71 Festival de San Sebastián. Neurosis, equilibrios y terapias

Como sucediera con Trenque Lauquen el año pasado, otro título argentino, Los delincuentes, vino a iluminar la programación en las últimas jornadas del festival y convertirse en la favorita de este cronista de entre todo lo visto estos días. Y precisamente, aunque de narrativa un poco más clásica, menos literaria, es difícil no pensar en las cambiantes ficciones expansivas e irresolubles de la productora El Pampero visionando las tres horas que dura la última película de Rodrigo Moreno. Sus meandros narrativos responden a la alternancia y paralelismo entre el punto de vista de sus dos personajes principales, un empleado de banca que comete un robo y un compañero suyo de trabajo a quien involucra en el delito dejándole a cargo del botín mientras él se entrega a la policía. Pero lo que comienza como un relato criminal, incluso con su pequeña derivada carcelaria, cambia hacia derroteros más románticos, manifestados en el interés por la misma mujer compartido sin saberlo por ambos personajes. Es una mujer que, cumpliendo un papel liberador e iniciático, de mano parece idealizada y utilitaria desde una visión masculina, como la de Afire de Christian Petzold, pero finalmente se revela libre del rol al que quieren ceñirla las ilusiones de los protagonistas. Estos juegos son parte del muy deliberado espíritu lúdico de la película, que incluye un sentido del humor que emerge de manera muy ocasional pero también muy intencionada y certera, o guiños de puesta en escena como es el puntual uso de la pantalla partida para destacar el paralelismo entre los personajes, y que de hecho genera un brillante juego escénico con un espejo en la segunda ocasión en que Moreno recurre a ello. Al final no deja de ser una odisea en pos del descubrimiento personal, el de dos personajes que necesitan romper con su rutina diaria, con el yugo laboral (como si fuera una evolución aventurera de la claustrofóbica grisura que destilaba El custodio). Y en ese movimiento que genera la narración, la panorámica emerge como el gesto visual dominante, acompañando a los personajes, también en ocasiones recorriendo el espacio vacío, siempre un desplazamiento o una búsqueda que refuerza el carácter apasionante de la narración.

La práctica

La práctica de Martín Rejtman

También de Argentina venía el mejor título visto en la competición, La práctica de Martín Rejtman, por más que se fuera de vacío en el palmarés. Y como la película de Moreno, nos habla igualmente de las neurosis, preocupaciones y el malestar del mundo cotidiano, que son como la fina lluvia que va empapando poco a poco, como los dos temblores que enmarcan el arco narrativo de esta comedia, que no destruyen como un terremoto, pero trastornan. Por eso también la obsesión analgésica y terapéutica de sus personajes: farmacéuticos, anestesistas, mediadores o, por supuesto, profesores de yoga. A eso se dedica su protagonista, un hombre en trámite de separación de otra profesora del ramo y que comienza a tener problemas de menisco en una rodilla. Al contrario que en Los delincuentes, aquí no hay grandes eventos o revelaciones en su argumento, sólo queda de manifiesto la necesidad de lidiar con el día a día y seguir adelante, soltando lastre de vez en cuando. Es curioso el personaje de la joven alemana que tras un golpe se queda amnésica: su incapacidad para retener recuerdos o para reconectar con su pasado, ya que está en el extranjero y también ha olvidado sus contraseñas, parece haberla dejado más libre y contenta¹. Es así un film hecho de pequeños gestos y situaciones, de un humor sencillo y hasta discreto, de repeticiones, retornos y recombinaciones, como un universo de limitada capacidad para la sorpresa y trascendencia. Hay una modestia cotidiana en su tono e imágenes nada reñida con la elegancia visual, pero muy alejada de cualquier gesto formal llamativo, un refugio en la rutina, en la práctica, también terapéutica para nosotros los espectadores.

Here

Here, de Bas Devos

Para los protagonistas de Here, del belga Bas Devos, el malestar está mucho más en sordina. Su cine continua de hecho un proceso dulcificador, ya felizmente lejos de la gravedad e inquietud de Hellhole, aunque todavía aproveche la noche que dominara Ghost Tropic como espacio de posibilidades y encuentros, como el que tiene lugar aquí entre un trabajador rumano y una bióloga de ascendencia china. Son personajes a caballo de dos culturas, quizás fuera de su contexto social más familiar, potenciales víctimas de la alienación, y que vienen retratados en su individualidad. Pero en esta ocasión el film de Devos emerge de la nocturnidad urbana hacia un universo orgánico y armonioso, el bosque, la naturaleza, una suerte de patria común en un mundo transnacional. Devos se plantea una obra minimalista y discretamente romántica, sin conflictos relevantes, que explora el placer por transitar lugares, por el desplazamiento (un desplazamiento mucho más modesto que el de Los delincuentes, eso sí). Hay algo de insomne en su cine, esa ingravidez de duermevela que también se refleja en sus sugerentes encuadres, en la suavidad de los movimientos de cámara que siguen a los personajes, y si algunas composiciones pueden aislarlos visualmente, nunca quedan abandonados a la frialdad.

Evil Does Not Exist

Evil Does Not Exist, de Ryûsuke Hamaguchi

La función equilibradora de la naturaleza se advertía todavía con mayor nitidez en otros dos títulos presentes en Donostia. En Evil Does Not Exist, Ryôsuke Hamaguchi nos presenta el conflicto y contraste entre el mundo urbano y el rural cuando una empresa plantea invertir en un negocio de glamping en un espacio natural especialmente valorado por la calidad de su agua. Naturaleza y urbanismo como opuestos precisamente ante un modelo turístico que vende una ficción de comunión naturalística. Los personajes claves en ambos lados son una pareja de empleados de una agencia de talentos que trata de convencer a la parroquia local y una niña y su padre, hombre-para-todo del vecindario que vive en armonía con el entorno. Las rutinas de estos últimos, mostradas por Hamaguchi con puntilloso detenimiento, tienen un sentido directo y analógico, mientras que la virtualidad forma parte del día a día de los representantes de la empresa, sea en la reunión online con su cliente o en la búsqueda del hombre de una esposa a través de una app. Como reza el título, no hay maldad en el comportamiento de ninguno, todos siguen la lógica propia de su medio, sea la del dinero o la conservacionista, una dicotomía que quizás sólo el contacto directo y la empatía podría resolver, pero de manera individual e imposible de lograr imbuidos en todo un sistema. El hombre local también muestra una faceta asilvestrada que se pondrá de manifiesto en toda su extensión en ese misterioso final de la película lleno de animalidad. Hamaguchi nos introduce en su personal ritmo narrativo donde nunca importa tanto lo que puede llegar a suceder como la calma delectación en lo que está pasando en cada escena, en el momento, y lo vuelve a demostrar su maestría a la hora de componer escenas que se desarrollan a menudo de manera extensiva, y cuya muestra más evidente es la reunión de los vecinos con la pareja que viene en representación de la empresa. Allí se verbaliza esa necesidad de equilibrio entre naturaleza e impacto humano para sostener la calidad de vida de los lugareños, exactamente la misma cuestión que acaba siendo trascendental en Camping du lac.

Camping du lac

Camping du lac, de Éléonor Saintagnan

En esta obra entre la fábula medioambientalista y el documental, accedemos de la mano de su directora, Éléonor Saintagnan, también un personaje dentro del film, varado tras la avería de su coche, al microcosmos de un lago a donde han ido a parar una serie de peculiares caracteres, como atraídos por una fuerza magnética que entiendo tiene mucho que ver con la armonía que puede percibirse con el medio natural. La leyenda visualizada de un santo y un pez que se regeneraba y que terminó en el lago convertido en una criatura mítica, desencadena el registro fantástico, y con el mismo, la crítica a la sobreexplotación económica. Sin embargo, se trata de una obra muy pequeña en minutaje, registro y pretensiones, construyendo desde la anécdota y la humildad de sus personajes. Ellos, los espacios que transitan y las situaciones que propone el film, se suceden en pantalla con hermosa sencillez, en una obra que transmite la voluntad y el gusto por mirar y poner oídos a lo que sucede a nuestro alrededor, y cuyo hábil manejo del montaje hace de ella un todo armónico.

¹Podríamos ensayar un paralelismo con el actor amnésico de Cerrar los ojos, quizás liberado de la pesada carga del pasado que atenaza al resto de personajes del film de Erice.

71 Festival de San Sebastián. Maldad, amor y escándalos