Tras su recorrido por numerosos festivales donde ha cosechado varios premios llega a las salas Eles transportan a morte, de Samuel M. Delgado y Helena Girón. El film presenta paralelamente dos historias vagamente relacionadas desarrolladas en 1492, durante el viaje de Colón. De hecho, los tres protagonistas de la primera historia son presos que conmutaron su sentencia por formar parte de la tripulación (un viaje en el que nadie quería embarcarse), y que se fugan con una de las velas de propina (inversa) al llegar a las costas canarias; la otra es una mujer que lleva cargada en un burro a su hermana menor moribunda, tras un intento de suicidio fallido a causa de un mal de amores, en busca de una curandera que tal vez pueda salvarla de la muerte.
Es destacable el trabajo en dos apartados de los que no suele hablarse, vestuario y maquillaje, pues es habitual encontrarnos en producciones de época, independientemente de la extracción social de los personajes, con sonrisas profiden y pelos pantene. Aquí los protagonistas van, cómo sería natural en dichas circunstancias, sin duchar, con el pelo graso y la cara y las ropas sucias, roñosas, mugrientas, que dan una pátina de autenticidad. Lo mismo puede decirse de la producción: vemos un cuchillo y está oxidado y no parece como si acabara de comprarse en Ikea. Rodada en 16 mm (algo que se aprecia mejor en ambas secuencias de transición de la historia de ellos a la de ellas) a caballo entre Tenerife y Orense, es cine radical, no narrativo, que encaja bien dentro del movimiento del novo cinema galego (rodada también en el idioma) y que nos habla, sí, del lado oscuro del colonialismo (en realidad el único, aunque es cierto que siempre se le intenta dar un buen lavado por la parte interesada), tanto del que se produjo con la llegada de Colón a las Américas como el que se llevaba produciendo en las propias islas Canarias desde algunos años antes, si bien el hecho de tener que reforzar el mensaje con voces en off cercanas al epílogo le resta fuerza. Quizá se podría haber hecho más hincapié en ello a través de los escasos diálogos. Sin necesidad de una verborrea excesiva, sí que el film se podría haber beneficiado de algo más de texto sin perjudicar su ritmo intencionadamente moroso. Uno lee las palabras de sus directores y tiene la sensación de que hay que hilar muy fino para aprehender todo lo que ellos pretenden expresar, al menos en un primer visionado de la película.
Además de contar con imágenes poderosas (la secuencia onírica que puede recordar a las pinturas deformadas de Francis Bacon; el plano final, con el fuego creciendo de la nada mientras leemos sobreimpresionada una cita de Jules Michelet hablando de brujería, que tiene más sentido gracias al final del relato de la citada voz en off y el aspecto físico de la curandera que se puede acercar bastante a lo que es una meiga), el film también se apropia de material de archivo para integrarlo en su historia de forma natural (Alba de América, Juan de Orduña, 1951; Erupción del Teneguía, José Antonio Vías Torres, 1971), aumentando la sensación de opresión sobre los tres prófugos. Independientemente de que toda película merezca verse en la pantalla grande, Eles transportan a morte es una de esas propuestas que gana enteros en el cine y que como ocurre con este tipo de obras donde la poética visual prima sobre la narrativa convencional requiere de una predisposición y unas expectativas acordes previas a su visionado. Mención extra al magnífico cartel, obra del ilustrador Mario Rivière, más propio quizá de una película de género fantástico, pero sin duda adecuado para la odisea de unos personajes abandonados a las fuerzas de la naturaleza que sufren las penalidades de una época más conectada con lo terrenal que nuestros tiempos abonados a lo digital y lo impersonal.