El camino al Oscar de Brendan Fraser
Darren Aronofsky presentó su último film en la Mostra de Venecia el pasado mes de septiembre, donde recibió una especial ovación por parte del público a su actor protagonista. El director le ha brindado el papel principal a un actor que muchos ya habían borrado de su memoria. Brendan Fraser tuvo una carrera muy exitosa durante la década de 1990, gracias a grandes éxitos de taquilla como La Momia o George de la Jungla, pero se vio apartado del olimpo hollywoodiense. Con La ballena regresa pletórico y brindando una brillante interpretación que le ha valido la nominación al Oscar. El regreso del intérprete es una historia de superación que sin duda acompaña a la promoción de esta película y que ya le ha llevado a recoger premios como el de mejor actor en los Critics Choice Award.
La voz profunda del protagonista se esconde tras una pantalla en negro. Una cámara de ordenador apagada mientras los alumnos quedan compartimentados en cada una de las cuadrículas de la videollamada. Una imagen de soledad y aislamiento que nos resulta familiar tras la pandemia. Detrás del ordenador descubrimos a Charlie, un profesor de literatura que padece de obesidad mórbida y vive enclaustrado en su apartamento. Charlie invita a sus alumnos a dar su opinión sobre las lecturas y les lanza un mensaje escrito en mayúsculas: sé tu mismo. El título de la película no solo hace referencia a la corporalidad de su protagonista, sino también a las recurrentes menciones a la novela Moby Dick. La ballena no sabe de su condición de ballena y no entiende la animadversión de Ahab, el animal no puede vivir otra naturaleza que la suya propia y no parece justo juzgarlo por ello. Pero Charlie es muy consciente del rechazo que despierta, no solo por su físico, sino por quien es en lo más profundo de su alma. Condenándose a un infierno en la tierra por el único momento genuinamente feliz de tu existencia. La película orbita alrededor de esta idea de intolerancia, más concretamente de homofobia.
Atrapado en un proceso de duelo, el protagonista encuentra en la ingesta desmedida de comida basura una válvula de escape. Se nos presenta al personaje en un punto de no retorno, donde su cuerpo se ha convertido en su condena. Viendo el deterioro de su salud, decide iniciar un camino de redención intentando buscar el perdón de su hija, interpretada por Sadie Sink. El director vuelve sobres temas recurrentes en su filmografía como la obsesión o los trastornos mentales. Charlie vive atrapado en un espiral de autodestrucción consumido por la culpa, por ello se disculpa con todo el mundo de forma constante, “lo siento” es la expresión que más veces utiliza a lo largo de la película. En esta vorágine de odio hacia sí mismo, los demás personajes terminan tratándole con el desprecio que él cree merecer.
La adaptación de la obra de teatro homónima por parte de su autor Samuel D. Hunter y el mismo Aronofsky en este drama psicológico, se traduce en un guion duro y efectista que busca de la provocación mostrando la sórdida relación entre el personaje principal y la comida. Imágenes grotescas acompañadas por una banda sonora que resuena como el gran animal marino. La falta de sutileza en las formas se contradice con la delicada interpretación del actor protagonista. El director hace del dolor de Charlie un espectáculo que termina por resultar incómodo y obliga a apartar la mirada, pero la interpretación más humanista de Fraser contrasta con tanto exhibicionismo. Lo cierto es que es difícil imaginar, tras ver la película, una mejor elección para su protagonista. Alguien capaz de proyectar tanta simpatía a través de la pantalla. Una cara que nos resulta familiar, como un viejo amigo. Construyendo un personaje capaz de arrojar luz desde un lugar tan oscuro, dotando su interpretación de grandes dosis de ternura y optimismo, como la última capa de su coraza. Es tal la magnitud de su presencia que las escenas donde el protagonista no aparece tienden a perder el interés.
Si bien uno de los principales retos de la película es construir un físico convincente para el personaje de Charlie, gracias a los prostéticos y los efectos visuales, otro titánico desafío es el de adaptar una obra teatral. Aquí la película hace alarde de un buen uso cinematográfico del espacio, adoptando el apartamento del protagonista como una cárcel para él, dada su limitada movilidad. El director hace uso de una puesta en escena ortodoxa, encuadrada en un claustrofóbico formato 4:3, que reduce aún más el espacio alrededor del protagonista. Es precisamente su herencia teatral la que propicia la construcción de esta prisión. Con tal de acentuar la sensación de aislamiento, nos dan pequeñas muestras del mundo exterior, estas interacciones nos recuerdan constantemente que el otro mundo sigue ahí.
La película cae en la trampa de sus propias contradicciones entre el optimismo y brillo que desprende Charlie y la falta de compasión por parte del director hacia su protagonista. Charlie está desahuciado desde el primer momento y solo le queda una cuenta pendiente, alcanzar el perdón como un modo de elevar su espíritu. Está convencido que hay algo bueno en cada uno de nosotros, pero la película no llega a responder a la tesis sobre si es posible seguir confiando en la bondad de los otros de forma asertiva, más bien cierra su trama principal de forma apresurada y un tanto superficial. Si hay algún momento realmente genuino en la película es la escena que comparten Charlie y su exmujer, la actriz Samantha Morton. Ojalá toda la película hubiera seguido este rumbo.