Simon Singh es conocido, más que por sus contribuciones en el campo que estudió más ampliamente, el de la física, por sus incursiones como divulgador de las matemáticas. Su libro El enigma de Fermat (1996) acercaba la gesta del matemático británico Andrew Wiles a gente que no tenía por qué necesariamente conocer demasiado de la reina de las ciencias. Wiles dedicó gran parte de su vida a demostrar el ultimo teorema de Fermat. Se llamaba así porque fue el último que consiguió demostrarse. Fermat tenía la fea costumbre de enunciar muchos teoremas pero demostrar pocos, y aunque todos terminaron probándose con el paso de los años, hubo uno que parecía resistirse a numerosos eruditos en la materia. Wiles creyó conseguirlo en 1993 después de muchos años de trabajo aunque no fue hasta 1995, después de dos laboriosos años más, cuando por fin lo consiguió tras ver como su demostración anterior era refutada. El enigma de Fermat era prácticamente un libro de historia que narraba una gesta épica, cuyo valor, en cualquier caso, tal vez no sea igualmente apreciado por todo el mundo, pero que desde luego es indudable, como el de cualquier esfuerzo vital titánico, el de toda lucha personal de la que se sale victorioso.
En 2013, tras ocho años entre el origen de la idea, su ejecución y la materialización final, Singh publicó este Los Simpson y las matemáticas, que nos llega ahora reeditado con una nueva presentación de la mano de Ariel.
Lo primero que llama la atención al leer el libro si uno es medianamente conocedor de la serie es que aparentemente no hay especial protagonismo de las matemáticas en esta. Hay, sí, personajes ciertamente conectados con el tema. Lisa Simpson es, desde luego, una amante de las ciencias; tenemos también al profesor Frink, el prototipo de científico loco, o al empollón de Martín Prince, por citar algunos. Pero no suelen hablar puramente de matemáticas de forma habitual, ni nada que se le parezca. Y sorprende porque cuando uno comienza a leer a Singh descubre que el libro no consiste en la típica colección de anécdotas vagamente relacionadas con números y ecuaciones que podrían contarse prácticamente de cualquier serie arrastrándolas adecuadamente al terreno más conveniente. Todo encaja cuando descubrimos que David S. Cohen, Al Jean, Mike Reiss y otra muchos guionistas de la serie más longeva de la televisión tienen formación matemática o al menos científica. No solo eso, que por sí mismo no sería tan esclarecedor, pues podrían haberse limitado a hacer comedia y algún juntaletras aprovechado (obviamente no es el caso) haber usado eso en el sentido mencionado más arriba. Pero Singh estuvo varios años entrevistando a este grupo de «intrusos» o «impostores» (términos entrecomillados pues aunque ser guionistas no fuese su vocación original, está claro que saben lo que hacen; de hecho, tengo constancia de que los guiones de los Simpson se han utilizado como ejemplo en clases de escritura cinematográfica), intercambiando con ellos anécdotas de la escritura de diversos capítulos, y desde luego las intrusiones de las matemáticas en la serie ni son casuales ni, por lo general, triviales. Lo que sí son, en la mayoría de ocasiones, es intrascendentes en lo tocante a la trama, ofreciendo algunos detalles que solo gente con ciertos conocimientos matemáticos podemos agradecer, mientras que a un lector más profano le pueden resultar prescindibles, como el de reformular en términos matemáticos un chiste que se entiende perfectamente, no porque nos ilumine especialmente sino porque es lo que probablemente hemos pensado. Y también, estás matemáticas que incluyen en la serie, en muchas ocasiones son imperceptibles, lo que Singh y los guionistas de la serie denominan «matemáticas de imagen congelada». Textos en pizarras, en papeles, en ropa, en paredes, no importa dónde, solo inteligibles si se detiene la reproducción en el fotograma correcto. Textos que perderemos de vista en medio parpadeo. Y de esos hay unos cuantos. Textos que obsesionan a los espectadores más frikis. Cohen, Jean y compañía consideran que con llegar a un uno solo de ellos, a alguien que se moleste en pausar el fotograma exacto y tratar de desentrañar lo que han querido colar ahí, su trabajo se ve recompensado. Y en tiempos de internet, sabemos que no puede haber solo un espectador que se moleste en algo así.
Singh va desarrollando ideas generales del enfoque de la serie en este sentido. Por ejemplo: la animación se presta a estos juegos puesto que permite la abstracción de un modo que no es posible trabajando la imagen real; o cómo un guion se puede asemejar a un acertijo matemático. Como el propio autor menciona en cierto momento, «crear una broma matemática requiere comprender las matemáticas y apreciar la broma requiere un nivel similar de comprensión». Es por eso que aunque el libro en un primer lugar puede atraer más a los amantes de la serie creada por Matt Groening, serán aquellos con cierta predisposición a las matemáticas (conjunto que se intersecará en parte con el anterior) quienes lo encontrarán más interesante, siendo que en algunos pasajes además la literatura científica se torna algo densa para aquellos menos proclives a tratar con las relaciones y propiedades que se dan entre los números. Cada capítulo suele dar vueltas a alguna idea o concepto matemático central, sobre el que se incluyen algunas referencias en capítulos, conectado con anécdotas sobre cómo se les ocurrió a los guionistas colarlo, los debates que generaba en el equipo —que por ejemplo podría llegar a reflexionar seriamente sobre por qué los personajes de los Simpson tienen todos ocho dedos (exceptuando a Dios) y aún así utilizan el sistema decimal (que los humanos comenzamos a utilizar en sus orígenes porque tenemos diez dedos)—, y por supuesto, algo de matemáticas al respecto, siempre, eso sí, de una forma bastante entretenida y divulgativa en líneas generales.
Como colofón, cuatro capítulos en torno a Futurama, la serie posterior de Matt Groening, que llevó esta práctica un paso más allá, llegando David S. Cohen en una ocasión a tener que demostrar un teorema creado especialmente para resolver el conflicto central de uno de los capítulos (demostración que, por cierto, se muestra en una pizarra en dicho capítulo mientras es explicada). El volumen se completa con varios apéndices (puramente matemáticos, sin alusión alguna a la serie) para profundizar en ciertos asuntos tratados previamente durante el texto, un índice alfabético con todos los nombres y títulos mencionados, y unos curiosos tests compuestos por chistes matemáticos, de «dificultad» incremental, considerando que si uno se ríe con el chiste, puede anotarse un punto, de modo que el lector pueda evaluar su nivel de comprensión matemática a partir del humor.