/p/ y /m/ son dos de los veinticuatro fonemas que conforman el sistema fonológico de nuestra lengua. Su combinación con el fonema vocálico /a/ se repite en dos ocasiones en las palabras ‘papá’ y ‘mamá’, que son las primeras palabras que chapurreamos de niños. El fonema /p/ se caracteriza por ser oclusivo, (bi)labial y sordo, mientras que el fonema /m/ tiene los rasgos distintivos de ser nasal y labial. La nariz y los labios desempeñan un papel delicado y esencial en el proceso de la respiración. La nariz y los labios desempeñan un papel frágil y vital en la producción del fonema /m/. La /m/ de ‘mamá’, de ‘madre’, o de ‘maternidad’. Salve María, La virgen roja, Un lugar común, Los destellos y Querer son creaciones audiovisuales atravesadas por el sonido y sentido primigenio de la letra m. El milagro de la vida es el milagro de ser madre. Y el ser madre parece que queda situado por encima del ser viviente, por encima de cualquier cosa. Tradicionalmente, nacer mujer era nacer con la potencialidad de ser madre, de ser una buena madre.
Veo Salve María tan solo un día antes de aparecer por primera vez por el número 53 de la calle Andrés Mellado. Voy sin saber (intencionadamente) mucho sobre la película. Lo que sí sé es que Laura Weissmahr ha sido reconocida como mejor actriz en la Semana Internacional de Cine de Valladolid. Para bien o para mal, información de este tipo va a permear mi mirada y mis expectativas. Desde mi butaca centrada en la última fila entro fácilmente en el relato de Mar Coll. Salve María trata sobre una joven escritora que acaba de ser madre y tiene dudas. Nico (Oriol Pla), su pareja, con la excusa de “no poder”, no tramita una baja que le haga poder pasar más tiempo con María y Eric, el bebé. Las dudas de María se vuelven pensamientos punitivistas hacia todo lo que hace o deja de hacer. Toda la tensión se desata cuando María ve en las noticias el caso de una infanticida. En el grupo de apoyo al que asiste coincide con Ana (Giannina Fruttero), quien, además, conoce a la mujer del caso de Matadepera. El interés de María en el infanticidio parece, a veces, pura necesidad de inspiración para escribir, pero, otras veces, es una pura obsesión que da cabida a imaginar el final trágico de Eric. Mar Coll nos adentra con excelencia en una cesárea dolorosa, en un pecho que entre bambalinas parece más libre que entre una toma de leche y otra, en un mejillón que solo se saborea estando de vacaciones. Pero no hay vacaciones. Ni tampoco hay piso nuevo. Hay una ventana rota arreglada con trozos de celo por una madre que no puede más. La emoción desesperada y el cansancio de Laura Weissmahr traspasan la pantalla. La actriz se convierte en peso mudo e inerte. La película habla sobre la importancia de no quedarnos a solas con nuestros pensamientos. Sobre la importancia de decir en alto, aunque sea mediante el susurro. Las miradas de María y Nico apuntan hacia direcciones diferentes inevitablemente, es lo que tiene la asimetría de un abrazo necesario. La oscuridad del relato se vuelve humana y comprensible con la verbalización de su hastío maternal. El epílogo escogido por la directora: “Las madres no escriben, las madres están escritas”, da el portazo final a una película única sobre las espinas invisibles de la maternidad.
Aurora Rodríguez quiere ser madre soltera. Convencida de que la mujer no necesita a ningún hombre para vivir, Aurora Rodríguez educará a su hija en la liberación del sexo femenino, convirtiéndola en una joven referente de la revolución feminista. La película de Paula Ortiz comienza por el desenlace de la historia, pero lo hace de manera sutil, de forma que el desarrollo de la narración será clave para comprender y averiguar cómo llegamos hasta ahí. Bueno, quizás solo averiguar, el acto de comprender se aleja de mí cada vez que reparo en pensar los acontecimientos de esta historia. ¿El amor y la revolución son incompatibles? O, por el contrario, ¿acaso existe la revolución sin amor? La virgen roja cuenta la historia de una contradicción que supera el sentido del término. La virgen roja cuenta la historia de Hildegart Rodríguez, la “mujer del futuro”. ¿Cómo es posible que no supiese quien había sido Hildegart antes de ver la película? ¿Cómo? Estamos hablando de una historia real. Estamos hablando de una de las mentes más brillantes de la España de los años 30. ¡Años 30! Hace menos de 100 años. Tenemos que dar las gracias a Paula Ortiz por hablar de Hildegart y por hacerlo mediante una serie de recursos estéticos exquisitos y un elenco que merece toda felicitación. La conexión entre los binomios que protagoniza Alba Planas junto a Najwa Nimri y Patrick Criado provoca rabia al pestañear, hace que no te quieras perder nada. Aixa Villagrán y Pepe Viyuela sorprenden adaptándose a la perfección al clima dramático de cada escena. Dos colores. Dos extremos. Blanco o negro. Amor o revolución. Libertad o dictadura. ¿Hasta dónde puede llegar una madre? ¿Hasta dónde puede llegar un ser humano por sus ideas? Nos aferramos a la locura y la enfermedad, pero tal vez Aurora sabía perfectamente lo que hacía. La humanidad no sería capaz de soportar el baño de desesperanza que supone pensar ciertos hechos de determinada manera. La virgen Roja nos hace pensar, nos hace desconfiar y nos aterra. No hay respuestas posibles y lo tenemos que aceptar.
Llegué a Un lugar común por una recomendación amistosa. Un “me han dicho que está muy bien” suele ser suficiente para espabilar nuestro interés. Me provocó una gran alegría ver la película de Celia Giraldo entre la programación del Festival de Cine por Mujeres. Yo la vi a principios de un septiembre peculiar. La vi sola y sola me rebatía mis propios pensamientos, reconociendo la necesidad de compartir sensaciones, puntos de vista. No pude asistir al coloquio del pasado miércoles 6 de noviembre, pero es fantástico que tuviera lugar. ¿Por qué una madre pararía un ascensor aun sabiendo que su hija se podría desmayar en esa situación? ¿Por qué sería capaz de hacer trampas a un niño pequeño con tal de ganar en familia una yincana? Pilar se trata de un personaje muy bien construido psicológicamente. Además, la feroz interpretación de Eva Llorach acompaña a las mil maravillas el que podamos ser testigos de los estratos de esa mente maltratada. Los aplausos finales, ese “ansiado” y merecido reconocimiento que, al final, necesitamos todos; el momento en el que llega en la película, después de esa actuación, esa liberación de prejuicios, ese ajuste de cuentas con el pasado, con el continuo debate humano de si elegir un camino u otro y qué hubiese pasado. Hay lances desafortunados en la vida que nos llevan a estar en el lugar idóneo en el momento exacto. Hay gozo en poder dejar de ser tú, en poder ser otra versión de ti que normalmente no te atreves, o que el transcurso de una vida infeliz te ha obligado a esconder. Una familia con ausencia de escucha que da por hecho unos roles maternos de cuidado que, sin embargo, no se comparten por otros miembros de la estructura. Una jubilación adelantada. Un vacío que llenar. Una escapada. Un grito. Un lugar común es la fotografía de un grito molesto e incómodo para quienes lo han provocado, se den cuenta o no. Pero los espectadores sí que nos vamos a dar cuenta. Y, al final, ver a Pilar va a ser conmovedor, y asistir al reconocimiento que se merece va a ser catártico. Sin duda, un debut prometedor el de la joven cineasta catalana.
Continuar hablando de Los destellos y terminar con Querer es precisamente lo que hice en mis últimas visitas a la Sala Berlanga. Vi Los destellos por primera vez el día de su estreno, el 4 de octubre. Aquella tarde-noche de viernes, Pilar Palomero, Julián López y Rubén Martínez nos presentaban su película en Embajadores Río. De aquel coloquio, me quedo con las palabras de admiración que le dedicó Julián López a una joven y brillante Marina Guerola, y también con las de la directora hacia su protagonista. Es difícil definir la manera de interpretar de Patricia López Arnaiz, pero, como decía Pilar Palomero, es asombroso ver lo fuerte y vulnerable que es capaz de mostrarse la actriz al mismo tiempo. Cuando llegué a mi casa después de ver Los destellos, continuaba relamiéndome cada escena, cada palabra, cada silencio que compone la película. No me quedó otra que volver a Las niñas, ópera prima de la directora. Gracias a esto, descubrí que Platero y yo no aparecía por primera vez en la obra de la directora en esta tercera película. Ya estaba allí asomándose en Las niñas. Me quedé pensando en ese detalle. También he pasado un mes cantando Perla preciosa, el pasodoble de los Juniors de Amposta que forma parte de la banda sonora de Los destellos. No exagero, me he pasado un mes entero cantándolo. Y fue el otro día, en la Sala Berlanga, después de ver Los destellos, cuando comprendí por qué. Hay algo de deleite en ese género que “hace alegre la tragedia”, pero sobre todo hay reticencia a salir de la película. Sin darme cuenta, he vivido más de un mes dentro de Los destellos. He vivido en las gracias y cuidados de Nacho, en el aprendizaje y coraje de Isabel, en la respiración cansada y las preguntas de Ramón, y en los viajes de autobús y los bocados sin hambre de Madalen. Y también en un limonero, y en una piedrecita con forma de foquita. He vivido en todo ello. Los destellos es una película en la que vivir, sin dejar de recordar, claro, que la muerte llegará para todos. Hasta que lo haga vamos a bailar a la vera de quienes más queremos, a escuchar el silencio y a pasear por el campo de cerca de casa.
“No sé si puedo deciros que la disfrutéis” así nos dejaba la directora Alauda Ruíz de Azua a solas con Querer, serie escrita por ella misma junto a Eduarda Solà y Jùlia de Paz Solvas. Opto por no quitarme ni el abrigo ni el bolso. Y desde la butaca 5 de la fila 6 clavo la mirada por primera vez en una pantalla grande para “no disfrutar” de una serie. Es verdad que no lo hago. Sufro. Sufro porque lo que estoy viendo me suena y no puede ser que lo haga. “¿Es distinto? Sí, claro que es distinto”. Eso me digo. Pero vuelvo de nuevo al punto de partida, al “me suena”. Querer tiene esto, que es de un mérito gigante. “Esto” se hace insoportable. Los personajes de querer están bordados al detalle, están hechos de pespuntes de una experiencia colectiva difícil de digerir, de comprender, de observar. La visibilidad es muy poderosa. Los trabajos de visibilidad que están realizando nuestras creadoras tienen un poder descomunal. La sociedad ha cambiado y sigue haciéndolo. No es cierto que vayamos a peor. Gracias a la lucha feminista la realidad ha cambiado y sigue haciéndolo. Querer son los testimonios de muchas mujeres personificados en el nombre de una de ellas: Miren. Miren (Nagore Aramburu) lleva 30 años sufriendo violencia de género en su matrimonio. Acompañada por su abogada, Paula (Loreto Mauleón), Miren ha decido separarse de su marido, Iñigo (Pedro Casablanc), y denunciar. Sus hijos en común, Jon (Iván Pellicer) y Aitor (Miguel Bernardeau), tomarán diferentes posiciones al respecto. /p/ y /m/. ‘Papá’ o ‘mamá’. Eligen a quien creer y eligen de parte de quien declarar en el juicio. Igual que a Nevenka Fernández, a Miren le preguntarán por qué no hizo algo antes, por qué no se fue antes de ahí. El foco podría dejar ciegas a las víctimas y, sin embargo, los acosadores pasean su mirada impunes en cada espacio que pisan. Al final de un largo y doloroso viaje de tres años volcado con maestría en cuatro capítulos, el personaje interpretado por Miguel Bernardeau me parece que toca lo estelar. Querer es un reflejo de esperanza y lo será también de un cambio general intrínseco a nuestros días. Creo que las celebraciones de cumpleaños a las que asistimos no son casualidad. No es casual que la serie termine con el cumpleaños del nieto de Miren. La educación ha cambiado y sigue haciéndolo. Querer es Aitor durmiendo con su hijo y Miren volviendo a casa segura de sí misma.
Después de ver Querer regreso a casa por el camino más largo, por ese que me permita reflexionar un poco más acerca de lo que me ha contado Alauda Ruíz de Azua. Estoy cansada, pero también feliz. Lo siguiente será convencer a quienes quiero para que vayan al cine a ver estas películas. Les diré que “están muy bien” y un poco de lo que tratan. También presumiré de nuestras directoras, de su sensibilidad. También de la libertad desde la que crean, de la que nos pretenden hacer partícipes. Estoy de acuerdo con las palabras de Arantxa en la gala de clausura: “es importantísimo que siga este festival”. Es importantísimo visibilizar el trabajo de las mujeres y necesitamos contar con su referencia en todos los géneros de la industria cinematográfica.