Nada alejados de las coordenadas que proponíamos para los Retratos fantasma que poblaron varias de las más interesantes películas vistas en esta SEMINCI, otros títulos presentes en esta edición también lidiaban con personajes cuya juventud era cuestionada o suprimida.
Por ejemplo, la miríada de jóvenes empleados de los talleres textiles de Zhilin cuya vida y trabajo Wang Bing se dedicó a registrar durante cinco años para alumbrar este Youth (Spring). A lo largo de tres horas y media que funcionan en parte por acumulación, el film nos presenta a una serie de chicos y chicas venidos de provincias rurales que viven internos en una suerte de decrépitos barracones donde también se encuentran los talleres. Resulta muy chocante atender al contraste que se muestra entre el trabajo a destajo que realizan (hay momentos en los que verdaderamente parece que la imagen está acelerada) o la lógica preocupación pecuniaria a la que Wang dedica no pocas escenas detallando la desigual negociación con los dueños de los talleres, y por otro lado su mentalidad y expresividad tan juvenil. También entre sus incipientes devaneos amorosos, que a menudo se antojan muy inocentes, y los proyectos de casamiento o paternidades. Es una brusca intersección entre el mundo infantil y adulto donde se diluye la juventud, haciendo del título de la película casi una ironía que resulta especialmente chocante en nuestra sociedad de pretendida adolescencia perpetua. Wang sigue cámara en mano a sus personajes, buscando la cercanía sin resultar excesivamente intrusivo, aunque su presencia en la escena es siempre evidente. El resultado es una obra muy vívida que logra capturar la vitalidad de estos muchachos en un inquietante marco socioeconómico al cual sacrifican esa juventud.
El compromiso político como forma de sacrificio es el tema principal de A Batalha da Rua Maria Antônia, donde Vera Egito recrea el enfrentamiento que tuvo lugar en 1968 entre la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras de la Universidad de São Paulo y la vecina Universidad Presbiteriana Mackenzie. Este vibrante thriller reconstruye aquella jornada a partir de 21 planos-secuencia numerados en orden decreciente, un pequeño detalle que añade tensión al relato. El formato, blanco y negro en 16mm, contribuye a crear una sensación de realidad e inmediatez tremendamente efectiva, además de servir para familiarizarnos con la geografía donde tiene lugar la acción, con algunos movimientos visuales que recuerdan vagamente a Soy Cuba de Mikhail Kalatozov. Son varios los personajes relevantes, pero la mirada principal descansa sobre una joven que aportará un doble proceso iniciático, tanto a nivel sentimental, ya que es lesbiana inconfesa, como político, por su toma de conciencia. Esta manera de acompañar la evolución de un personaje es un recurso un poco manido, un resorte un tanto convencional para hacer más digerible un material ya de por sí intenso e inmersivo. Pero en cualquier caso, la función está manejada por Egito con mucha habilidad, sea creando una coreografía escénica que nunca hace peligrar la sensación de autenticidad, sea generando una gran tensión en la línea argumental principal, también en el criterio para mostrar o dejar fuera de plano determinadas acciones (aunque puedan influir los costes de producción en esas decisiones) o en su manera de mostrar la evolución de los conflictos entre los personajes.
La Historia vuelve a cruzarse con la juventud de sus personajes principales en Between Revolutions, donde su director Vlad Petri utiliza un sustrato visual exclusivamente documental y construye sobre el mismo una relación epistolar ficticia entre dos chicas, una rumana y otra iraní, que habrían estudiado juntas en Bucarest y que se habrían separado cuando la segunda regresó a su país en vísperas de la Revolución Islámica de 1979. Ésta y la Revolución Rumana acaecida diez años más tarde que terminó con el régimen de Ceaucescu conforman ese arco narrativo «entre revoluciones» al que apela el título de la película y donde se filtra el desencanto y la frustración por la situación política y social de ambos países, por una relación personal entre ellas imposibilitada que se sugiere iba más allá de la mera amistad. En el fondo son dos personajes que tienden a disolverse ante la vorágine histórica que les supera y que destruye su capacidad para construir sus vidas de acuerdo a sus opciones personales. Y en ese contraste entre el rango individual y el comunitario es donde el film encuentra su sentido. El trabajo de documentación y montaje del film me parece excelente, y su combinación con el guion epistolar, ese nuevo contraste entre lo oral y lo visual, genera un apreciable vuelo poético.
La Historia se acerca al tiempo presente en The Four Daughters, donde Kaouther Ben Hania ofrece un ejemplo de fucked-up family en versión islámica, como también lo era dentro del espectro magrebí la familia protagonista de The Mother of All Lies. Ambas presentan recursos narrativos para distanciarse un tanto de unos hechos excesivamente dramáticos, y si Asmae El Moudir utilizaba miniaturas y muñecos para recrear el impacto en su vecindario de los Disturbios de Casablanca de 1981, en The Four Daughters la cuestión de la representación está muy presente y proporciona los mejores momentos del film, con el uso de actrices y su confrontación con las personas reales. El argumento cuenta el devenir de una madre y sus cuatro hijas, dos de las cuales fueron «presa de los lobos». Ben-Haria contrata a una actriz para encarnar a la madre en las escenas más comprometidas a nivel emocional y a dos jóvenes intérpretes para las dos hijas perdidas, figuras que sumar a la nutrida galería de espectros de esta SEMINCI. También a un hombre que interpreta varios papeles pero que sufre en sus carnes el realismo de las situaciones. En la película siempre hay una tensión respecto a qué mostrar, hasta dónde llegar, proveniente de la herida emocional de las personas reales, de la implicación de los actores o del propio pudor de la directora ante los espectadores de su film, aunque hay algún momento en que le tienta demasiado el potencial sentimental del material. Por otra parte, el dispositivo obliga a las personas reales, a la madre muy en particular, a tomar distancia respecto a sus propios actos y cambiar de perspectiva, verse con otros ojos, los de las personas que realizan el film y quienes después lo verán. En última instancia, la película nos enseña la dificultad para abstraerse de un contexto social y de una herencia cultural, y lo perversas que pueden llegar a ser ciertas prácticas educativas muy restrictivas.