La casa del dragón, de Ryan Condal y George R. R. Martin

Desde que acabara su emisión en la primavera de 2019, los fans de Juego de tronos han estado esperando el lanzamiento de otra serie para ampliar el universo de fantasía creado (en forma de saga literaria) por George R. R. Martin. Con el estreno de La casa del dragón, el espectador vuelve a ese mundo doscientos años antes de los eventos de la exitosa serie de HBO. Muchos de estos mismos fans, que fueron arrastrados por el éxito de Juego de Tronos, acabaron muy decepcionados con el polémico final de esta y sus dos últimas temporadas son consideradas por muchos como fallidas. Así que la incertidumbre estaba por las nubes en lo que al estreno de La casa del dragón respecta.

Esta precuela de HBO cuenta la historia de la guerra de sucesión que tiene lugar cuando el rey Viserys Targaryen designa a su hija Rhaenyra como su heredera al trono de hierro. Al centrarse casi únicamente en la familia real y su corte, la serie se aleja de uno de los aspectos más característicos de su predecesora (y también uno de los que más critican aquellos que no la disfrutaron): el reparto coral, masivo y complejo. En Juego de Tronos, había que estar al tanto de las dinámicas de una docena de familias y de las aventuras de decenas de personajes. No había unos protagonistas claros, como sí los hay en La casa del dragón. Este cambio resulta decepcionante durante los primeros capítulos, pero se agradece cuando la trama toma velocidad y resulta complejo estar al tanto de los personajes, aunque no abunden en número. Del mismo modo, las localizaciones se reducen a un par de ciudades que ya conocimos en Juego de tronos y se pierde la sensación de mundo infinito y diverso que transmitía la serie original. Es probable que se ponga remedio a este aspecto en las temporadas venideras.

La casa del dragón

A nivel audiovisual, la serie es impoluta y no se puede cuestionar ni un dólar gastado en su producción. El diseño de arte es tan brillante como en Juego de tronos y todos los aspectos técnicos, desde la iluminación a la banda sonora, son excelentes. Cualquier crítica que se le pueda hacer a la serie debería estar en el apartado narrativo y en su estructura, nueva para muchos. Esto se debe a que hay un abuso en las elipsis que resulta molesto, sobre todo en los primeros episodios. La temporada narra eventos que toman lugar en un período de unos treinta años y, por lo tanto, hay saltos temporales muy drásticos entre capítulo y capítulo para contar sólo lo esencial para la trama. Esto resulta muy confuso al principio, porque la serie arranca con un ritmo un tanto lento y cuando el espectador empieza a interesarse por los personajes (y los actores), una elipsis de décadas pone patas arriba todo lo que se había conocido hasta entonces, incluido el reparto. Hubiera resultado más interesante, quizás, si cada período narrado se desarrollara en una temporada independiente, pero también hay que reconocer que los temas más interesantes tienen lugar en la segunda mitad de la temporada, por lo que si esta estuviese basada solamente en la niñez de las protagonistas Rhaenyra y Alicent hubiera sido poco atractiva.

Esta primera temporada ya plantea varias cuestiones interesantes a nivel temático. La dinámica entre las dos protagonistas es el aspecto más interesante de la serie. Alicent rige sus decisiones basándose en el deber (lo que se supone que debe hacer), mientras que Rhaenyra lo hace basándose en su instinto (lo que cree que es correcto), por lo que las decisiones y las creencias de ambas suelen ubicarse en extremos opuestos. Una representa el esfuerzo y hacer lo que haga falta para llegar a los más alto (aunque ello implique traicionar a tus seres queridos) y la otra representa el privilegio y utilizar tus ventajas para hacer lo que crees correcto, incluso cuando los demás te dan la espalda. Alrededor de este tira y afloja entre dos personajes que basculan con facilidad entre el amor, el rencor y, finalmente, el odio, se encuentra un elenco de personajes que se posicionan libremente en este espectro incluso pasándose de un bando al otro. 

La casa del dragón

Como ya pasaba en su predecesora, los actores cumplen con su papel y acompañan la trama sin que se les exija brillar en demasía, con algunas notorias y refrescantes excepciones. Probablemente el actor con más nombre del casting sea Matt Smith (Doctor Who, The Crown), pero la mejor interpretación es la de Paddy Considine encarnando a un rey Viserys que pasa de ser un monarca serio y justo a un gobernante moribundo, manipulado por todos aquellos que tiene alrededor y que tan solo arrastra podredumbre y recuerdos de un pasado en el que lo tuvo todo. Considine encuentra el equilibrio perfecto entre el rey pomposo que disfruta de la caza y la bebida y el cariñoso padre y viudo (y nuevamente casado) que antepone lo mejor para su hija, incluso al bienestar del reino. Su personaje se coloca de forma incómoda entre las dos protagonistas y alimenta las tensiones que dirigen la trama.

La casa del dragón arranca, pues, de forma esperanzadora para aquellos que disfrutaron de Juego de Tronos. Consigue recuperar aquello que funcionaba, especialmente en el apartado visual, pero se hace patente que es una serie distinta. No pretende ser una temporada nueva para retener a los seguidores de la serie, si no que es un producto diferente, que toma riesgos y que demuestra cariño por sus personajes y tramas. Si bien es cierto que el listón estaba altísimo al ser inevitable la comparación con una de las series más influyentes de la historia, y que no está al nivel de la primera temporada de su predecesora. Hay que tener muy en cuenta a La casa del dragón para posicionarse como una de las series de esta década si mantiene el rumbo que ha tomado y no intenta adaptarse a las pretensiones de aquellos que la critican por no ser lo que nunca quiso ser.

As bestas, de Rodrigo Sorogoyen