Existencia o no existencia de Dios, esa es la cuestión
La última sesión de Freud en su versión película se atreve a rizar el rizo de convertir una obra de teatro en lenguaje cinematográfico, una obra de teatro que a su vez versionaba una novela, novela que desarrollaba una conversación ficticia entre dos posturas antagónicas ante la idea de Dios. Hablamos de la obra de teatro homónima de Mark St. Germain (guionista de la película), que a su vez se basa en el libro The Question of God: C.S. Lewis and Sigmund Freud Debate God, Love, Sex, and the Meaning of Life, escrito por Armand Nicholi en 2003. Como anécdota curiosa decir que esta obra de teatro se estrenó en Madrid en 2015 de la mano de la genial adaptadora Townsend Tamzin y contó con el magnífico Helio Pedregal interpretando a Freud. Pues bien, si atendemos a comparar y analizar si era necesaria esta versión audiovisual, si añade o mejora la experiencia de la obra teatral y/o literaria, la respuesta en conjunto es que sí pero no solo porque la experiencia cinematográfica engrandezca sustancialmente la historia, disfrutando de las ventajas que la técnica del tomavistas pueda ofrecer, que también, sino más bien por la fuerza de la actuación de sus protagonistas, dos actores británicos que ejercen con solvencia su papel y sus acercamientos a sus personajes son más apasionados que en alguna que otra versión teatral de la obra. Los protagonistas absolutos son Matthew Goode, que ya sobresalió en Match Point (Woody Allen, 2005) y Anthony Hopkins, que a sus 85 años es un actor sobradamente reconocido e indiscutible porque dota a sus personajes de autenticidad. Hasta aquí todo perfecto, pero el director, lejos de contentarse con la adaptación fiel, añade subtramas que no estaban en la obra original, como el dilatado hincapié en la relación de Freud con su hija y las supuestas relaciones afectivas entre C.S. Lewis con la madre de un amigo fallecido en combate, que no solo no eran necesarias para aderezar la historia sino que nos alejan emocionalmente de la sugestiva trama principal.
Después de este preámbulo vayamos pues a desentrañar el contenido de sus conversaciones que son lo más interesante de la cinta. El falso encuentro se sitúa paralelo al estallido de la IIGM, y tiene lugar en Londres, sede de los mejores debates de intelectuales que huían en busca de refugio ideológico. En este caso es la vivienda de Sigmund Freud, un psicoanalista famoso por su interpretación de los sueños y por sus experimentos con la psique humana, especialmente la femenina. En el otro lado del ring, C.S. Lewis, un reconocido profesor, creador de las archiconocidas Crónicas de Narnia. Juntos comenzarán a debatir el llamado «problema del mal» del medievo al intentar explicar la posibilidad o no de la existencia de Dios. El problema del mal en el mundo es un debate que mantuvieron en la Edad Media pensadores de la talla de Santo Tomás de Aquino, que intentó racionalizar la existencia de Dios, y otros cristianos menos racionales que se decantaron por la creencia a ciegas sin explicación lógica. Lewis prosigue el debate medievalista argumentando que la existencia de Dios es perfectamente compatible con la idea del “libre albedrío” humana ya que, según él, Dios nos da la capacidad de elegir y somos nosotros los causantes del mal con nuestras propias acciones. Mientras, para Freud, tanto dolor es incompatible con un Dios lo suficientemente bueno y/o poderoso. Y es ahí donde empiezan los problemas dialécticos entre ellos, de alguna manera irresolubles por cuanto sus posturas son irreconciliables. Y es que El problema del mal en el mundo es un problema existencial también contemporáneo debido a la dificultad actual de creer que detrás de todo este horror que vemos diariamente en las noticias se pueda esconder el dios bondadoso que siguen postulando muchos creyentes.
Este encuentro proviene de una admiración mutua, bañada por cierta arrogancia al querer convencer al adversario (de hecho C.S. Lewis intenta aprovechar la vulnerabilidad de Freud dada su cercanía a la muerte), unido a cierto placer por el desafío en sí mismo con alguien del mismo nivel intelectual. Los opuestos se atraen y se encuentran, y si bien lo contrario del amor no es el odio sino la indiferencia, lo inverso de la creencia de la existencia de Dios no es la aparente negación sino el agnosticismo. Los dos tienen la obsesión y necesidad de transcendencia y la seguridad en su postura, y frente a las dos posturas ”opuestas” pero igual de radicales y de arrogantes, está la intermedia, la humilde creencia del agnosticismo que proclama la incapacidad humana para saber a ciencia cierta sobre la existencia divina.
Matthew Brown, un director americano pero apasionado por las disputas entre intelectuales y por el cine de época inglés, es hijo de un psiquiatra (por lo que Freud fue omnipresente en su infancia) lo que explicaría su decantación por un cine reflexivo y abierto al cine fórum, al análisis posterior. De hecho también desentrañó al hombre que se esconde tras el genio en la estupenda El hombre que conocía el infinito, sobre Srinivasa Ramanujan, un matemático indio autodidacta, donde presenciamos cierto paralelismo entre el pensamiento de Freud con el ateísmo de Bertrand Russell y el respeto mutuo entre divergencias ideológicas: en filosofía los llamados contrarios irresolubles del idealismo vs realismo, y ciencia vs fe.