El héroe discreto
Existen todavía directores, como Bertrand Tavernier, que son incapaces de disociar la vida y el cine. Ciudadanos para los que el compromiso con el trabajo es más importante que cualquier otra cosa. Críticos de cine cuya pasión desborda los límites de la página y que encuentran su vocación reivindicando a figuras olvidadas. Cuando se cumplen 20 años del estreno de La vida y nada más (La vie et rien d’autre, 1989), la obra más clásica y reconocida del cineasta galo, Manga Films ha editado un pack de tres de sus películas, en el que se incluyen, además del film citado, Hoy empieza todo (Ça commence aujourd’hui, 1999) y Salvoconducto (Laissez-passer, 2002).
De los rasgos comunes entre las tres obras, de su anclaje ético y estético en la filmografía de Tavernier, las cuestiones que sobresalen por encima de cualquier otra consideración son la construcción de los personajes principales y la puesta en escena. El comandante Dellaplane de La vida y nada más, Daniel Lefebvre, el profesor de guardería de Hoy empieza todo y Jean Devaivre y Jean Aurenche, protagonistas de Salvoconducto, proceden de una misma premisa: la pasión y dedicación hacia su trabajo y la dificultad para resolver los dilemas morales planteados por los hechos.
Dellaplane (Phillipe Noiret) lucha sin descanso contra sus superiores intentando buscar y dejar constancia de cada uno de los 350.000 soldados franceses fallecidos durante la Primera Guerra Mundial, mientras el alto mando militar se empeña en encontrar un único y simbólico soldado desconocido que cierre la herida de la contienda. Lefebvre (Phillippe Torreton) se bate en duelo cada día con la burocracia municipal y estatal para intentar que los niños de su escuela salgan adelante, a pesar de las condiciones económicas y sociales de sus padres. Devaivre (Jacques Gamblin) y Aurenche (Dennis Podalydes), ayudante de dirección y guionista en plena ocupación nazi de París, combaten, cada cual a su manera, contra la imposición de los alemanes y el colaboracionismo de algunos de sus compañeros de profesión. Todos ellos cometen errores y, lejos de moralinas ejemplarizantes, Tavernier los presenta como radicalmente imperfectos, con fallas y defectos que los hacen más reales y cercanos. Esta clara línea, que puede ampliarse a la práctica totalidad de sus películas, se corresponde con el sentido que tiene para Tavernier su oficio como cineasta. Él, como sus personajes, representa al héroe discreto que no está dispuesto a callarse ante nadie (ni siquiera ante los Cahiers du Cinema o Le Monde, cuyos críticos le han machacado sin pudor desde sus inicios) y que se pregunta antes de cada plano cuales serán las consecuencias, morales y narrativas, de colocar la cámara en un sitio u otro, hacer un plano general o un primer plano, algo que parece cada vez más difícil en el cine actual.
En su labor como crítico e historiador del cine, Tavernier ha creído necesario reivindicar a figuras olvidadas como Michael Powell, el genial autor de Narciso negro y Vida y muerte del coronel Blimp, además de una gran influencia en su cine. Pierre Bost y Jean Aurenche, los guionistas denostados por Truffaut en su célebre artículo Una cierta tendencia del cine francés, fueron recuperados por el director para escribir el guión de su ópera prima, El relojero de Saint Paul (L’horloger de Saint Paul, 1974) y siempre los ha defendido ante quienes los acusaban de seguir formando parte, en tono despectivo, del «cine de papá» o «la tradición de la calidad». Su indignación ante el coloreado de películas clásicas o el doblaje indiscriminado que modifica el contenido original de un film, forman parte de su faceta como crítico de cine hiperactivo y contestatario.
En cuanto a la puesta en escena, Tavernier se apoya en el permanente movimiento de sus personajes. La cámara no suele seguir al personaje principal en cada secuencia, sino que sirve para conectarlo con los otros personajes o con el espacio en el que se desenvuelve la acción. Tiene un pie en el clasicismo americano, otro en el lirismo de la Nouvelle Vague y uno más en el realismo naturalista: los encuadres fordianos de La vida y nada más —según su primer operador, Alain Choquart, se basaron en La legión invencible— en los que el plano general se convierte en gran referente, economizando los primeros planos y utilizándolos únicamente en los momentos álgidos de la narración; el enfoque realista de Hoy empieza todo, que guarda un evidente paralelismo con el del primer Ken Loach, contrasta con el uso de la voz en off, poética y reflexiva, usada como contrapunto en muchas de las secuencias; y, por último, el plano secuencia, tanto con steadycam, grúa o travelling, que otorga ritmo y cohesión a Salvoconducto, en un estilo que bebe también del cine clásico pero que evita el tradicional plano contraplano.
El pack con las tres películas sólo cuenta con dos making of como extra, interesantes para observar el peculiar método de trabajo de Tavernier. Cada una de los films supone un ángulo distinto desde el que estudiar a un cineasta imperfecto pero cautivador, cuyo trabajo merece ser estudiado y reconocido como el de uno de los más importantes directores europeos de los últimos 30 años.