Salta la sorpresa con la muy esperada Celeste. Todos pensábamos que iba a ser una comedia, la rifa estaba amañada y tenía todas las papeletas, pero lo que ha hecho su creador, Diego San José (coescritor de Pagafantas, No controles o Fe de etarras junto a Borja Cobeaga y creador de Vota Juan entre otras), es reformular el género policiaco transformándolo en lo que se ha venido anunciando, bastante acertadamente, como un thriller tributario («Zodiac con IRPF», en sus propias palabras), una descripción que también olía a comedia, y sí, su creador es bien conocido en esta faceta, pero desde luego Celeste tiene un regusto bien amargo, distinto al que uno espera, como el de un buen whisky, sobre todo si se compara con uno mediocre al que se está más acostumbrado. Por hacer un guiño a la serie parece que me estoy metiendo con la comedia y nada más lejos de mi intención, sino simplemente señalar que se aleja de esos parámetros, así que aunque por supuesto haya (escasos) incisos cómicos no deja de ser un thriller reglamentario, que incluso flirtea con el terror (doméstico, si se quiere) en el ultimo capítulo.
En esta línea de transformación, que es casi un isomorfismo entre ambos tipos de thriller (el policiaco y el tributario), respeta (y en ocasiones rediseña) los códigos. Así encontramos la figura de la discípula o aprendiz (en este caso no es una joven detective o policía novata sino una funcionaria de Hacienda de reciente ingreso), los colaboradores (podría haber sido un soplón o un limpiabotas pero es un fotógrafo, aunque por supuesto también pícaro y experimentado), el importante caso que llega justo antes de la jubilación (en lugar de capturar a un capo de la droga o un asesino en serie, Sara, el personaje interpretado por Carmen Machi tendrá que atrapar a una popstar que evade impuestos), las pesquisas —en lugar de buscar entre el lumpen de los barrios marginales se las ve con un fan enajenado (gran trabajo de Marc Soler), por ejemplo—, el clásico tablero lleno de fotos clavadas con chinchetas y unidas por flechas e hilos en todas direcciones que aquí es reemplazado por un calendario repleto de post-its de colores o la caótica y solitaria vida personal de la investigadora (con un caso del pasado que la atormenta, en este caso una inspección similar a un futbolista de élite que fracasó, porque teme que se pueda repetir la misma historia, y también la ausencia de un marido muerto que está quizá más presente que en vida), etc.
Diálogos como los que mantiene Sara con el solitario paparazzo interpretado por Manolo Solo (ya sean en el coche de este, en su terraza, o en un karaoke) podrían encajar a la perfección en cualquier noir clásico más que en una screwball comedy, impregnando la atmósfera de la narración con cierto aliento crepuscular. La amargura se cuece en secuencias como las alimentadas por esas conversaciones, o en aquella otra en que Sara descubre una infidelidad. Y lo hace, como no podría ser de otra manera, a través de una factura, aunque sea, sin embargo el propio paparazzo quien le planta la semilla (una especie de inception, sí) que germina en esa inspección largamente postergada. Si aún no estamos lo suficientemente hundidos en la miseria, llega ese trayecto a la perrera para terminar de rematarnos, aunque por supuesto luego nos reanime con un último plano esperanzador. En cualquier caso, ese cuarto capítulo, hace gala de una gran economía narrativa que Elena Trapé (que dirige los seis capítulos) traslada a imágenes con pequeños detalles (ese cambio de foco al armario en determinado momento, un plano cenital de una carretera y un giro de 180 grados) que otorgan significancia y trascendencia sin necesidad de alzar la voz, del mismo modo que varios zooms out en los últimos dos capítulos sirven para mostrar a la protagonista tomando distancia respecto de una investigación que por la vía legal está prácticamente condenada (por supuesto, tendrá que entregar su «placa» y ejercer la justicia desde los márgenes), solamente para enfocarla de otra forma.
Y no hay que pasar por alto otra reformulación, desde ese policiaco o noir, históricamente masculinos, mediante un deslizamiento de género en el que tanto la protagonista como su discípula y su antagonista son mujeres, y aunque ninguno de sus partenaires masculinos llegue a la categoría de homme fatale, la linea divisoria entre el bien y el mal se vuelve difusa con todos y cada uno de aquellos con los que colabora, desde su jefe hasta el fotógrafo, pasando por el abogado de Celeste, antiguo compañero de profesión. Carmen Machi se mimetiza de maravilla en esta particular investigadora que por supuesto tiene unas cuantas aristas con sus correspondientes lados oscuros que el espectador podrá explorar y aún así, probablemente empatizará con su causa, muy a pesar de que como se comenta en cierto momento, su profesión no es algo de lo que se presuma sino que mas bien tiende a ocultarse porque no tiene buena prensa. Clara Sans también está estupenda en su rol de funcionaria gris y protocolaria que todavía cree en el sistema. Por su parte, Andrea Bayardo crea una Celeste que al final prácticamente se siente como una víctima más en manos de unos abogados que (en estos casos) no dejan de ser parásitos, una víctima de este sistema en el que estamos metidos hasta las cejas, ese sistema, que en el fondo de la cuestión, más allá de las posibles similitudes, nada casuales, con Shakira (y también con Amancio Ortega), por mucho que los créditos finales insistan en que cualquier parecido con la realidad es inintencionado (probablemente por temas legales), San José señala y critica, ese sistema donde los que más tienen (esos que por lo general predican el discurso del esfuerzo, el sacrificio, de labrarse uno su camino, a ser posible con el dinero de mamá y papá) siempre encuentran la forma de tener más a costa de los que tienen menos.