Los cuentos no necesitan héroes. Tal vez necesitan otras cosas menos evidentes, un poco más de alquimia, un poco menos de espíritu victorioso, menos contexto, un poco más de estructura, pero no héroes. Los cuentos están más cerca del juego de estilo que de las grandes historias, sin necesidad de carambolas narrativas, solo una lógica estética y un compromiso con ese equilibrio imposible en el que no hacen falta metáforas.
Precisamente, la primera película de Luis “Soto” Muñoz lleva el título de El cuento del limonero. Un mediometraje de cincuenta minutos disponible en Filmin y que nos plantea la soledad desde la subjetividad, y la tradición rural. Un ensayo estético sobre el cine como un hecho casero, el sentido de la tradición y su potencia transgresora.
En Sueños y pan, Muñoz deja de lado los tópicos rurales y las derivas fantásticas para inscribirse en la periferia de Madrid. Nos pone en la vida de dos jóvenes ladrones que comparten piso con una amiga y su hijo, que hace las veces de narrador inocente. La película comienza cuando los dos jóvenes Dani y Javi, roban un cuadro que creen que les puede cambiar la vida, o al menos mantenerles durante un tiempo. Desde la perspectiva de los dos jóvenes se va construyendo la película a la vez que se amplían los límites de un mapa cotidiano.
La película lejos de lo que estamos acostumbrados, no se plantea como una epopeya de barrio donde los personajes, con una personalidad heroica van actuando para sacudir los pilares de una sociedad que no entienden del todo. Lejos de los tópicos, la criminalidad o la violencia son una más un condición que una decisión para los personajes. De hecho pese a la corta edad de los personajes parecen ya no tener sueños o si los tienen no son algo que les ocupe demasiado tiempo. Javi y Dani quieren sobrevivir, mantenerse pero no dar un gran cambio.
Existe una tendencia a catalogar este tipo de películas dentro de una tendencia “Neo-kinki”. Personalmente creo que es más que atrevido utilizar ese tipo de generalidades. Aunque es evidente que en los últimos años se han revitalizado algunas referencias a raíz de una serie de circunstancias que han construido un contexto idóneo para ello, por ejemplo la música urbana, la decadencia post-crisis 2008 o las manifestaciones culturales de la inmigración, no creo que sea correcto comparar este cine con el de De La Loma o el de Eloy de La iglesia. Ese cine del joven criminal que aspira a una vida mejor, el rebelde con la única causa de ser un mito, respondía a una realidad concreta, que si existe, es menos evidente. Además, el hecho de que en los años sesenta o setenta se diera ese cine es porque las condiciones para su producción eran las que venimos en la pantalla. Con actores no profesionales y esa tendencia por los cuerpos en procesos de autodestrucción que dejó la epidemia de la heroína.
Javi y Dani, no son dos golfos ni dos canallas. O no son solo eso, la película no es un melodrama de acción ni plasma una sociedad al margen de la gran ciudad. De hecho es curioso que pese a ver constantemente los descampados y el barrio donde viven los protagonistas, casi siempre lo vemos desde un punto de vista subjetivo. Muchas veces desde la ventanilla del coche o a través de sus sombras. Estos injertos rodados con un gran gusto formal se acercan a genios como Jonas Mekas y le dan a la película un ritmo y un acabado formal de valorar. En pocas ocasiones la cámara construye el gran paisaje de explanada y edificos en ruinas, aún pudiendo hacerse. La película no quiere construir la imagen de ese gran espacio a punto de no existir o que está esperando a terminar de construirse, sino todo lo contrario. Los espacios no son familiares porque son la cotidianidad de los protagonistas más allá de exotismos y tópicos.
En Colegas, los descampados llenos de vida eran el primer plano frente a los colosos caídos que eran los bloques de viviendas, o en Los Golfos, Saura enseña una cultura del margen, independiente al resto, los niños ocupan los montículos de escombros y cantan en las esquinas. Muñoz no puede rodar un descampado así porque la periferia a la que él apela es otra. No es una periferia a medio hacer donde el urbanismo llega de a pocos sino una periferia literalmente abandonada donde habita una generación olvidada, que ni siquiera es aborrecida, sino que directamente no existe. Tal vez por eso es más complicado articular la rabia, por eso quizá ya no es tan fácil soñar.
A veces existe esta idea, bastante pretenciosa, de que las buenas películas versan sobre sí mismas, sobre el propio hecho de hacer una película. Sabiendo de dónde viene y sabiendo a donde va, Sueños y pan es una película muy sensible, un juego de estilo sobre cómo rodar una película en la periferia con medios tan limitados como estos y hacer de eso una posición política.
Antes decía que los protagonistas carecen de sueños, pero no es del todo cierto. Javi quiere escribir un libro y Dani rodar una película. Lo mencionan en sus ratos libres y lo utilizan para imaginarse una vida mejor, en la que ellos puedan ser los que tomen las decisiones finales. Pero a la vez su único objetivo claro es que todo vaya a mejor. No quieren gritarle la mundo ni ser los reyes como a lo mejor sí lo quería ser José Luis Manzano, al final del día solo quieren que su amiga deje el caballo y volver a vivir con Carlitos, su hijo. En definitiva, Sueños y pan es ejemplo de cómo se pueden navegar los arquetipos sin caer en los tópicos sobre cómo es más importante una actuación con cariño que un gran personaje. Sobre por qué es mejor contar cuentos que venerar héroes.