The Beach Bum, de Harmony Korine

La oscuridad

The Beach BumEn sus primeras películas Harmony Korine se dedicaba a retratar realidades incómodas, que se podrían tomar fácil y erróneamente como provocaciones gratuitas porque contaban cosas muy jodidas en varios sentidos, pero no dejaban de ser relatos de gente con problemas, gente perteneciente a una periferia ajena a una mayoría de la sociedad, privilegiada en comparación, pero una periferia existente. Gummo y Julien Donkey-Boy o los trabajos que escribió para Larry Clark (Kids, Ken Park) hablaban de miserias humanas en zonas deprimidas (incluso aquellas desarrolladas en NY, que no todo es la quinta avenida): adolescencia y enfermedades (físicas y mentales), drogas, prostitución adolescente, crimen, pederastia, crueldad animal… Y aún así, en medio de toda la decadencia de Gummo había hueco para algo de positivismo y de belleza en las imágenes (la madre de Solomon bailando claqué mientras este hacía pesas al ritmo de La isla bonita de Madonna —aunque justo antes le hubiese estado apuntando a la cabeza con una pistola de juguete—, las hermanas enrollándose con Bunny Boy en la piscina mientras caía la lluvia y sonaba Roy Orbison). Julien Donkey-Boy, era aún más deprimente y cruda. Encontrar algo así en la historia de esa familia que lidia con la enfermedad mental del protagonista (inspirado en el tío de Korine), resulta más complicado, pero la escena en la misa gospel pone el contrapunto a la miseria y la pena que desprende el film.

Gummo (1997)

Sin embargo en Trash Humpers solo sería posible encontrar la belleza en la continua y aberrante agresión visual de la que el espectador es víctima mientras atiende a una especie de mockumentary que sigue el día a día de una panda de ancianos con caretas, muy similares a las de los personajes que interpretaba Alfonso Arús en su mítico Al ataque, que cada ciertos planos reinciden en frotar su genitalia contra árboles o cubos de basura y que contiene algunos momentos sencillamente indescriptibles, algo así como un flashforward a treinta años de los protagonistas de Jackass en el que se hubiesen estancado haciendo lo mismo (llevan camino de ello). Esta parte de su filmografía tiene su público, ganó prestigiosos premios en festivales importantes (Venecia, Toronto, Rotterdam) y despertó la admiración de no pocos realizadores. De su generación (como Gus Van Sant o el citado Larry Clark), pero también de las anteriores (Von Trier alabó su Julien Donkey-Boy, quizá obligado por estar adscrita al movimiento Dogma —aunque Korine no lo hubiese seguido a rajatabla—, e incluso la del citado Herzog, que además de interpretar al padre del protagonista en Julien Donkey-Boy también fue el sacerdote de Mister Lonely). Aún así, tal combinado de desgracias o experiencias bizarras capaces de afectar a cualquier cabeza, por bien amueblada que esta se encuentre, sumado al feísmo de sus imágenes, muchas rodadas en Super 8 e incluso en VHS, hicieron que el espectador medio, ese al que quería joder David Simon, no terminase de comulgar con esta primera parte de su filmografía que a ratos puede ser narrativamente muy explícita, y desde luego se halla en las antípodas de lo que suele entenderse por cine comercial. Particularmente tengo debilidad por Gummo, que alquilamos hace ya casi veinticinco años el Mákina, el Loco y yo (en aquella época en que existían los videoclubs) porque nos atrajo la carátula con el niño con orejas de conejo, y desde luego fue un visionado de los que no se olvidan fácilmente. Con las otras dos tengo sentimientos encontrados, y aunque reconozco que podría volver a ver varias veces Trash Humpers (no me preguntéis por qué porque ni yo mismo lo entiendo), no creo que regrese nunca a Julien Donkey-Boy.

La penumbra

Contrasta con esa trilogía de lo incómodo un lado menos oscuro de Korine. En lo visual debido al abandono de esos formatos caseros llenos de grano, tan poco amistosos hoy en día que conocemos la alta definición, y en lo argumental a un alejamiento de esos personajes tan extremadamente al margen, cuyos sustitutos, sin embargo, tampoco son precisamente modelos a seguir. Esta segunda etapa (discontinua, ya que Mister Lonely, una felliniana historia de personajes inadaptados notablemente estética que deberíamos incluir aquí, fue previa a Trash Humpers) dejó de poner su empeño en tratar de incomodar visualmente al espectador para intentar precisamente lo contrario, y finalmente con Spring Breakers logró, en líneas generales, reconciliar a la crítica más desprejuiciada, que siguió reverenciándolo como antes, a la más perezosa, que terminó «descubriéndolo» (al resto del mundo, por supuesto), y a una mayoría de público, que cayó rendido ante una historia en la que volvían sus temas recurrentes pero con reparto y producción mucho más mainstream, sustituyendo la crudeza por invocaciones a Britney Spears, todo hay que decirlo.

Spring Breakers (2012)

Aquellos que se alejaban de sus primeros films como de la peste encontraron más apetecible para sus pupilas a unas jovencitas de buen ver en bikini (entre las que se encontraban las divas juveniles Selena Gomez y Vanessa Hudgens en papeles bien distintos a los que les dieron la fama) que se drogan y se empoderan atracando negocios con pasamontañas y matando traficantes con ametralladoras, que a dos púberes no tan agraciados esnifando pegamento o comiendo spaghetti en una bañera, o a un señor en calzoncillos bebiendo jarabe directamente de una pantufla. Entre esos personajes algo más identificables por el ya citado espectador medio destacaba un James Franco en el papel de gángster, caracterizado con rastas y fundas de oro en sus dientes (inolvidable la escena donde practica con deleite la felación a dos pistolas cargadas —no hay mejor indicativo del grado de zumbamiento de alguno de los individuos que pueblan su cine—). La cinta le debe mucho a la genial fotografía de Benoît Debie (habitual en los films de Gaspar Noé y en los primeros trabajos de Fabrice du Welz), al montaje de Douglas Crise que intersecaba secuencias de una forma singularmente atractiva (repite con ambos en The Beach Bum) y a la música del infalible Cliff Martinez secundado por el californiano Skrillex.

The Beach Bum (¿La luz?)

Springs Breakers cumple ya una década. En todo este tiempo, al margen de la película causante de estas líneas, Korine solo ha dirigido un par de spots (para Dior y Gucci —quién le ha visto y quién le ve—), el videoclip Needed Me para Rihanna y el cortometraje Duck Duck para promocionar las gafas de realidad virtual de Snapchat. Tras un pasado turbio a manos de las drogas, con tres incendios a sus espaldas en tres domicilios distintos (siempre causas desconocidas) y una reputación que sin duda era mejorable, ahora parece encontrarse donde quiere tanto a nivel personal (viviendo tranquilo en Florida con su mujer e hijos), como en lo profesional, saboreando las mieles del éxito de su cine (tanto por la recepción global que supuso Spring Breakers como por ejemplo con la retrospectiva a su carrera que le dedicaron hace cinco años en el Pompidou). Tal vez sea ese el motivo de que su última película, que gracias a Filmin por fin se estrena en nuestro país después de tres años desde su finalización, sea su trabajo más luminoso (en el contexto de su filmografía ya es decir).

The Beach Bum

The Beach Bum (2019)

Si en Spring Breakers el sueño americano era una cama llena de drogas y dinero, aquí este no da la felicidad y hay quien piensa que lo bonito es verlo arder. En The Beach Bum Korine vuelve a buscar y encontrar cierta lírica en la imagen mientras narra la historia de un poeta alcohólico y fumeta que podría recordar a Bukowski (o a Iggy Pop si nos fijamos en el aspecto visual), un veleta que vive a su aire, con todos los caprichos que puede permitirse gracias a la fortuna de su mujer (Isla Fisher), a la que ama y por la que es amado, a pesar de que vivan en distintas ciudades debido a los diferentes estilos de vida. Todo cambia (o no) tras un accidente (en cuya narración nuevamente destaca el montaje de Douglas Crise), y Moondog, un espectacular Mathew McConaughey, tendrá que aprender a vivir de otra forma. Una historia desarrollada en Key West (Florida), de esas, como ocurre en sus films previos, en que la región es (en parte gracias a algunos de los personajes que la pueblan, convertidos en actores de la noche a la mañana) un personaje más, plagada de secundarios de lujo (Jonah Hill, Martin Lawrence, Zac Efron) fuera de sus zonas de confort (excepto quizá Snoop Dogg en un papel muy suyo), emocionante, divertida, y a ratos delirante (el desenlace del tour de los delfines, el paseo en aeroplano cerca de la costa…), con una lúcida banda sonora, country en su mayor parte, y fuera de todo convencionalismo (Edgar Winter, Waylon Jennings, Van Morrison, Gordon Lightfoot…), exceptuando los momentos The Cure (el primero de ellos fuertemente impregnado de sentimiento, con Lingerie y Minnie amándose con los fuegos artificiales al fondo bajo la alucinada mirada de Moondog; el segundo, otro momento delirante escatimado en el paréntesis anterior que incluye un atraco a un tipo que es arrojado al suelo en su silla de ruedas) es la apuesta de Korine para seguir en la senda de su film previo, pero sin apenas amargura esta vez, la justa para recordar que estamos de paso y que lo vivido y el arte son lo que nos quedará al final. The Beach Bum es un caramelo condimentado con cannabis, cerveza y un poco de ácido. ¿A quién no le apetece un dulce de vez en cuando?