Diario de un tortuoso viaje
El sueño de la sultana es una novela de ciencia ficción publicada en 1905 por la escritora y activista bengalí Begum Rokeya. Narra una utopía feminista situada en el imaginario Lady Land, un país gobernado por mujeres. Isabel Herguera, directora del film homónimo, descubrió por casualidad este libro en uno de sus viajes a la India, con un impacto tal que dicha anécdota supone el punto de partida para la producción de su primer largometraje a la sorprendente edad de 62 años. Herguera, artista visual donostiarra, que ya contaba con varios cortos en su trayectoria, decide autorretratarse en la ficción como una joven e inexperta mujer de 30 años que emprende una búsqueda vital inspirada por el cuento de Begum Rokeya.
El alter ego ficcional de la directora se encuentra en un momento vital de desorientación, por lo que decide seguir la pista de la autora bengalí para poder encontrarse a sí misma. La protagonista de la película (también directora de cine) recorre así un camino a lo largo del país hindú mientras va desarrollando vínculos emocionales con los compañeros de su viaje. En la realidad, este camino ha tomado diez largos años de producción para llegar a concluir el metraje, lo que se deja notar desgraciadamente en una falta clara de enfoque y definición que lastra el resultado final.
Quizás por sentirse todavía anclada a un cierto complejo de inferioridad, en ocasiones encontramos propuestas desde el ámbito de la animación que sienten necesitar autojustificarse con capas de complejidad supuestamente más atractivas para el público adulto (Ari Folman sería el perfecto ejemplo de esta tradición, frente al desacomplejado Miyazaki en el otro extremo). Este tipo de fantasmas parecen también presentes en el trabajo de Herguera, que trata la difícil tarea de aunar autoficción de tinte casi documental con metanarración. Un abordaje demasiado recargado que provoca que la película sufra por mantenerse a flote, acabando frecuentemente a la deriva y sin rumbo fijo entre todas estas capas narrativas.
Volviendo a lo que define el cine de animación, El sueño de la sultana de hecho brilla cuando se centra en lo puramente ficcional y fantástico, en sus secuencias oníricas, donde se narran fábulas interesantes y divertidas. Aquí también es donde la forma se deja llevar con mayor libertad y ofrece hallazgos más deslumbrantes. Porque en la calidad y la variedad de técnicas de animación, la cinta encuentra sus mayores virtudes. Tintas, transparencias que recuerdan a los tatuajes de henna, recortables y collages, … un despliegue virtuoso y lisérgico que se ve interrumpido cuando regresa la trama documental autobiográfica.
En cualquier caso, se agradece comprobar el buen estado del cine de animación en nuestro país, con variedad de ofertas originales y atractivas: Unicorn Wars (Alberto Vázquez, 2022), Heavies tendres (2023, Carlos Pérez-Reche y Joan Tomas Monfort), Dispararon al pianista (2023, Fernando Trueba, Javier Mariscal) o la cercana Robot Dreams (2023, Pablo Berger) son algunos de los ejemplos recientes que evidencian la presencia de un público interesado por las posibilidades de la animación. Los límites sólo se expanden cuando uno trata de extenderlos y desde luego El sueño de la sultana lucha por explorar esos horizontes mediante un despliegue casi experimental y radicalmente heterogéneo de imágenes animadas, lástima que la pérdida de foco y falta de profundidad en el mensaje impidan un mayor deleite hacia sus poderosas ideas.