Segundo premio, de Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez

La leyenda del tiempo

Segundo premio“Así fueron las cosas… o así las recuerdo”. “Os lo puedo contar todo tal como fue, aunque, la verdad, no recuerdo casi nada”… Dos comentarios de protagonistas de la cinta en los momentos en que los directores ceden la voz a alguno de ellos. Segundo premio es una obra que parece construida, cuidadosamente, más desde la desmemoria que desde la memoria. Y es que Segundo premio, como indican los créditos, no es una película sobre Los Planetas sino sobre la leyenda de Los Planetas. Aunque heredada de un proyecto ajeno (que iniciara el coguionista Fernando Navarro para ser dirigida por Jonás Trueba) y codirigida con Pol Rodríguez, Isaki Lacuesta se la ha hecho suya, planteando no sólo una bella historia de amistad y de creación artística, sino llevándosela a su terreno.

El cine de Lacuesta [1] es rico en leyendas, leyendas forjadas por su reinterpretación como autor, pero también por provenir de ecos múltiples de diversas historias. La leyenda del tiempo (2006) seguía un par de historias que oscilaban entre la realidad y la ficción de personajes vivos o creados sobre el papel, fabulando sobre el destino de unos y otros [2], recurriendo a la capacidad del arte por modificar pasado y futuro. En Los pasos dobles (2011), se mezclaba de nuevo realidad y ficción, recurriendo a la fabulación que los propios personajes creaban sobre leyendas locales y argumentos de western, todo ello sin perder la visión antropológica. Al igual que Miquel Barceló elaboraba su obra en base a al arte africano, como se veía en El cuaderno de barro (2011), película gemela de la citada, Lacuesta y sus propios personajes utilizaban historias ajenas para mezclarlas con su realidad. No están lejos de este contexto ni Los condenados (2009), ni La próxima piel (2016) ni Un año, una noche (2022) en las que, cada una en su específico contexto y por motivos muy diversos, los protagonistas creaban su propia versión de los hechos, de su vida íntima e, incluso, de la Historia.

Segundo premio

Así, en esta historia sobre la gestación del tercer disco de Los Planetas, Una semana en el motor de un autobús, aparecen las memorias de May, la bajista que abandonó el grupo tras el segundo disco, las del nuevo batería, del guitarra y del líder del grupo (a los que no se denomina por su nombre en momento alguno). Ni Los Planetas como conjunto, ni Jota, su líder, han querido aclarar demasiado qué sucedió en aquel periodo o dar una versión válida de los hechos, lo que permite a Navarro, Lacuesta y Rodríguez construir un puzle de recuerdos más o menos verídicos que lo van completando, aunque en diversas ocasiones las declaraciones de un personaje u otro traten de desmentir las que otros han hecho previamente.

Es esencial entender que Segundo premio no es ni un documental ni un biopic. Aunque en España están surgiendo obras que giran en torno al musical de muy diversa orientación [3] , no hay una línea creativa de producciones que siga los movimientos musicales y los relacione con aspectos de nuestra historia, social y política, como podrían ser unos musicales que vinculasen la ruta del bakalao o la movida madrileña con la evolución cultural del país. Qué bonito sería disfrutar de una obra equivalente a 24 Hour Party People (Michael Winterbottom, 2002), con su descripción de la explosión del sonido Manchester entre los 70 y 80, las pugnas de la industria del disco y el contexto de lucha social. Desde el apunte sonoro presente en El futuro (Luis López Carrasco, 2013) que recogía canciones de la época en la noche del triunfo socialista de 1982, no hemos podido ver hasta Segundo premio obras que indagaran un entorno social a partir de la música.

Y, ahora, de modo complementario a la reciente visión que Javier Macipe presenta en La estrella azul sobre un rockero perdedor en la Zaragoza de los 90, Lacuesta y Rodríguez nos sumergen en la bulliciosa Granada de unos pocos años después, siguiendo las tribulaciones de este sosias de Jota y de su amigo íntimo, un guitarra brillante atrapado en adicciones de riesgo. De este modo, la capital andaluza se erige como un fértil campo dónde surgen bandas de música y también campo de batalla en el que los personajes confrontan sus ambiciones, sus frustraciones y sus egos, en sus calles y sus bares, en los espacios en los que tratan de recuperar su identidad creativa o en los espacios abiertos en los que se refugian puntualmente para tratar de serenarse o encontrarse a sí mismos. No es, insisto, un biopic o una cinta en la que se busca la historia real del grupo granadino. Es un crisol de emociones, una colección polifónica de voces, de puntos de vista, de seres humanos, que pugnan por desarrollarse y desarrollar su obra, y a los que los autores miman con cariño sin ignorar todos sus vicios o insuficiencias. Y para conseguir reflejar el verismo, junto a las notables interpretaciones mayoritariamente no profesionales, Segundo premio desarrolla una puesta en escena que unifica de modo admirable el frenesí de los ensayos (entre el ímpetu del líder y el batería y la desidia del guitarra), la aspereza de las entrevistas laborales, las reflexiones en off de unos y otros y fugas visuales que reflejan de modo tan metafórico como adecuado el marco mental en el que estaban situados (el paso a través del espejo, la “terminal aérea” o la levitación por el coma hiponatrémico). Especialmente interesante es el uso de los espacios y la luz, situando a los personajes en espacios cerrados en el salón dónde ensayan, en la oscuridad de la casa dónde la droga hace su aparición (de nuevo como en la película citada de Macipe), en la aséptica oficina de la discográfica e, incluso, en un Manhattan dónde sólo llegamos a ver la base de un puente o de los rascacielos, sólo adivinando su límite superior. Los Planetas, sus personajes, se liberan en exteriores, con May en Sierra Nevada o en el bar de la facultad, en la piscina o cuándo se enfrentan a plena luz en el campo y podrán realizarse plenamente cuándo luzcan su nueva obra bajo los focos de colores de una sala de conciertos.

Segundo premio

Hacía falta una obra así, ver la efervescencia de la creación, las calles dónde se ha forjado, para llegar a ese escenario donde el motor del autobús ruja de nuevo. Como canta Jota, No será, será, peor de lo que era, seguro que es mejor.

[1] Y de Isa Campo, coguionista de la mayor parte de las cintes de Lacuesta a partir de Los condenados

[2] Destino real de Israel y su familia que se seguiría en Entre dos aguas (2018)

[3] Algo que merece una consideración por el cambio comercial que implica la aparición en cartelera de musicales como Explota, explota (Nacho Alvarez, 2020), Voy a pasármelo bien (David Serrano, 2022) o La estrella azul (Javier Macipe, 2023), situados más allá del documental musical.

Entrevista a Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez

La estrella azul, de Javier Macipe

El futuro