Tres, de Juanjo Giménez

TresCódigo desconocido

Tres, segundo largo de Juanjo Giménez es una historia muy prometedora sobre el papel (no he podido evitar acordarme de La Cristina del futuro incluida en la antología ¡Universo! de Albert Monteys, con la que guarda ciertas similitudes) en la que seguiremos en todo momento a una editora de sonido que descubre que «está fuera de sincro», o dejando de lado el lenguaje que ella emplearía en su día a día en el trabajo, que el sonido le llega con retraso. El título internacional Out of Sync hace referencia a esto, mientras que el título en castellano es más ambiguo. Yo pensaba que hacía referencia al trabalenguas de los tres tristes tigres (o uno parecido) que la protagonista utiliza en algún momento, pero parece que no van por ahí los tiros, y ni siquiera su director parece poder explicarlo de forma demasiado convincente.

En determinado momento al principio del film nos parece evidente que le pasa algo relacionado con la audición, sin embargo no es hasta que le explica a la doctora lo que le ocurre cuando nos queda claro como espectadores. A partir de ese instante, Giménez nos pone en el pellejo de C (gran trabajo de Marta Nieto componiendo un personaje a caballo entre lo asocial y lo directamente borde, aunque su compañero, interpretado por Miki Esparbé, decida calificarla, en una sugerente secuencia donde seguimos junto a la protagonista su voz en off, y en diferido, con un moderado «seca») mediante el punto de vista y experimentamos lo que le ocurre directamente, consiguiendo la inmersión del espectador y su ubicación dentro de la narración. Probablemente nuestro desamparo inicial sea algo buscado consiguiendo así que experimentemos también cierta asincronía, lo que supondría un juego metanarrativo, de modo que después, analizando fríamente la película, le encontremos la virtud a lo que durante el visionado parecía una desafortunada decisión de puesta en escena: sobreexplicar cosas con diálogos que después se nos cuentan tan bien mediante imágenes y sonido (fuera de sincro). Del mismo modo, parece arbitrario el tiempo de delay, que la protagonista registra en un cuaderno donde observamos que va en aumento (también a través de la narración), y sin embargo en otros momentos parece que puede controlarlo a voluntad (cuando escucha la discusión en el trabajo respecto a su reincorporación poco después de, aparentemente, haber recuperado la sincronía; o al escuchar su propio nacimiento).

Tres

De nuevo a posteriori, al terminar la historia completa, con mayor visibilidad global y un desenlace bastante luminoso al respecto (donde entendemos que quizá su propio estado anímico es el que regula su asincronía, incluso en sentido inverso), nos damos cuenta de que a pesar de que estemos acostumbrados a la rigidez en ciertos códigos en el fantástico (los ocho minutos de Código fuente que no son siete ni nueve, solo por citar un ejemplo) no todo tiene por qué ser mecánico (menos aún en un trastorno de la realidad que no está claro, ni falta que hace, si es de índole neurológica, fantástica o directamente paranormal), y que los caprichos narrativos pueden serlo porque la vida es muchas veces azar, otras ensayo y error y otras simplemente una conjunción de elementos cuya coexistencia es difícilmente explicable, incluso con una perspectiva científica, si nos faltan hipótesis, axiomas o simplemente observación.

Así, como decía, la premisa inicial, si es conocida, puede generar unas expectativas previas que durante el desarrollo del film no se vean colmadas, y sin embargo al final nuevamente encontrar esa lógica interna consistente en dejarse llevar por el caos, o por un orden cuyos códigos desconocemos, concluyendo que es tan coherente como puede serlo algo de origen y naturaleza ignotos, y encontrando así un sentido a lo experimentado que tal vez se nos pudo escapar durante la propia experiencia (casi del mismo modo que damos, a posteriori, con la respuesta perfecta que teníamos que haber dicho en esa típica conversación/discusión en la que nos quedamos con la sensación de ser idiotas, y quedar como tales, por no haber sabido contestar en su momento, y es que a veces la respuesta perfecta no existe pues la vida consiste en tomar decisiones y es habitual equivocarse como parte del camino), solo antes o después de su visionado. Y ese puede ser su mayor problema, que no es pequeño y tampoco insalvable (aunque depende de la voluntad del espectador por comulgar con lo que tal vez sean ruedas de molino), pero desde luego invita a la reflexión posterior.