Florecer entre la maleza
Abre la puerta, niña, que el día va a comenzar… La película arranca a todo volumen con esta canción de Triana, como una promesa para su protagonista. Julia está estirada en la playa, mientras va despegando la nariz de su móvil, para vigilar a sus hijos que juegan en la orilla. Jaime Rosales presentó en la sección oficial del 70º Festival de San Sebastián su séptimo largometraje, Girasoles Silvestres, la historia de una madre soltera que busca incansable la felicidad.
El realizador se centra de nuevo en los personajes que viven en los márgenes y sus realidades invisibles. El retrato de una generación, como ya hizo en Hermosa juventud, pero en esta ocasión desde un punto de vista más luminoso y optimista. Un viaje a través de las inquietudes, los deseos y la búsqueda de identidad de Julia, que hace lo que puede con lo que tiene. Rosales propone una puesta en escena con pocos artificios y de gran sutileza narrativa, que puede resultar más conservadora que en sus trabajos anteriores. Una realización transparente, dedicada por completo a los personajes, especialmente a sus diálogos espontáneos y directos. Destaca por encima de todo la interpretación de Anna Castillo, que abraza a su personaje de forma sobrecogedora hasta romperse en pedazos. Especial mención también a Manolo Solo y Carolina Yuste que dotan de gran humanidad y el toque justo de humor a la película.
Un repaso en tres actos por la vida amorosa de la protagonista y una visión caleidoscópica de la masculinidad tóxica, observando la evolución de distintos estereotipos masculinos. Radiografía a una sociedad que lucha para establecer relaciones afectivas sanas, pero que no parece tener la madurez emocional suficiente para lograrlo. A pesar de seguir una premisa interesante, en ocasiones la presentación de los personajes se acerca preocupantemente al cliché, condicionada por una idea preconcebida sobre los estratos sociales. No obstante, estas definiciones algo simplistas evolucionan a medida que avanza el relato, ganando en detallismo y madurez. La película va jugando con el tiempo, con un gran uso de la continuidad, saltando de una relación a otra de forma episódica.
Óscar
El primer capítulo está dedicado a Óscar, interpretado por Oriol Pla que camina con gracia sobre la cuerda floja, para no caer en la parodia de este cani de manual. Julia vive con entusiasmo esta promesa de amor romántico embaucada por el carisma de su pareja, un amor que deja pasar por alto sus comportamientos abusivos. El simpático chico de barrio, el mismo que le promete a su chica que si quiere estudiar la carrera de enfermería logrará alcanzar su sueño, se convierte en la peor de sus pesadillas.
Marcos
Después de sentir que toca fondo en Barcelona, Julia decide refugiarse en una relación anterior y retoma el contacto con el padre de sus hijos en Melilla, donde está destinado como militar. La protagonista intentará darle una segunda oportunidad a este proyecto de familia nuclear. Marcos es el segundo ejemplo de este abanico de arquetipos masculinos volviendo a caer en la trampa del tópico, aunque esta vez el personaje de Quim Àvila deja entrever frágiles brechas de vulnerabilidad mientras se plantea si está preparado para ejercer como padre. A pesar de su esfuerzo por cumplir con las expectativas, no logra enfrentarse a las presiones de tal responsabilidad, demostrando una gran falta de madurez.
Alex
El último episodio en la vida romántica de la protagonista es, aparentemente, una versión mejorada de todo lo anterior. Lluís Marqués se pone en la piel de Alex, un hombre con estudios, dedicado a su trabajo y con ganas de formar una nueva familia. Pero para Julia el hogar que ella misma ha ayudado a construir se convierte en una prisión, cuando el peso de la carga familiar no es compartido por las dos partes y sus proyectos personales se ven aparcados, una vez más. No importa si los hombres su vida tienen estudios o un trabajo estable, esto nos les exime de comportamientos machistas.
Julia
La película se siente incompleta a falta de un cuarto capítulo, en esta cinta dedicada a la búsqueda del amor, el amor propio se queda por el camino. Resulta paradójico que una mirada crítica sobre el machismo haga girar el universo entero de Julia alrededor de los hombres. Si bien es cierto que el film sigue el camino de su protagonista y no se separa nunca de su viaje emocional, parece que la atención de esta y por consecuencia la del espectador se dirija exclusivamente a sus relaciones. A lo largo de la película podemos ver su crecimiento personal, estallando en momentos de interpretación brillantes de Anna Castillo, pero no se le concede un espacio propio para conocerla en soledad. El miedo al aislamiento y la idea de estar solo, otra temática que el director ha trabajado en su obra previa y que parece una constante en esta cinta. La protagonista se busca sin cesar en los demás y a pesar de las lecciones aprendidas, el final no resulta completo sin mostrar cierta liberación personal. Aun sin esta pieza del puzle, la película consigue lo que se propone, compartir las inquietudes que esconde Julia. Finalmente, un despertar en ella, por fin sabe de un lugar en el mundo que le pertenece.
Menos mal que he encontrado esta crítica. Estaba sintiendo una profunda tristeza al leer las críticas que hablan de que «el tercero es el bueno», cuando a mí el final me ha dejado sensación de vacío, amargura por esa falta de espacio para el amor propio que comentas. Gracias.