Defiance (James Newton Howard. Sony Classics)
Si no existiera The Village, afirmaría que es el trabajo más inspirado de James Newton Howard en los últimos diez años. Y si no existiera La lista de Schindler, pensaría que estoy ante uno de los mejores acercamientos musicales a la desolación del Holocausto. Pero por desgracia no es así, y Resistencia me parece una mezcla apresurada del tono afligido de la primera y el tono doliente de la segunda. El violinista Joshua Bell no logra arrancar una identidad sonora propia a su instrumento, y la composición me produce un déjà vu constante que se manifiesta claramente en temas como Escaping the guetto, en relación a la obra de John Williams, o Your wife, que podría ser un descarte de la partitura para la película de Shyamalan. Ojalá pudiera tomarme la pastilla azul de Matrix para olvidar esas dos referencias; así disfrutaría de una banda sonora lírica, evocadora, hermosa, temáticamente rica y que capta maravillosamente bien el pulso esperanzador del film. Pero hace tiempo me tragué la cápsula roja y no soy capaz de entregarme a la ilusión de originalidad que propone Howard. Maldita realidad.
Valkyrie (John Ottman. Varèse Sarabande)
Ligado a la filmografía de Bryan Singer desde Public Access (1993), John Ottman es uno de esos compositores que siempre parece que están a punto de hacer algo grande. El tema principal de sus partituras suele ser una síntesis perfecta de las emociones que desprende el filme que acompaña, pero no así el desarrollo de las mismas, dando lugar a lo que en la música pop comercial se conoce como one hit bands o bandas de un solo éxito. Reviso su carrera y sólo recuerdo el tema principal de X-Men 2, Sospechosos habituales y las dos entregas de Los 4 Fantásticos (no cuento Superman Returns porque es una versión de la pieza original de John Williams). Escucho Valkiria y me pasa lo mismo, o peor. Tras el poderoso y magnífico They’ll remember you que abre el compacto, en el que Ottman introduce un motivo coral que es un prodigio de ductilidad y lirismo, me topo con la nada más absoluta, una sucesión de cortes de carácter ambiental, insípidos, anodinos e insustanciales, que eluden el núcleo dramático de la película -las razones que impulsan a los protagonistas a intentar asesinar a Hitler- para centrarse en las secuencias de transición. Una historia así no merecía la táctica de la avestruz.
The Day The Earth Stood Still (Tyler Bates. Varèse Sarabande)
La aproximación discordante a un film de ciencia-ficción se remonta, como mínimo, al Viaje alucinante (1966) de Leonard Rosenman y a El planeta de los simios (1968) de Jerry Goldsmith. Más de cuarenta años después, Tyler Bates aplica esta fórmula con unos resultados estilísticos y narrativos que, en lugar de situarse a la vanguardia de esas dos obras de referencia, más bien parecen una ruina de su prehistoria. Peor aún: este Ultimátum suena más viejo que el que imaginó Bernard Herrman en 1951. Ni el tono pretendidamente frío y maquinal de los temas ambientales, ni la estructura estridente y atonal del conjunto de la partitura reflejan la naturaleza inquietante del personaje de Keanu Reeves o la terrible amenaza que planea sobre el destino de la humanidad. Al contrario, la última creación de Bates aburre por ausencia total de emotividad e intensidad dramática. Sólo cortes como Cemetery o Aphid Reign transmiten unas gotas de la desolación que pedía el guión. Dos temas, por cierto, melódicos. Quizá Bates debía haber seguido por ese camino.
My Blueberry Nights (Ry Cooder y otros. Blue Note/EMI)
La música y las imágenes de las películas de Wong Kar-wai forman tal simbiosis que es imposible hablar de unas sin referirse a otras. Son vasos comunicantes que forman una unidad conceptual y simbólica que encapsula las intenciones del realizador. My Blueberry Nights no es una excepción, de modo que el acento relamido y afectado que domina el relato visual también contagia el tono y la función de la banda sonora, compuesta por canciones soul y piezas instrumentales de Ry Cooder, Gustavo Santaolalla y Chikara Tsuzuki. Escuchada en soledad, es una recopilación evocadora y sensible, en ocasiones muy hermosa, sobre todo las partes de Cooder, pero en la gran pantalla suena enfática y pretenciosa, demasiado consciente de su contenido emotivo. Me ocurre lo mismo con las imágenes: aisladas, son impresiones de gran fuerza poética, pero juntas componen una narración sensiblera y falsamente delicada. El director de Shanghai, hasta ahora un maestro de la sugerencia y el apunte sutil, ofrece aquí un trabajo excesivamente reiterativo en lo visual, en lo literario y en lo musical. Hace 14 años, Faye Wong sólo necesitaba bailar California dreamin’; ahora, Norah Jones tararea sus propios temas, dice lo que piensa y una voz en off me vuelve a contar cómo se siente.
RocknRolla (VV.AA. Hip-O/Universal Music)
Como ocurre con Tarantino, cada nuevo trabajo de Guy Ritchie viene acompañado por una colección de canciones que despiertan tanta o más expectación que la historia. Sin entrar a debatir si eso significa que sus obras son más videoclips que películas, lo cierto es que ambos directores conocen el enorme poder de la música como elemento narrativo y su efecto dinamizador de la progresión dramática. En RocknRolla, el director londinense regala a sus fans un puñado de temas rock, pop, ska y funk que aportan al film la atmósfera macarra, gamberra y acelerada que pide la caracterización de los personajes y el desarrollo de la historia. Desde clásicos como The Clash o Lou Reed hasta grupos más actuales como The Subways o The Hives, el álbum de RocknRolla es una descarga de adrenalina que funciona magníficamente bien dentro y fuera de la pantalla: allí es el alma canalla y enrollada de Gerard Butler y Mark Strong; aquí, una invitación para ser más que chulo que nadie.