Sitges 2012: Volumen 3

Comienza a entonarse el festival. Ayer por la mañana un taxista nos comentaba que “la gente aquí es muy rara”, que había llevado “a dos frikazos de Alcorcón” que daban más miedo que las propias películas, que “hay gente que entra a ver películas por la mañana y sale por la noche” (como nosotros, le dijimos), y después nos preguntó si tan buenas son, “si solo son sangre a saco, ¿no?” Justo le decimos que ya no suelen ser tan sangrientas, que parece que el género no tira tanto por ahí últimamente y por la tarde vimos Maniac, paradójicamente. Y por la noche nos encontramos con Elijah Wood. Inquietante.

Maniac, de Franck Khalfoun (EE.UU.) Galas

La sesión se inició con la entrega de sendas máquinas del tiempo a William Lustig (director del film de 1980 en el que se inspira la película de Franck Khalfoun), y a Elijah Wood, matando así dos pájaros de un tiro. El que fuera el joven Frodo, en esta Maniac, emplea otros métodos mucho más artesanales para acabar con la vida. La secuencia inicial, rodada con cámara subjetiva, donde le escuchamos preparando el ataque a su primera víctima (acechando desde el coche “sé donde vives”, se dice para sus adentros, llegando a su bloque antes que ella, cortando la luz del rellano, acechando por la espalda, y finalmente atravesándole la mandíbula de una estocada y arrancándole la cabellera para finalizar con el título del film sobreimpresionado y la música atronando), promete emociones fuertes y no aptas para cualquiera. La agradable sorpresa formal del primer plano adoquina el sendero que recorre toda la película, rodada íntegramente con dicha vista en primera persona, a excepción de ciertas secuencias oníricas y la culminación de un par de asesinatos (una solución quizá no muy coherente con el conjunto, pero que resulta estéticamente interesante p. ej. para la muerte de la manager de Anna). Podría parecer entonces que solo contaremos con el protagonismo de Wood en la voz, pero Khalfoun utiliza muy inteligentemente los espejos sin resultar molesto ni repetitivo y la cruda violencia que imprime al guion de los ya de por sí extremos Alexandre Aja y Gregory Lavasseur funciona estupendamente a la hora de retratar la psicopatía originada por una madre castradora, tema también tratado en el film con bastante intensidad si bien no me resulta tan interesante como el apartado formal que consigue que nos transformemos en psicópatas durante algo más de hora y media.

Room 237, de (EE.UU.) Noves Visions No Ficción

Durante los últimos años el género documental se ha revitalizado hasta límites insospechados hace tiempo. Los documentales ahora son protagonistas de numerosos festivales y se estrenan en salas en unas proporciones ciertamente sorprendentes si las comparamos con las de hace una década o década y media. Esto ocasiona que mucha gente se suba al carro y filme documentales que aunque tratan temas interesantes, a la postre resultan ser cinematográficamente nulos. Afortunadamente, gente como Rodney Ascher se lo toma como lo que debería ser, cine, y así su documental (que además habla de una película, El resplandor concretamente) resulta interesante no solo por lo que cuenta sino también por como lo cuenta. A la hora de descubrirnos los supuestos easter eggs de la película de Kubrick, lo hace con algunas interesantes soluciones de puesta en escena, por ejemplo empleando metraje de las películas del director de Barry Lyndon pero sustituyendo los diálogos originales por la voz en off del narrador con efecto cómico, o sobreimpresionando mapas y/o trayectorias de los personajes por el hotel Overlook con un grado de frikismo notable y loable. A partir de ahí, el espectador es libre de creer si realmente Kubrick en El resplandor nos habla de los genocidios sobre los que se construyó EE.UU. o de la falsedad de las imágenes del alunizaje del Apollo 11 (supuestamente rodadas por él), y algunas cosas más, incluyendo algún que otro chiste. Lo que es cierto es que al principio del film uno se muestra más escéptico y puede llegar a pensar que es de cachondeo, pero según avanza el metraje empiezan a surgir las dudas (¿y si?…) Todo el mundo que ha escuchado la curiosa historia de The Dark Side of the Moon y El mago de Oz ha hecho el experimento alguna vez. Ahora mucha gente va a revisar El resplandor, eso seguro. Sergio Vargas

Compliance, de Craig Zobel (EE.UU.) SOFC

La frase «basada en hechos reales» precede a menudo cierto tipo de docudramas con el fin de apelar a la empatía del espectador o a su curiosidad morbosa. Sin embargo en Compliance esa advertencia previa cumple una función aún más importante: mantener la suspensión de la incredulidad. ¿Hasta qué punto seguiríamos las instrucciones telefónicas de un hombre que dice ser de la policía? El experimento Milgram en los sesenta, sobre obediencia a la autoridad, dio sentido a aquella sorprendente réplica que años antes se había oído una y otra vez en los juicios de Nuremberg: «me ordenaron que lo hiciese». Pero recordemos también aquella otra frase tan repetida en septiembre de 2001, «era como de película». Porque este es precisamente el reto de Compliance: dosificar con ritmo adecuando los avances de la trama, las sucesivas humillaciones, y dar los trazos justos a sus protagonistas. Y no es que la dirección o el guión sean precisamente brillantes, la verdad. Me pesa, por ejemplo, que se derive el más mínimo protagonismo al verdugo pues lo que a mí me interesa es saber cómo llegaron las víctimas a una situación semejante y no conocer al enésimo psicópata. Sin embargo me encanta la forma en que Sandra intenta dignificar un trabajo que nadie se toma en serio (el briefing digno de un equipo de la NBA: «hoy tenemos que seguir las reglas», dice Sandra, y así será). Me desconcierta la mirada perdida de Becky ante peticiones que rebasan los límites de la cordura. Y me desconcierta aún más la dualidad de Van, que comienza por mostrar reparos pero que claramente se excita azotando a Becky. Pero es que lo verdaderamente perturbador de Compliance es sentirse una víctima más, seguir estupefactos a sus personajes hasta una dimensión en la que uno se descubre a sí mismo haciendo lo que nunca se hubiese visto capaz de hacer, como en una pesadilla. Rosendo Chas