On Becoming a Guinea Fowl

On Becoming a Guinea Fowl, de Rungano Nyoni

Africa no sólo dolió en el pasado. No sólo dolió en base a las relaciones de sumisión frente a Occidente. Africa duele, ahora, por la violencia machista que se mantiene, aceptada e institucionalizada, por toda su sociedad. En On Becoming a Guinea Fowl, la directora de I’m not a Witch (2017) recurre a una celebración familiar (un funeral) que se desarrolla durante tres o cuatro días para retratar la supeditación de la mujer a una serie de hombres hostiles que actúan como abusadores en el mejor de los casos o como depredadores en otros. La estructura, itinerante, con la protagonista yendo y viniendo en busca de material para la fiesta o de familiares desaparecidos, en un montaje intermitente que nos evita reconocer el paso del tiempo, remite a tantas pesadillas en las que sueño y realidad se confunden y a tantas películas en las que el terror más puro subyace en lo más próximo. Así pues, Nyoni pone de manifiesto como la estructura familiar se protege a sí misma, evitando desvelar lo que todos saben y podría romper su estabilidad. Es el conjunto de hermanas (madre y tías de las protagonistas) el que defiende (como los colonos portugueses del siglo XIX) la continuidad del sistema, pese a la pederastia y violencia ejercida por sus hermanos y maridos sobre sus propias hijas o sobrinas. La naturalidad con que los adultos exponen su amor por las jóvenes, coartando su libertad o su discreto intento de denunciar los abusos, resultan no sólo chocantes sino escalofriantes, desde la canción íntima coreada por el grupo de hermanas y dedicada a las adolescentes, al igual que la falsa preocupación del padre de la protagonista, preguntando a su hija, borracho desde el burdel, si su hermano abusó alguna vez de ella.

Aun con el tono de despreocupación, de insólita comedia ligera que trata tan graves situaciones, la última secuencia de On Becoming a Guinea Fowl pesa como una losa, cuando los ancianos de la familia juzgan culpable a la joven viuda del alcoholismo de su vicioso marido y la dejan, con sus cinco hijos, de patitas en la calle… La miseria sigue en Africa y en este caso las responsabilidades no nacen en Occidente.