Los que se quedan, de Alexander Payne

La sombra de Curtis Lamb

Los que se quedanSiempre me ha maravillado la capacidad de Alexander Payne de mimar sus personajes, aun mostrando sus debilidades o faltas. Pienso en la extraña pareja de amigos de Entre copas (Sideways, 2004) la ignorante aunque entusiasta turista americana del episodio de Paris, je t’aime (2006), el frívolo, pero inocente George Clooney de Los descendientes (The Descendants, 2011) o el irascible y frágil Bruce Dern de Nebraska (2013). Sus historias son lineales, aparentemente sencillas, al igual que su puesta en escena, pero es la ternura que pone en cada uno de ellos que elevan el nivel de sus obras.

Los que se quedan (tal vez Los retenidos sería un título más afinado) se sitúa en la misma línea, aunque en esta ocasión se trata de un guion ajeno que podría haber sido destinado a la televisión. La historia arrastra mucho, tal vez demasiado, de déjà vu, y nos sitúa en las vacaciones de navidad de 1970 de un colegio mayor norteamericano en el que un pequeño grupo de personajes quedan varados. Tenemos, por una parte, un puñado de estudiantes harto diverso y, frente a ellos, el señor Hunham (Paul Giamatti), el estricto e intolerante profesor de humanidades que se regodea mascullando insultos contra los alumnos pijos y mimados que exhiben su ignorancia y desidia frente a su asignatura (y que es condenado a tutor de vacaciones por ser menospreciado por el claustro de profesores al completo). Sin embargo, lo que se antoja una comedia coral, tiene un inesperado giro de guion cuando parte del grupo obtiene un permiso para esquiar (y son recogidos en helicóptero por el padre de uno de ellos) y sólo el infeliz Angus Tully (ignorado por su madre y padrastro) queda en las manos del severo Hunham. A ambos se añade la jefa de cocina, Mary Lamb, una suerte de matrona negra que todavía padece el duelo por la muerte de su hijo en Vietnam.  A partir de aquí la cinta se aleja de las comedias juveniles al estilo Linklater para orientarse a una peculiar buddy movie con (tal vez demasiada) proximidad a El Club de los poetas muertos (Dead Poets’ Society, Peter Weir, 1989).

Los que se quedan

Y a partir de este punto, la obra se centra en los enfrentamientos continuos entre uno y otro personaje. Balanceados por Mary, Hunham y Tully irán revelando sus debilidades y virtudes más escondidas e irán ganando complicidad mutua mientras lo que empezara como una condena para ambos deviene un proceso de crecimiento personal. Los que se quedan resulta una comedia entrañable impulsada por tres actuaciones excelentes. A Giamatti no le cuesta nada desarrollar su repulsivo personaje, ya ensayado en obras previas, junto con el impecable debut de Dominic Sessa como Tully, mientras que la humanidad y experiencia de Da’vine Joy Randolph equilibra los excesos y facilita la credibilidad de la historia.

No obstante, si miramos bajo la alfombra, podemos pensar que la obra resulta demasiado blanda no sólo con sus personajes, sino que la crítica que se lanza al sistema educativo americano es insuficiente y excesivamente autoindulgente. Se nos da a entender que el rigor de Hunham le hace chocar con el resto del profesorado que aprueba a niños ricos para asegurarse de los ingresos necesarios para la institución mediante los donativos de sus padres, mientras su actitud despreciativa es signo de activismo contra la prepotencia del estatus social superior. No obstante, el miserable profesor sufre en silencio (no sólo una serie de enfermedades que le humillan) un resentimiento contra los hijos de papá por haber propiciado en su juventud su injusta expulsión de Harvard y la frustración de una carrera prometedora, puesto que para los estándares yanquis este incidente le desacreditaba para toda su vida profesional. Es, sin duda, mucho más que un detalle que justifica su actitud y su situación laboral, pero guionista y director lo mantienen como una anécdota más para favorecer la relación entre él y Tully, pese a su relevancia para la decadencia del personaje y la crítica al sistema que representa. En paralelo, el personaje de Mary queda simplemente como un contrapunto a los conflictos entre los dos hombres y su crisis la noche de Navidad se deja de lado con excesiva premura para evitar alejarse en exceso del tono de comedia. De la misma manera se mantiene como periférico a la trama el personaje de Curtis Lamb, el hijo modelo de Mary, a pesar de ser referenciado en diversas ocasiones por unos y otros (Payne presenta su imagen en más de una escena), que fuera favorecido por el trabajo materno con una formación a la que no podría acceder de otro modo, pero condenado, por ser negro y no tener financiación para estudios superiores, a un destino mortal en Vietnam. Es la sombra de Curtis la que debería marcar el punto de tristeza de la historia, el señalamiento de las instituciones elitistas que definen desde la infancia la línea que separa niveles sociales en ese país y que condena a buena parte de la población a un destino empobrecido o incluso fatal (algo que puede, de modo extraordinario, suceder a Tully si es despedido y alistado en una institución militar). No obstante, David Hemingson, guionista de comedias televisivas, se conforma con presentar sólo la sombra de Curtis y no apuesta claramente por la denuncia del sistema. El notable resultado final resulta por ello agridulce, tan agradable como insuficiente.

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