Este capítulo empieza como la cabecera de la mítica serie Alfred Hitchcock presenta (Alfred Hitchcock Presents, 1955-1962), con su misma sintonía y el perfil… de Homer. Ya no es Marge —como en los dos primeros especiales— quien nos advierte sobre la consecuencias de ver algo de tanto miedo, sino el bobalicón de su marido, quien comete otra de sus muchas torpezas: después de retar al espectador a apagar el televisor tras llamarle gallina, la imagen parece apagarse, pero se oye cómo su esposa le echa la bronca por habernos insultado.
MARGE: Homer, ¿has llamado gallina a los espectadores?
HOMER: No. Te lo juro por la Biblia.
MARGE: Homer, eso no es la Biblia… ¡Es un muestrario de moquetas!
En el recorrido por el cementerio, encontramos varias coñas de traca: la lápida del visionario Richard Buckminster Fuller y otra al lado que reza el famoso logotipo “I’m with stupid” —pues hasta el día de su muerte nadie se tomó en serio a aquel inventor por considerarle utópico—; detrás, una dedicada al slapstick —humor propio de esta serie y que muchos quieren enterrar—; la última, una lápida bajo la que está enterrada la manufactura americana —con una campana incorporada, por si acaso algún día resucita—. La familia, en forma de esqueletos, se sienta en su sofá a ver el episodio, donde como otra gran coña aparece el nombre del creador de la serie con un terrorífico apelativo: Matt Merchandsing Groening. Si alguien cree que ésta no es la serie total sobre la autoparodia que venga y me lo explique.
Los niños están en el salón disfrazados, cada uno con un atuendo que les nombra en sus atributos o la falta de ellos: Lisa como la Estatua de la Libertad —ella y su inseparable corrección política—, Bart como el ultraviolento protagonista de La naranja mecánica (A Clockwork Orange, Stanley Kubrick, 1971), Nelson como un pirata —algo cutre, sólo con un parche y un pañuelo en la cabeza, pues siempre destaca por ser extremadamente pobre—, Martin como la musa de la elocuencia Calíope —de sospechosa ambigüedad sexual— y Milhouse como Flash —todo un sarcasmo, pues desde luego él no es muy rápido que digamos, sobre todo en lo que a su entendimiento se refiere—.
La primera historia es la titulada Clown Without Pity donde, como en una de las historias del especial del año anterior, Homer le compra a un sospechoso tendero —un chino de tez verde— algo maldito, esta vez un muñeco de Krusty que aterrorizará al propio Homer hasta que éste logre esclavizarle para su propio provecho personal.
En la segunda historia, King Homer, el abuelo realiza un remake de King Kong en el que el gran simio posee los rasgos físicos de su hijo, debiendo escapar de las acometidas del ávido cazador Burns y enamorándose —cómo no— de la atractiva mujer, Marge, a pesar del hándicap que supone la brutal desproporción entre el monstruo y la humana.
En la última de las historias, Dial ‘Z’ For Zombies, la serie rinde homenaje en su arranque a la novela de Stephen King Pet Sematary —llevada a la gran pantalla en 1989 por Mary Lambert bajo el título de Cementerio viviente—: Bart, mediante un hechizo con el que esperaba resucitar a su gato Bola de Nieve, provoca una invasión de zombis. En su lucha por invertir el hechizo, Homer se arma con una escopeta de cañones recortados para llegar a la biblioteca, donde debe encontrar el libro que invierta el hechizo. En su camino meterá balazos a los zombis de personalidades como George Washington, Albert Einstein y William Shakespeare, haciendo grande su personalidad de bobo iconoclasta. Como en todo este tipo de especiales, salen a escena los aliens Kang y Kodos, que esperan así poder de una vez por todas conquistar la Tierra.