La memoria y los sueños
Conforme pasan los años uno va remodelando el archivo de memoria y, de algún modo, seleccionando y adaptando sus recuerdos. Durante la adolescencia dejas de lado todo aquello (juguetes, muñecos, cómics) que puede culparte, a los ojos de los demás, de infantilismo. Una década después recuperas objetos que despiertan tu simpatía por la infancia mientras empiezas a repudiar los gustos musicales que antes favorecieras. A los cuarenta puedes lucir tu madurez racionalizando las ya diversas etapas de tu vida para, posteriormente, empezar a descubrir que se han borrado ciertos detalles de tu propia biografía (con quien fuiste a ver aquella película que teóricamente te marcó la vida o qué pareja compartió aquel concierto inolvidable). De hecho, si tienes descendencia, se produce una fractura entre el antes y el después, la vida anterior y la realidad… A la cincuentena, oh sorpresa, tu mente empieza a desmarcarse y a reelaborar la historia. No guardaste las entradas de todos los conciertos y empiezas a dudar de si viste realmente aquel grupo inglés o si sólo querrías haber ido a aquel festival…
Al final de Apolo 10½ comenta la madre de Stan que no importa si su hijo no ha visto en directo el primer alunizaje, porque con el tiempo estará seguro de haberlo hecho, puesto que la memoria no sólo se borra sino que cubre los huecos que pudieron quedar. La última obra de Richard Linklater podría ser una obra menor por su encadenado de anécdotas, por mantener un perfil bajo contando un conjunto de situaciones que provocan la simpatía hacia el personaje sin pretender desarrollar una gran historia o una comedia hilarante. Apolo 10½ se basta con traer en imágenes una serie de recuerdos y emociones. Pero ahí está, precisamente, el mérito de Linklater y la vinculación con el grueso de su filmografía. Entrada la treintena, Linklater contemplaba en Movida del 76 (Dazed and Confused, 1993) el final de la inocencia, el último día de instituto, y seguía un conjunto de estudiantes en sus dudas y sus ansias a lo largo de una noche festiva que tenía tanto de despedida como de iniciación. Pasados los cincuenta, repetía la jugada con una alegría que ocultaba la nostalgia en Todos queremos algo (Everybody Wants Some!!, 2016), en el fin de semana de un grupo de jóvenes juerguistas dispuestos al carpe diem antes de entrar en la universidad. Es en sus dos obras magnas, no obstante, dónde emociones y memoria se desarrollan ante nuestros ojos mientras el tiempo discurre en la pantalla: la trilogía de Antes del amanecer (Before Dawn, 1995), Antes del atardecer (Before Sunset, 2004), Antes del anochecer (Before Midnight, 2013) y Boyhood (2014). Si en esta última vemos la evolución emocional de un joven, durante 12 años, la trilogía compartida con Julie Delpy y Ethan Hawke nos presenta sucesivamente esperanzas e ilusiones, reencuentros y choques con la realidad y, en su tercera parte, reflexiones sobre lo que fue, lo que pudo ser, lo que recuerdan los personajes y lo que creen recordar, algo presente en una comedia aparentemente menor como Dónde estás, Bernardette (Where’d You Go, Bernardette, 2019).
Apolo 10½ resulta, pues, plenamente integrada en la trayectoria de su autor. Película falsamente infantil (no nos dejemos engañar por sus imágenes animadas en rotoscopia y por el niño protagonista), Linklater echa la mirada atrás y combina una supuesta aventura espacial con un retrato edulcorado del Houston sesentero. Confluyen en ella imágenes icónicas vistas mil veces en el cine, desde los tocadiscos y la música pop al movimiento hippie y la guerra de Vietnam, la vida en los suburbs y el baseball… pero, todo ello, en esta ocasión, mezclado con las referencias directas a la guerra fría y la carrera espacial, eje de la cinta. Así, el cineasta de Austin mira atrás recordando con cariño cómo se podía disfrutar de los variados estilos musicales preferidos por cada una de las hermanas, cómo se podía jugar en las calles, cómo el padre racaneaba aquí y allá, como el fin de semana era una delicia… y cómo se podía soñar en ser un héroe del espacio. Stan vive realmente una aventura al ser contratado por la NASA como astronauta de prueba para un módulo espacial que se diseñó con medidas inexactamente pequeñas (¡!) y que hay que utilizar en pro de la eficiencia. Mientras su familia contempla las evoluciones en torno a la luna y el aterrizaje del Apolo XI, una experiencia que la memoria no debería borrar en caso alguno, el pequeño Stan vive su propio vuelo, su paseo lunar y su retorno en la cápsula.
Linklater (unos pocos años menor que el protagonista de la película) mira atrás y se permite soñar creyendo que soñó aunque, ya se sabe, la memoria engaña y tal vez aquel sueño infantil fuera en realidad una espléndida vivencia.