Un hombre libre

Un hombre libre, de Laura Hojman

Hay documentales que informan, otros que emocionan, y luego están los que te agarran por dentro y no te sueltan. Un hombre libre, de Laura Hojman, es de esos últimos. No es solo que cuente la historia de Agustín Gómez Arcos, un escritor andaluz censurado por el franquismo y obligado a exiliarse en Francia, donde escribió en una lengua que no era la suya y obtuvo el reconocimiento que su propio país le negó. Es que lo hace con una sensibilidad feroz, con la mezcla justa de rabia y ternura, con una claridad que asusta. Esto no es solo un recorrido por su biografía, es un alegato. A la resistencia, a la literatura como refugio y como trinchera, a la memoria que es también justicia. Porque la obra de Gómez Arcos es eso, el testimonio de un hombre que nunca terminó de encajar en su propia tierra, que se supo siempre al margen. Y, de alguna forma, este documental le da lo que nunca tuvo en vida: una escucha atenta, un espacio de reivindicación, una segunda oportunidad para que su voz siga inspirando.

Laura Hojman ya había demostrado en sus trabajos anteriores su don para rescatar figuras olvidadas. Lo hizo con A las mujeres de España: María Lejárraga (Biznaga de Plata en el Festival de Málaga, nominada a Mejor Película Documental en los Premios Goya 2023), y aquí vuelve a hacerlo sin concesiones. Su mirada no es melancólica ni complaciente. Es combativa. No busca homenajes vacíos, sino abrir grietas, provocar preguntas. De nuevo: este no es un biopic al uso, es un acto de reparación. Y ahí está su mayor acierto. La película sigue los códigos del documental clásico: entrevistas, archivos, imágenes evocadoras, etc. Pero nada se siente rígido ni forzado. Hay una verdad en cada testimonio, una necesidad. Pedro Almodóvar —que en su momento consideró adaptar El cordero carnívoro pero decidió no hacerlo porque, en sus propias palabras, el texto le parecía “demasiado intenso” (lo que, honestamente, nos deja pensando cómo debe ser una obra para que él llegue a decir algo así)—, Marisa Paredes, Paco Bezerra, Alberto Conejero, Bob Pop, Marisol Membrillo… todos forman parte de este coro que recupera a un escritor que nunca dejó de estar en los márgenes. Hay frases que se quedan dentro, como cuando Bezerra recuerda que la primera medida de cualquier régimen totalitario (o, lo que es lo mismo, enfermo) es la censura, porque sabe que el arte tiene la capacidad de transformar. O cuando Conejero desmonta el tópico de que hay que “pasar página” con un simple pero rotundo: “Sí, pero primero vamos a leerla”. O esa imagen de Agustín como un “espejo roto”, imposible de recomponer, pero imprescindible para entendernos.

Luego están los momentos en los que se leen sus textos en voz alta, despacio, dejando que cada palabra pese. Esos instantes son de lo más bello del documental. Porque no se trata solo de recuperar su figura, sino de hacer justicia a su literatura, a su forma de nombrar el mundo. La música también hace lo suyo: cuando suena Me queda la palabra, de Paco Ibáñez, es imposible no sentir el nudo en la garganta. Porque sí, a Gómez Arcos le arrebataron muchas cosas, pero nunca lograron callarlo. Y, sin embargo, tristemente, hay un detalle que no puedo dejar pasar: hoy, Agustín sigue sin estar en los programas universitarios de literatura. No se estudia como a otros escritores de su generación. No ha entrado en el “canon”. Pero este documental es una puerta abierta, una invitación a que su nombre y su obra ocupen por fin el espacio que merecen.

Si algo podría haberse pulido más, sería la transición entre algunas partes del documental. Hay frases que funcionan como puentes, pero algunas podrían haberse trabajado con más mimo, con esa elegancia sutil que hace que todo fluya sin tropiezos. No es algo que entorpezca el relato, pero sí una oportunidad perdida de elevar aún más el conjunto. Y sin embargo, el final lo compensa con creces. Podría haber cerrado con la imagen de su lápida, una opción solemne y esperable. Pero Hojman elige otra cosa: una tertulia literaria, su voz circulando entre lectores que lo sienten contemporáneo. Y ese cierre no solo lo honra, sino que lo devuelve al presente. Gómez Arcos siempre fue un hombre libre. A pesar de la censura, a pesar del exilio, a pesar de un país que le dio la espalda. No se doblegó. Vivió su vida con la única certeza de ser él mismo, con la convicción de que la literatura podía ser un refugio, pero también un arma. Ahora, esta película no solo recupera su voz, sino que la proyecta más allá del tiempo para romper el silencio que otros quisieron imponerle.

Un hombre libre no es solo una invitación a redescubrir a un autor al que aún le debemos más de lo que creemos, sino un acto de resistencia contra el olvido y la censura. Si no habéis leído El cordero carnívoro, Ana no o El niño Pan, ya es hora de hacerlo. Y ved este documental. Porque hay historias que, por mucho que se intenten silenciar, siguen buscando su lugar en el mundo. Gracias, Laura Hojman, por, como andaluza, aferrarte a ese rayito de luz y expandirlo entre las sombras, devolviéndonos lo que nunca debió ser perdido.