Once in a Lifetime
Si bailáis, entenderéis mejor la letra.
David Byrne, en un concierto
Casi una vida entera para muchos, aunque tan solo haya sido un suspiro en la historia del tiempo, el caso es que han pasado ya casi cuarenta años desde que se grabó este fantástico show allá por diciembre de 1983. Jonathan Demme (1944-2017), al margen de sus comienzos en el exploitation con trabajos como The Hot Box (íd., 1972) o La cárcel caliente (Caged Heat, 1974) y de las películas que le dieron mayor reconocimiento como son El silencio de los corderos (Silence of the Lambs, 1991) (que ganó el Óscar a mejor película y a mejor director, entre otros) o Philadelphia (íd., 1993), así como la colaboración en diversas series durante su última etapa, cargó también a sus espaldas una buena trayectoria como realizador de videoclips (para New Order, The Pretenders o Bruce Springsteen) y documentales sobre músicos —Neil Young: Heart of Gold (2006) y otro par de trabajos posteriores para el canadiense o Justin Timberlake + The Tennessee Kids (2016), por citar algunos ejemplos—, materializando esta afición de unir música y cine por primera vez en Stop Making Sense, un concierto muy especial que ahora, aprovechando el citado cuarenta aniversario, pisa nuestras salas de cine con una edición completamente restaurada para la ocasión. Muy especial no tanto porque lo que prima es la música sino porque esa música la componía e interpretaba Talking Heads, que fue a su vez una banda muy especial. Cuando a comienzos de este siglo parecían una nueva tendencia los ritmos africanos en el pop europeo y americano, pocos parecían acordarse de que este tipo de asimilaciones musicales ya estaban inventadas hacía ya tiempo con un éxito rotundo. Pero Talking Heads fue mucho más que eso. Fueron una filosofía de hacer y entender, de componer e interpretar la música que queda perfectamente ejemplificada en este directo y en discos de estudio como Fear of Music (1979) o su mismísimo debut Talking Heads: 77 (1977), solo por citar un par.
Aunque el documento final es el resultado de cuatro noches de gira en el Pantages Theatre de Los Angeles, está montado para simular un único set, sin perjuicio alguno, más bien todo lo contrario, para el resultado final. Psychokiller, probablemente el mayor hit de la banda, fue el tema elegido para abrir el concierto, en una arriesgada decisión al ser interpretado por David Byrne, alma mater del conjunto, con la única ayuda de su guitarra y un radiocassette a sus pies con ritmos pregrabados de fondo, que en la parte final se autosabotean conscientemente para facilitar la performance de Byrne (todo en él es performance, y para bien, de principio a fin), simulando varios tropiezos consecutivos a lo largo y ancho del (todavía) diáfano escenario. Con cada nueva canción se van uniendo de uno en uno los miembros de la formación —a la bajista Tina Weymouth (en Heaven), el batería Chris Frantz (en Thank You for Sending Me an Angel) y el guitarrista Jerry Harrison (en Found a Job) se suman después percusión, coros y teclados (en Slippery People)—, contribuyendo a que el show gane en intensidad según avanza, y a la vez enriqueciendo la puesta en escena del espectáculo que alcanza su cénit en Burning Down the House, donde se añaden guitarras adicionales, sintetizadores y ya sí, toda la carne en el asador.
Para mantener eso al mismo nivel durante diez canciones más la receta era sencilla pero había que cocinarla bien. La vía utilizada por Demme a instancias de Byrne para implicar al espectador de la película era la de no mostrar directamente al público hasta el desenlace, y muy brevemente, con el fin de centrarlo en el espectáculo musical, registrado mayoritariamente con planos generales y un montaje discreto, intentando así que la experiencia cinematográfica y/o doméstica se aproximase lo máximo posible al show en vivo. Y por supuesto, una continuación con una selección de los temas más bailables del grupo (Byrne preguntando al público si tiene alguna pregunta después de Life During Wartime es una cuestión retórica y autoafirmativa que constata que están dejando sin palabras al respetable y que son perfectamente conscientes) y alguna otra ayuda extra de proyecciones o atrezzo —impagable la interpretación-actuación de Byrne en Once in a Lifetime (mi favorita, que bien podría definirse como la canción perfecta)—. La inclusión de Genius of Love (el tema más conocido de Tom Tom Club, el grupo alternativo de Weymouth y Frantz) con Byrne ausente del escenario, sirve de preludio para el fin de fiesta con la vuelta del líder enfundado en un enorme traje (en el que el artista de origen escocés se metió junto con Homer en el capítulo de los Simpson en el que aparece) que, como apuntaba Xavier Buendía [1], nace del concepto de que en el teatro todo es más grande que en la vida. Girlfriend is Better con la frase repetida que da título a la película, una extendida Take me to the River con la colaboración del público, y una arrolladora Crosseyed and Painless —con una afortunada intervención de Byrne a la guitarra, en ausencia del crimsoniano Adrian Belew, con el que contaron para la grabación del mítico disco Remain in Light (1980) al que pertenece la canción—, son el desenlace perfecto para un show frenético en el que uno puede desgastar las suelas de la zapatilla en la sala de cine (Taylor Swift: The Eras Tour ha sentado precedente en este aspecto, así que los espectadores más tranquilos que se pongan en las filas de delante y que no molesten), como si estuviese en la pista bajo el mismísimo escenario.
Si uno no lo tiene claro de antemano, viendo Stop Making Sense uno se da cuenta de que poder ver a Talking Heads en directo sería una experiencia envidiable. Teniendo en cuenta que, según comentaba Billboard recientemente, rechazaron una oferta de ochenta millones de dólares (¿integridad moral o que no pueden ni verse? que cada cual saque sus propias conclusiones) por participar en algunos festivales este verano, parece complicado que vuelvan a reunirse alguna vez más —la que hicieron allá por 2002 será pues, la última—, así que nos quedaremos con la opción de ir al cine, y estar bien atentos a los trabajos y giras de David Byrne (que afortunadamente aun conserva la misma actitud que en ese 1983 y sin el que Talking Heads sería una banda del montón, todos los sabemos) en solitario —ya hace demasiado desde su brillante American Utopia (2018) que pudimos disfrutar en directo en España, y cuyo show además fue registrado para la posteridad en la película homónima de Spike Lee— o con colaboraciones de lujo —todavía más ha llovido desde Everything That Happens Will Happen Today (2008), álbum realizado en colaboración con Brian Eno o Love This Giant (2012), junto a Annie Clark alias St. Vincent, que también pudimos ver en su momento de gira por nuestro país—, que aunque no será lo mismo será lo más parecido a lo que podremos aspirar. Porque conciertos como estos solo suceden una vez en la vida.
[1] Xavier Buendía. Talking Heads. Edicomunicación (1987)