La memoria infinita, de Maite Alberdi

La memoria infinitaLa memoria parece ser la gran asignatura pendiente de nuestra era, al menos eso parece si vemos la cantidad de productos culturales que surgen alrededor de esta idea en los últimos años. Es entendible como un síntoma que deja el s.XX y su posmoderno final. En el Estado español es evidente el esfuerzo por la construcción de una memoria histórica, que viene a reparar los olvidos del franquismo. También en Latinoamérica, donde la memoria histórica es esencial para entender el presente sirviendo como ese gran relato común que aúna las sensibilidades para definir y calmar conciencias. Un relato que se construye a través de la suma de subjetividades para deshacer la soledad de las víctimas. Aunque la versión oficial siempre estará por encima causando sus propias víctimas.

En definitiva, hablo de la memoria histórica como ese gran pasado que no debemos olvidar, para contraponerlo a otro tipo de memoria. Un tipo de memoria que puede ser buena o mala, a la que acudimos con algo más de inconsciencia. Una memoria que almacena todo lo anecdótico de los recuerdos y que acaba construyendo nuestra sensibilidad individual. La memoria cotidiana que a todos nos aterra perder pero que damos por hecho que desaparecerá en algún momento. En parte la tarea de la memoria histórica es recoger todos esos olvidos personales. Esta paradoja entre la fragilidad de los recuerdos y lo inconmensurable de la memoria histórica es la que explora el documental La memoria infinita.

La memoria infinita

En esta película la directora Maite Alberdi, registra el avance del alzheimer de Augusto Góngora, uno de los comunicadores más importantes de la historia reciente de Chile. Durante la dictadura de Pinochet, Góngora se encargó de registrar a las clases marginadas de la sociedad chilena en el colectivo de vídeo “Teleanálisis”, un medio opositor al régimen. Desde “Teleanálisis” se pretendía enseñar la realidad de las clases oprimidas y generar un archivo que diera fe sobre el presente de la dictadura. Tras la caída del régimen fascista, Góngora, se dio a conocer como presentador de uno de los programas culturales de televisión más importantes de Latinoamérica “Cine vídeo”. A su lado y con una carga igual de importante dentro de la película, Paulina Urrutia, actriz y ex ministra de cultura, su pareja, se encarga de llenar los olvidos de Augusto.

La metáfora de una pareja dedicada a la recuperación y creación de la memoria colectiva, comprometida con la reparación y el recuerdo que se ve enfrentada al abismo del olvido ocupa cada rincón del documental. Y pese a lo complejo del asunto, la película no hace más que esfuerzos por construir un relato positivo, de atención y cariño. La directora tiene claro de lo que quiere huir, “la mayoría de ficciones sobre el alzheimer me parecen películas de terror” afirma. Desde ahí, se va registrando una película con un compromiso claro: recordar el olvido. Un acto tan revolucionario como bello.

Desde esta idea de integrar la degeneración de la memoria como parte de la memoria se va intuyendo también un compromiso con el registro y el archivo. En la película podemos ver vídeos de archivo que nos ayudan a contextualizar el pasado de Augusto Góngora y su actividad política como reportero y la importancia que ha tenido para la memoria chilena. En ese archivo, también aparecen momentos de la vida personal de la pareja.

Se intuye también una idea muy interesante sobre cómo entender el propio cuerpo como archivo. Una idea de que hay un archivo inscrito en nosotros mismos que no se puede expresar con palabras y que a veces no somos siquiera conscientes de que exista. Esto nos permite entender el cuerpo como parte de la historia y cada gesto que hemos hecho como parte de un archivo condenado a perderse.

La memoria infinita

A este respecto, la artista Isabel de Naverán cita a André Lepecki en su libro Envoltura, historia y síncope para hablar sobre el archivo como una forma de reactivar el pasado no por “nostalgia de recuperación” sino “como experiencia”. En palabras de Lepecki: “(el archivo es) un sistema de transformación simultánea de pasado, presente y futuro”.

Esto ubica muy bien el documental como lo que es, el resultado formal de una situación. La idea de generar un registro para construir una memoria que es una experiencia autónoma en sí misma. Como un cuerpo o una fotografía.

Hay un momento de la película, en el que se sintetiza muy bien esta idea, cuando el rodaje se ve interrumpido por la llegada de la pandemia de Covid-19 a Chile y su consecuente confinamiento. Esto genera un nuevo escenario en el que es la propia Paulina es la encargada del registro del deterioro de Augusto haciendo que cambie el aspecto de la película. Los planos fijos, borrosos, desenfocados o mal iluminados, son el registro de un nuevo presente (una nueva memoria), un aislamiento que acelera la enfermedad de Augusto. Estos planos funcionan como una capa más de archivo dentro de la película y de alguna manera introducen el cuerpo de Paulina intentando lidiar con una situación que se le escapa. Ese no-saber operar una cámara introduce también el cuerpo de los protagonistas en la historia formalmente.

Más allá de estos planteamientos formales que la película nos sirve para pensar en el archivo, La memoria infinita nos brinda una historia de humanidad y de amor. Una tema muy interesante sobre la realización del documental son los límites que la directora fue imponiendo durante el rodaje. Por ejemplo, en casi ninguna escena aparecen ninguno de los personajes solos. Siempre están los dos compartiendo plano en una compañía infinita. Además la directora marca muy claramente cuál es la línea la cual traspasada haría que la película terminase: “cuando Augusto se olvide de quién es.” Y así es como durante un paseo de la pareja escuchamos que dice: “Yo ya no soy”. Siendo esa una de las últimas frases de la película. Un “Yo ya no soy” al que su mujer responde con una risa y apretando su mano, combatiendo el olvido con la atención y el cuidado necesarios. Porque no hay otra forma de combatir el olvido igual que no hay otra forma de construir Historia.

La memoria infinita es una película muy interesante, con infinitas lecturas y capas de significado. Ejemplo del mejor cine que encuentra su equilibrio entre la poética y la política si es que pueden ir la una sin la otra.

SEFF 2022. H, de Carlos Pardo Ros