp y se decidió a escribir y dirigir esta cinta donde hay cibersacerdotes cazadores de demonios camuflados de avanzados investigadores médicos (sí, en serio). Visto el resultado final se me ocurre que podría haber salido algo interesante pero la realidad es que la película, más que flirtear con el ridículo (algo que puede ser tolerable si resulta convincente en algún aspecto, y aquí podríamos considerar el indudable poder visual de alguna de sus imágenes, o alguna secuencia inquietante como la visita nocturna de Sam), se dedica a copular con él durante todo el metraje sin el menor signo de pudor, con momentos interpretativos que harían enrojecer a Nicolas Cage y una trama tan delirante (repleta de absurdos y deliciosos detalles como la daga de mil años del Vaticano, única capaz de matar al demonio) como poco convincente.
Prisoners of the Ghostland (Sion Sono)
Sion Sono con el piloto automático es mejor que muchas cosas pero en esta ocasión se aleja de sus mejores trabajos como son la metamórfica Exte: Hair Extensions, la monumental Love Exposure, las excesivas Cold Fish o Why Don’t You Play in Hell, la turbia Guilty of Romance o la locura hiphopera de Tokyo Tribe. La búsqueda de un esteticismo continuo resta autenticidad, da una sensación de que nos encontramos ante un estilo impostado que a lo mejor hace una o dos décadas me habría obnubilado y, de haberla visto entonces, quizá todavía estaría alucinando con el despliegue de su puesta en escena. Con esto quiero decir que a lo mejor el problema es mío, que ahora me gustan otras cosas que las que me gustaban hace demasiado tiempo ya, pero también que puede que la odisea de Nicolas Cage (más comedido que de costumbre) para rescatar a la hija del gobernador (un Bill Moseley en su perpetuo papel de hijo de perra sin escrúpulos, aunque aquí menos mugriento, en realidad todo lo contrario, que en los papeles que le dan Rob Zombie y compañía), en un argumento bastante deudor de los rescates carpenterianos internándose en una ciudad fantasma donde se encontrará también con su pasado, esté muy pasada de rosca (lo que no es malo) pero tan milimétricamente que la sensación es esa, que está todo hecho sin alma, de una forma rutinaria y desganada, a pesar del deslumbrante poderío visual y una fotografía muy trabajada de Sôhei Tanikawa que cuenta también parte de la historia. Y eso que el cartel está muy chulo.
Bloodthirsty (Amelia Mises)
No sé si será práctica habitual que el productor de un disco invite a su casa al artista cuando ni siquiera ha escrito o mínimamente pensado ni uno solo de los temas, de cara a trabajar juntos en la creación desde un comienzo, como si de un retiro espiritual se tratase. La protagonista, la artista, se lleva a su novia, celosa, no sea que Vaughn, una especie de Phil Spector pero que no fue condenado por asesinato (aunque sí acusado), tenga otros fines. Y los tiene, aunque no los que ellas se puedan pensar. La prota tiene alucinaciones en las que se ve transformándose en lobo y asesinando y comiendo seres vivos (¿quién no las ha tenido alguna vez?), y de cara a paliarlo Michael Ironside le prescribe unos medicamentos en una de sus dos breves escenas. La película de Amelia Mises yace sobre la licantropía pero da más peso a la relación de dependencia/poder que se va formando entre cantante y productor y los celos crecientes en la novia, centrándose más en lo psicológico que en lo físico, a pesar de algún momento singular como el del ratón (¡qué tierno!) o el montaje paralelo del desenlace (por cierto, para mi gusto las canciones dejan bastante que desear, sobre todo teniendo en cuenta las envidiables condiciones, si dejamos al margen esos detalles de las alucinaciones, en que se han compuesto). En las antípodas de aquella maravilla también licantrópica y lesbiana (aunque ambos films no tienen nada que ver esta dupla temática me lo ha recordado inevitablemente) que era As boas maneiras, del dúo brasileño Dutra y Rojas. Esta, en cambio, es ideal para la hora de la siesta.
The Boy Behind the Door (David Charbonier, Justin Powell)
El violento y desalentador arranque, y un primer tramo en el que el espectador sabe tan poco como los protagonistas, dos niños bastante ñoños (uno más que otro) con los que cuesta demasiado empatizar por más que se intente, no consiguen por sí solos mantener el interés de una cinta que se va desvaneciendo a medida que se va abriendo la trama y conocemos a dos de los secuestradores más torpes de la historia del cine. Todo es predecible y hay detalles hasta molestos, como la sorpresa del disparo final (aunque seguramente sea justificable porque en EE.UU. la policía siempre dispara por la espalda sin avisar), en esta película de enigmático título, que no me deja claro si hace referencia a la cita explícita y acomodaticia a El resplandor o se refiere a la puerta del armario que los dos jóvenes aún no se han decidido a atravesar, quizá porque todavía no tienen clara su identidad sexual.
Sound of Violence (Alex Noyer)
Al menos tres películas en esta edición han apuntado de alguna manera, argumentalmente hablando, sus intereses hacia el sonido: Tres, cuya fantástica premisa se centra en el retraso con el que le llega todo sonido a su protagonista o In the Earth, de Ben Wheatley, donde una científica loca experimenta con el mismo para comunicarse con la naturaleza. La tercera es este debut de Alex Noyer, que escribe y dirige, con un arranque prometedor: una joven sorda asiste al brutal asesinato de su madre a cargo de su padre, al que ajusticia a continuación, recuperando así el oído. Podríamos decir que descubre que «el sonido de la muerte» le resulta placentero, una especie de orgasmo sonoro. Años más tarde se dedica a la investigación del sonido, pero algunos de sus experimentos, que realiza para evitar quedarse sorda de nuevo, no los puede revelar a nadie. Hay que reconocer que la historia es cautivante y el catálogo de muertes muy ocurrente, lindando siempre con el ridículo pero a la vez jugando con ello y ofreciendo algo distinto, aunque fuera de esto la película no tiene mucho más donde rascar, y es una pena porque el tema de la experimentación con el sonido podría haber dado mucho juego. Aun así, el desenlace en la playa es también bastante memorable y deja un buen sabor de boca al conjunto.
Superhost (Brandon Christensen)
La frase cercana al final de «dar al público lo que quiere» viene que ni pintada. Desde su comienzo el film de Brandon Christensen no se esfuerza en disimular en ningún momento que eso es precisamente lo que va a desarrollar. La pareja protagonista no es que no despierte empatía en ningún momento, sino que provoca antipatía de continuo (algo que no ocurre por ejemplo en The Deep House, cuyos protagonistas se dedican más o menos a lo mismo, y sin embargo no son tan insoportables). Al principio no tenía claro si era algo buscado, pero en realidad lo que uno espera en todo momento es que algo malo les ocurra, lo cual no es muy descabellado pues suele ser la premisa en cualquier película del género, si bien lo normal es simpatizar un mínimo con la víctima, e incluso desear que salgan indemnes después de los dolores. Así, cuando estos dos vloggers que hacen videoreseñas de alquileres vacacionales se plantan en una enorme cabaña de lujo en medio del bosque, gestionada por una anfitriona de todo menos normal, me froto las manos. Cuando la prota reacciona ante la pedida de mano, me doy cuenta de que sí es buscada esa antipatía (lento que es uno), y con cada una de las excentricidades de la casera mi media sonrisa es inevitable y supongo que no debería quejarme de que se me ofrezca lo que deseo, pero es que el problema es precisamente ese, que un cine de género que debería buscar complacer a base de desasosegar e incomodar (algo que hace muy bien James Wan ya en los diez primeros minutos de Maligno, igual que lo hacía en Silencio desde el mal, por ejemplo), aquí lo haga sin mal rollo por en medio y de una forma tan facilona. Es como comerse algo sin haberlo cocinado, ¿se disfruta?, sí, pero no es igual.