En el festival de Sundance de 2004 se presentó Primer, la ópera prima de Shane Carruth. A los 32 años, graduado en matemáticas y con un trabajo que nada tenía que ver con el cine, Primer supuso una carta de presentación que no dejó indiferente a nadie y dio mucho de qué hablar. Un filme que sorprendió y confundió a partes iguales. Sin apenas presupuesto, Carruth acarreó múltiples roles para llevar a cabo la película. Él mismo produjo, escribió, dirigió, coprotagonizó y hasta compuso la música, creando así una historia sobre viajes en el tiempo que desde su sencilla y austera puesta en escena, logró construir una narrativa tan compleja que aún hoy sigue generando dolores de cabeza. El filme ganó el Gran Premio del jurado y recibió el premio Alfred P. Sloan, este último otorgado a películas con protagonistas científicos, ingenieros o matemáticos, o que disponen de temáticas centradas en ciencia y tecnología.
Aunque aquel debut parecía un inicio prometedor que auguraba una carrera cinematográfica de lo más interesante, el tiempo ha pasado y, casi 20 años después, la filmografía de Carruth sólo suma un total de dos películas. Después de Primer, el cineasta matemático escribió un guion para un nuevo proyecto, A Topiary, pero tras años de negociaciones con los estudios de Hollywood, Carruth no consiguió sacarlo adelante y se acabó cancelando. Al mismo tiempo, manteniendo el rodaje en secreto, Carruth trabajó en su segunda película, Upstream Color, dando la sorpresa en el festival de Sundance del año 2013. De nuevo asumiendo múltiples roles (director, guionista, productor, coprotagonista, editor y compositor) y en esta ocasión hasta siendo él mismo su propio distribuidor, esta segunda obra era una película de ciencia ficción de corte experimental, adoptando un renovado estilo que, aun siendo pequeña, contaba con una puesta en escena más sofisticada que distaba del aspecto austero de su debut pero que mantenía la capacidad para generar confusión. Como curiosidad, en una de las escenas de Upstream Color se pueden ver imágenes que iban a formar parte del largometraje cancelado A Topiary. Aunque su filmografía solo cuente con dos películas, estas son realmente únicas tanto en un contexto general como por si solas en la obra de un mismo director.
Su huella está presente en ambas, eso está claro. Carruth crea con cada escena piezas de puzle que va entregando mediante el montaje en un orden específico, y el espectador debe ir asociando y juntando estas piezas en su cabeza para hacerse una idea de la imagen general. La metáfora podría aplicarse a cualquier película narrativa, pero lo que caracteriza a las obras de Carruth es que al acabar el visionado uno se queda con la sensación de que no ha recibido todas las piezas del puzle e, incluso, que algunas se han quedado sueltas y no hay donde encajarlas. La narración de Primer puede parecer simple al principio y generar la sensación de que el puzle se está completando sin problemas, sin embargo, a partir del minuto 56 se desmonta todo, las piezas dejan de encajar y las colocadas deben reorganizarse. Carruth usa las elipsis temporales y decide dejar partes de la trama sin mostrar, ocultando información al espectador de modo que, al igual que uno de los protagonistas, Abe (David Sullivan), irán descubriendo sorpresa tras sorpresa que la trama oculta mucho más de lo que parecía a simple vista. Upstream Color repite esta fórmula, aunque no con la intención de construir giros de guion. La película sigue una narrativa más lineal aunque igualmente fragmentada, omitiendo información que se deberá ir deduciendo a partir del resto de escenas. Además, temáticamente, tanto en Primer como en Upstream Color, la ciencia ficción envuelve la historia centrada en la relación de sus personajes, la amistad que se quiebra y una extraña historia de amor de locura compartida respectivamente.
Pero, pese a venir del mismo autor, la evolución de una película a otra cuenta con diferencias notables. Más allá de la disparidad en la factura técnica, uno de los principales cambios entre los dos filmes es el uso del diálogo. Primer se centraba en dos personajes que, en la hora veinte que dura la película, intercambian largas y complejas conversaciones, estas repletas de lenguaje técnico y específico que prioriza la naturalidad de los personajes y el universo del filme por encima de la comprensión del espectador. Es por eso sorprendente que en Upstream Color los diálogos queden relegados a un segundo plano, dando mucho más peso al contenido de las imágenes y la información visual que contienen. Los diálogos siguen siendo importantes, sin duda, pero hay una cantidad muy inferior y son mucho más selectos, enfocados a dar la información necesaria y ya. Otra diferencia es la velocidad del montaje y la variación de planos. De la austeridad de Primer, centrada sobre todo en el uso del plano contraplano y planos compartidos, pasamos a imágenes más enfocadas al detalle, en ocasiones con planos muy cerrados, que se centra en expresiones, objetos, miradas y gestos de los personajes, la mayoría de corta duración (con reminiscencias al cine de Terrence Malick). En este aspecto, ambas películas exigen un alto nivel de atención, pero mientras en Primer es necesaria para seguir las conversaciones, en Upstream Color es para recibir el bombardeo de imágenes, contextualizarlas y asociarlas las unas con las otras. Y al aspecto visual hay que sumarle el apartado sonoro. Carruth compuso la banda sonora de ambas películas, pero mientras que en Primer la música es más bien un acompañante, en Upstream Color cobra más importancia y se convierte en un elemento clave de la atmosfera. Además, el ruido que producen objetos cotidianos forma parte de la narrativa y fortalece el aspecto sensorial, característica primordial de la segunda obra, que en su totalidad es un viaje hipnótico y absorbente de gran belleza audiovisual.
Por último, incluso en la forma de abordar los temas planteados es diferente en cada película. Las largas y técnicas conversaciones de Primer buscan un enfoque racional. Los protagonistas se enfrentan a los viajes en el tiempo con precaución y procuran no dar ningún paso en falso, experimentando poco a poco con su creación y reflexionando ante cada duda que pueda surgir. Incluso cuando se plantean temas más filosóficos, cómo cuando Aaron (Shane Carruth) se cuestiona si el destino de las personas está escrito, el tema es abordado desde el razonamiento, intentando, dentro de lo posible en ideas tan abstractas, argumentar sus conclusiones. Abe y Aaron buscan el equilibrio entre la curiosidad y cautela ante lo desconocido. Nada que ver con la segunda película, donde los personajes están constantemente dejándose llevar por sus emociones, por complejas e incomprensibles que les resulten. El componente humano está mucho más presente en Upstream Color, ya no solo en la extraña relación amorosa de la pareja protagonista, sino también en los retazos de vidas ajenas que observa The Sampler (Andrew Sensenig), ese misterioso hombre solitario que parece vivir de los sentimientos de los demás.
En 2020 Carruth anunció que dejaba la industria del cine y, tras destaparse los problemas legales en los que ha estado involucrado, quizás sea lo mejor. Una filmografía breve, pero realmente interesante. Dos películas únicas con su propio estilo formal y distintas temáticas, que comparten la ambición de su creador por ofrecer intrincados enigmas que hay que resolver para extraer una historia. Hasta aquí este breve resumen de la carrera de Shane Carruth que, a falta de un inesperado y desorientador giro de guion, creo que es la primera vez que lo escribo.