Rompiendo el algoritmo
Nuestras vidas son la suma de nuestras decisiones. Este mantra se repite en varias ocasiones en Misión: Imposible – Sentencia Final, octava entrega de la franquicia, la cuarta a manos del director Christopher McQuarrie y el cierre para una de las sagas más significativas del cine de acción.
El agente Ethan Hunt ha tomado infinidad de decisiones desde que comenzó sus andanzas en 1996, muchas de ellas cuestionadas (y con razón) por el enorme riesgo que hay implícito en sus descabellados planes. Los disparates de Ethan son el eje central de una franquicia que los ha abordado desde diferentes tonos y sensibilidades, si bien siempre sosteniéndolos en la máxima tensión y espectacularidad para que persuadan al espectador de abandonar el razonamiento lógico y se deje maravillar con lo que ve en pantalla. Es un factor importante para este cometido que Tom Cruise, el incansable actor que da vida al espía protagonista desde la primera película, coincida, de algún modo, en ideologías con su papel estelar. El controvertido actor estadounidense, lejos de ser un intérprete que se preste a la causa, con el paso del tiempo se ha convertido en la propia causa y se ha asentado como un autor con voz propia. Puede que los planes de Ethan sean disparatados, peligrosos y probablemente innecesarios, pero es Tom quien lleva estas acrobacias a la pantalla prescindiendo de dobles y de imágenes por ordenador, apostando por una autenticidad que traduzca la imposibilidad de la imagen en poderosas e inigualables escenas de acción. Si Ethan Hunt hace desaparecer mágicamente un disco de sus manos, es Tom Cruise quien nos convence de que el truco es real.
Y es que si lo pensamos con calma, ya son siete las misiones que se han llevado a cabo con éxito (no desvelaré el resultado de la octava). Teniendo en cuenta que vienen acompañadas del adjetivo imposible, son muchas, la verdad. A estas alturas de la saga, parece que la verdadera misión imposible a la que hace referencia el título es detener a Tom Cruise, aparentemente incombustible y que a sus 62 años aún es proclive a correr riesgos que muestran un absoluto desprecio por la vida, si bien una dedicación total por la peli. Cuando Ethan Hunt corre a toda velocidad en pantalla, estamos viendo a Tom Cruise dándolo todo por la película, y ¡vaya si corre!, no son pocos los planos del espía esprintando que se extienden en el tiempo cual escena final de Los 400 golpes (Les 400 coups, François Truffaut, 1959). La fisicidad que su dedicación aporta a las escenas es incuestionable. No importa que se traten de peleas, de los esprints mencionados, de escalar el Burj Khalifa o colgarse de un avión en pleno vuelo, los planos “imposibles” que ofrece esta saga cobran vida al nutrirse de la gestualidad y los rostros del actor estadounidense, detalles que lejos de ser una frivolidad, enriquecen enormemente al personaje, el catastrófico entorno al que reacciona y, especialmente, el humor o suspense subyacente a la espectacularidad de las secuencias. Sean Ambrose (Dougray Scott) decía en Misión Imposible 2 (Mission: Impossible 2, John Woo, 2000) al hacer una predicción del plan de Ethan: “Seguro que se le ocurre algún disparate acrobático”. Al parecer, esta frase podría extenderse al intérprete del espía cuando encara sus proyectos cinematográficos. Nuestras vidas son la suma de nuestras decisiones, y Tom Cruise se ha convertido en la imagen y portavoz de lo imposible.
Pero lo sorprendente de Misión: Imposible – Sentencia Final es la apuesta por una dirección distinta a la que se podría esperar siguiendo la trayectoria de las anteriores entregas de la saga, las cuales ya habían encontrado un tono y estilo homogeneizado. En la búsqueda de lo imposible se afana una resistencia contra las convenciones, una lucha contra la previsibilidad que desemboca en el ambicioso final que supone esta arriesgada secuela. Una vez más, nuestras vidas son la suma de nuestras decisiones, y en un mundo en el que la tecnología está completamente integrada en nuestra forma de vida y, especialmente, en nuestra forma de relacionarnos con el mundo, los algoritmos filtran las búsquedas en base a intereses calculados, limitando la exploración y el descubrimiento. En contra de lo que indicaría un algoritmo, la octava entrega de Misión Imposible va a contracorriente y no se somete a las expectativas, construyéndose sobre un argumento que en lugar de ser una frenética sucesión de persecuciones, peleas y tiroteos, este se apoya en una atmosfera de amenaza constante y se fragua lentamente. Por supuesto, a la apremiante cuenta atrás para detener a la Entidad no le faltan escenas de acción, pero estas son más efímeras, selectivas y relegan todo su peso a dos secuencias descomunales tanto en su ejecución cómo en su contenido. Y en eso consiste la magia de esta aventura, en el voto de fe constante a lo largo del metraje de un espía que se enfrenta a un enemigo inabarcable y de una saga que busca alcanzar nuevas cotas antes de su conclusión. Ethan debe detener a La Entidad mientras que Tom, por su parte, pretende romper el algoritmo.
Al cierre de una saga tan longeva no podía faltarle, por supuesto, un elemento muy presente en el cine contemporáneo: la nostalgia. En este aspecto, Misión: Imposible – Sentencia Final es descarada en el uso de flashbacks que nos hacen recordar que no son pocas las aventuras que han tenido lugar desde aquel mítico robo a la CIA de 1996. En la escena inicial, un montaje picado intercala un primer plano de Tom Cruise con imágenes del resto de la saga, rememorando las películas estableciendo un dialogo directo con el espectador. Además, en su cualidad de cierre, esta es la entrega en la que más menciones hay a las anteriores misiones, permitiéndose guiños e incluso recuperando aquel misterio sin resolver que era la “pata de conejo”. Lo cierto es que, lejos de ser un mero adorno nostálgico, estos componentes funcionan como aderezo de la idea constantemente mencionada y que vuelvo a mencionar: somos la suma de nuestras decisiones. En Misión Imposible: Nación Secreta (Mission: Impossible – Rogue Nation, Christopher McQuarrie, 2015), Alan Hunley (Alec Bladwin) describía a Ethan Hunt como la “manifestación viva del destino”, una definición grandilocuente digna de John Wick, pero que cobra una fuerza especial en esta conclusión que procura conectar con todas las acciones llevadas a cabo por el espía.
Misión: Imposible – Sentencia Final no se acomoda en la seguridad y se arriesga para alcanzar unas ambiciones que estén a la altura del mito. La decisión por apostarlo todo a dos secuencias descomunales conlleva un ritmo tendido que resulta inesperado, pero también lograr llevar al punto álgido la imposibilidad de ideas que ya se habían trabajado en las anteriores entregas. Tom Cruise cierra su saga más icónica a lo grande con una reivindicación en favor de la humanidad y el optimismo. Quizás un punto de vista algo inocente teniendo en cuenta el contexto tan turbulento en el que nos encontramos, pero si algo nos ha enseñado a lo largo de su longeva carrera es a creer en lo imposible.



