Berlinale 2024. Volumen 2

La edición 74 de la Berlinale, última de su carismático director artístico Carlo Chatrian tras anunciarse su no renovación en el liderazgo del certamen, era la ocasión perfecta para poner el broche final dejando el listón alto. En este sentido la selección de los títulos era meritoria en cuanto a su intención por querer ampliar los horizontes, dando cabida a diversidad de géneros e incorporando en sus diferentes secciones a cinematografías llegadas desde numerosos rincones del planeta. Una apuesta aperturista que abogaba por la multiplicidad cultural y la inclusión de minorías, probablemente imbuida de cuestiones políticas ya que servía a su vez como declaración de intenciones frente a la deriva reaccionaria por la que está pasando Alemania. Un viraje hacia posiciones conservadoras que fue condenado por la propia organización ya antes de iniciarse el Festival y que copó gran parte de los parlamentos durante la ceremonia inaugural. Teniendo en mente esta idea, a medida que avanzaban los días fuimos comprobando como esa actitud contestataria y de autoafirmación no se traducía necesariamente en una edición que rompiera moldes, sino más bien en un nivel medio acomodado que, eso sí, incluyó algunos destellos de genialidad. En general se percibió una falta de arrojo en muchas de las propuestas, tal vez sujetas, después de todo, a cierta corrección política. Algo que hace pensar en el concepto de policía de la moral, término al que se alude, con una significación por desgracia literal en este caso, en la cinta iraní My Favourite Cake, galardonada con el premio FRIPESCI de la sección a Competición. Fue ésta, paradójicamente, una de las películas más valientes del certamen al posicionarse de una manera desacomplejada pero firme en favor de la libertad sexual de la mujer dentro de una sociedad profundamente represiva. Las autoridades iraníes no pasaron por alto la cuestión e impidieron la asistencia al Festival de sus directores, Maryam Moghaddam y Behtash Sanaeeha, retirando sus pasaportes y poniéndolos a disposición judicial por cuestionar el régimen de su país. Tras la presentación del filme en la emblemática sede Berlinale Palast tuvo lugar la que con seguridad fue la ovación más larga tras una proyección, dirigida tanto a los actores —que sí pudieron asistir— como a la pareja de directores, presentes de manera simbólica a través de una fotografía proyectada en la gran pantalla. Un golpe de realidad similar al que recibe la protagonista de la película y que sirve para reflexionar sobre las jugadas que nos depara el destino y que poco o nada tienen que ver con una idea de justicia.

My Favourite Cake

My Favourite Cake, de Maryam Moghaddam y Behtash Sanaeeha

Lost in Translation

En una sociedad cada vez más globalizada e interconectada, la multiplicidad idiomática impregna las relaciones humanas. En este sentido varias han sido las películas que han querido plasmar estas particularidades de la comunicación entre personas —o seres— de culturas y lenguas distintas que por algún motivo confluyen en un mismo punto geográfico y están destinadas a entenderse. Un planteamiento que puede surgir desde la honestidad o responder a las exigencias de coproducciones entre diferentes países y que en cualquier caso supone un reto para los encargados de trasladar todas estas sutilezas del lenguaje a los subtítulos. En Langue étrangère de la francesa Claire Burger, la herencia de la Segunda Guerra Mundial continúa salpicando a las generaciones actuales. Dos jóvenes, una alemana y una francesa, participan en un programa de intercambio en el que se ven obligadas a convivir juntas. La desconfianza inicial dará paso a una historia de amistad y construcción de la propia identidad. Un relato de angustia adolescente mezclado con activismo político que va perdiendo fuerza a medida que avanza pese al ingenio de algunas situaciones y a las buenas interpretaciones del dúo protagonista y de la actriz Nina Hoss en el papel de madre de una de ellas. La cocina del mexicano Alonso Ruizpalacios fue una de las películas que más poso dejaba en esta edición pero que sorprendentemente se fue de vacío en el recuento de premios. El retrato feroz de la locomotora capitalista que interrumpe los sueños se inicia con unas palabras del filósofo estadounidense Henri David Thoreau dentro de su ensayo Una vida sin principios (1863) que resuenan hasta nuestros días: «Sería glorioso ver a la humanidad tranquila por una vez. No hay otra cosa que trabajar, trabajar y trabajar». El filme, basado en la obra del dramaturgo Arnold Wesker, resulta tan cargante y excesivo como lúcido en su crítica del sueño americano, mostrando a unos personajes de orígenes diversos atrapados por un sistema que los esclaviza y los desconecta de sus raíces pero que sienten como el tránsito necesario para lograr la vida que ansían. El movimiento de la cámara transmite con ritmo frenético lo que acontece en un espacio sofocante, el de una cocina de un restaurante de Nueva York, una Torre de Babel construida en el subsuelo donde aflora la camaradería pero también la peor versión del ser humano. Se trata de un filme coral plagado de buenas interpretaciones donde destaca especialmente la química chispeante entre Rooney Mara y Raúl Briones. La propuesta más inclasificable de la sección a Competición, y tal vez de todo el Festival junto con Abiding Nowhere de Tsai Ming-Liang, llevaría por nombre Pepe, un filme de corte experimental que fabula a partir de unos hechos reales: la historia de un grupo de hipopótamos trasladados ilegalmente desde África a Colombia para servir como entretenimiento popular dentro el zoo
de Pablo Escobar y que, una vez ejecutado el narcotraficante, fueron abandonados a su suerte. Entre ellos, el animal que da nombre a la película narra desde el más allá su biografía y lo hace hasta en cuatro idiomas: español, afrikáans, mbukushu y alemán. El dominicano Nelson Carlo De los Santos Arias, premiado con el Oso de Plata a la Mejor Dirección, construye un puzle que mezcla formatos y géneros para contar, sin subrayados, una historia sobre los efectos del colonialismo. Impulsada desde la libertad creativa más absoluta, la película incorpora tantos estímulos que resulta difícil de digerir, pero es innegable que aporta frescura al atomizar la narrativa tradicional y explorar nuevas formas de expresión. Para finalizar este compendio de títulos que orbitan en torno al encuentro —o desencuentro— cultural, el prolífico Hong Sang-soo, habitual del Festival, volvía a Competición con A Traveler’s Need, su tercera colaboración con la actriz Isabelle Huppert. Pese no ser uno de sus mejores trabajos, el surcoreano nos transporta a ese lugar seguro que representan sus películas, donde las escenas se nutren de cotidianidad y las conversaciones fluyen sin imposturas entre tragos de alcohol —makgeolli en este caso— y variaciones posibles de una misma situación. A través de una curiosa metodología que implica un bloc de notas y una grabadora, una profesora de francés que da clases particulares en Corea se obstina en que sus alumnos utilicen la nueva lengua para expresar sus emociones en lugar de optar por las nociones básicas. Obviamente topará con las diferencias entre las tradiciones de Oriente y Occidente a la hora de poner palabras a los sentimientos. Como sucedía en En otro país (2012) nos reencontramos aquí con el extrañamiento de Huppert ante las maneras locales —incluyendo sus añorados “really?”— y
volvemos a ver al personaje que encarna el actor Kwon Hae-hyo desarmado por el exotismo que representa la francesa. Sang-soo se alzaba con el segundo premio en importancia dentro del Festival, el Gran Premio del Jurado (Oso de Plata). Al recogerlo sorprendía al jurado con estas declaraciones: «No sé qué habéis visto en la película. Tengo curiosidad».

A Traveler's Needs

A Traveler’s Needs, de Hong Sang-soo

El otro Premio del Jurado de la sección a Competición sería para la disparatada L’ Empire de Bruno Dumont. El francés vuelve a la región de Normandía, un paisaje rural retratado en varias de sus películas y que ahora sitúa como el escenario de una lucha interplanetaria. El clásico enfrentamiento entre el bien y el mal toma prestados los códigos de sagas de ciencia ficción como Star Wars —con espadas láser incluidas— y los eleva al absurdo en una sátira del género donde los protagonistas luchan por el control del universo ocultos entre la población local. Para ello adoptan la apariencia de los autóctonos, es decir, pescadores, pastores o bien veraneantes. La confrontación entre la épica del discurso y un entorno que incluye vacas, mercadillos y gente en bañador, configura un esperpento de humor zafio pero efectivo formulado a base de situaciones que buscan divertir sin ahondar en una mayor trascendencia. La aparición del Capitán Van der Weyden (Bernard Pruvost) y su ayudante Carpentier (Philippe Joré), rescatados de obras anteriores de Dumont como El pequeño Quinquin (2014) y Coincoin y los extrahumanos (2018), y encargados aquí de investigar las extrañas dinámicas que están teniendo lugar en el pueblo, protagonizan algunos de los momentos más delirantes. El filme funciona desde lo extravagante y singular de su propuesta, pero se ve algo empañado por la banalidad con la que se exhibe el cuerpo de las protagonistas femeninas (Lyna Khoudri y Anamaria Vartolomei). Un detalle de regusto tan caduco como alguno de los gags que despliega. Recordemos que en su momento la actriz Adèle Haenel abandonó este proyecto tras sus desencuentros con el director, tachando la película de “sexista”, entre otros calificativos.

L'Empire

L’Empire, de Bruno Dumont

Dentro de la sección Forum la canaria Macu Machín presentaba La hojarasca, trabajo que hibrida documental y ficción para contar una historia de tres hermanas —también en la vida real— que versa en torno al reencuentro en el contexto del reparto de una herencia. Más allá de la sencillez de su hilo argumental, la película, definida como un western por la propia directora —con la que tuvimos oportunidad de hablar durante el Festival— destaca especialmente por el peso que los elementos externos tienen sobre el relato. Situada en un entorno rural, los sonidos de la naturaleza como el viento, la tormenta o el crujir de las ramas de los árboles adquieren entidad propia y suponen una presencia constante y en ocasiones acechante. Por otro lado, la apuesta de Machín por el fuera de campo así como el énfasis en las miradas, gestos y silencios de sus protagonistas por encima de los diálogos, acaba por configurar un trabajo donde prima lo sutil y lo sensorial. Tras la proyección en la Berlinale la película tendrá su presentación nacional dentro del Festival de Cine de Málaga que está teniendo lugar estos días.