Viaggio in Greece
“Amor: locura temporal que se cura con el matrimonio” (Ambrose Bierce)
Tendemos a categorizarlo todo, para creer que lo entendemos, que lo dominamos, que todo está controlado. Pero no es así. Linklater, como muchos otros directores, no es un director categorizable, ha realizado desde tragicomedias teenagers, animación, dramas románticos, comedias como School Of Rock, hasta un documental pro-vegetarian, Fast Food Nation. Así es Linklater, un director polivalente y de compleja definición. Comenzó su carrera filmando en Texas y su trasfondo socio-suburbial (con experimentos de videoarte como Slacker o la pequeña joyita de Suburbia), aunque a tenor del grueso de su filmografía, vemos su preferencia y obsesión, sobre todo, por desentrañar las complejas, aunque apasionantes, relaciones personales, rodeado siempre de un equipo fiel y con frecuencia, recurriendo a la auto-producción. Tampoco son sus películas clasificables, en las que siempre deja al espectador que tome su propia decisión, con finales abiertos y dilemas despertados. Ni sus personajes porque, ¿quién se podría imaginar viendo Antes del amanecer cómo iban a cambiar las vidas del pragmático e inseguro Jesse y la neurótica y soñadora Celine 18 años después, y que seguirían juntos en Antes del Anochecer? Algo ya se bosquejaba por el cameo en Waking Life, una suerte de adelanto de que la historia continuaba. Before Sunrise, vista en su momento coincidió con mi edad. Pero ahora las cosas han cambiado. C’est la vie. Para ellos, como para nosotros, la época del esplendor en la hierba pasó, pero queda el aquí y el ahora. Como dice Ethan Hawke, su actor fetiche, en una declaración que resume a la perfección el espíritu de la serie: “The first film is about what could be. The second is about what should have been. Before Midnight is about what it is.» (Ethan Hawke), esto es, Antes del amanecer hablaba de los sueños, de lo que podría ser, Antes del atardecer de lo que debería haber sido (junto con las compañeras nostalgia y frustración). Antes del anochecer, en cambio, nos muestra lo tangible, más allá de sueños y fantasías, lo que de verdad es, aquí y ahora, y la necesaria aceptación de las etapas del amor y la vida. Antes del amanecer se basó en una historia real, pero la diferencia con la película reside en que al final de esa noche Richard y Amy Lehrhaupt sí que decidieron mantener el contacto, perdiéndolo, como suele ocurrir, más adelante. Así, contrastan las esperanzas de ambos en las dos primeras partes con la realidad de la tercera, y también, por otro lado, con la verdadera historia en la que se basa la trilogía (al menos Antes del Amanecer), ya que Amy murió en 1994, quedando dedicada esta película a su memoria. Pero el hombre es incapaz de conformarse solo con lo real ya que estamos hechos —Shakespeare dixit— de la misma materia que los sueños y, gracias a algunos (como Linklater, que disfruta de sus “sueños lúcidos” y sabe transmitirlo en celuloide), podemos deleitarnos con prodigiosas historias como ésta, donde la realidad y la ficción se mezclan en perfecta sintonía.
A pesar de ser incatalogable, el estilo Linklater es inconfundible. Tiene un sello personal muy cercano al cinema verité: sin una clara necesidad teleológica y divergente con la narrativa clásica, y en donde importa más el estado psicológico interior y la expresividad autoral (cercana al teatro), que la acción, porque los personajes se definen por sus diálogos a través de actores, a menudo, no profesionales. Son famosos sus travellings peripatéticos, su verborrea incesante, su ilimitada imaginación, su aparente improvisación, sus diálogos ágiles, profundos e inteligentes: y ésta última es pura magia, sobre todo el final, la genial y poco complaciente escena final (que recuerda a la noche que pasan en Blue Valentine), digno del mejor Bergman, sin lugar a dudas. Se inicia la película con una escena dramática en la que vemos a Jesse despidiendo a su hijo en el aeropuerto de Messina, al sur del Peloponeso, después de pasar unas vacaciones estupendas en Grecia, y le hace saber a Celine de su deseo y necesidad de ver crecer a su hijo, lo que se está perdiendo. Tras la cual comienza la crisis, la crisis por la paternidad frustrada de Jesse, que entronca con la necesidad de realización personal en el trabajo de Celine, ¿síntoma de los nuevos tiempos? Tiempos del post-machismo y post-feminismo en los que se hace inexcusable una conexión sin tensión de poder (ya que «en el arte como en el amor —como dice el gran Oscar Wilde— la ternura es lo que da la fuerza»), donde la pareja construya su propio ente, su propio ser. Aunque las anteriores mostraban la ingenuidad, ésta tiene un tono agridulce, porque muestra a la perfección la crisis de esperanza de esta generación: la mía, la de ellos. Por eso esta trilogía forma parte de mi vida, es su historia y a la vez es la nuestra, la de cualquiera de nosotros.
Linklater ha querido cerrar la trilogía con una película madura, mordaz, pero sobre todo nostálgica, nostálgica de aquellos maravillosos años que ya no volverán, cuando Jesse y Celine se encontraron por primera vez y todo era futuro. El director es consciente de que muchas personas se decepcionarán con este cierre, por su falta de sweet happy ending, es decir, esa fantasmagoría, ilusión vacua y espejismo que transmiten las comedias románticas tan deseadas por cierto sector del público femenino. En ésta, en la que se han unido otra vez en el guión Hawke–Delpy–Linklater (después del buen éxito de la anterior, Antes del atardecer), está hecha a fuego lento y se nota, donde lo mejor es que la historia no está tratada desde el punto de vista masculino o femenino, y ya no es solo una película de Linklater, porque el guión, que juega una baza importantísima, es tripartito, y eso enriquece la mirada, la reflexión sobre la pareja, en la que se intenta comprender a los dos personajes por igual y su romántica historia. La tradición común entiende por romanticismo el amor caduco y pasional. Pero esto es tan solo un significado más del término, basado en la fugacidad de la pasión, en su fervor. Pero existe otra acepción, la cultural, la decimonónica exaltación del yo y la libertad, siendo, así, el sentido del término para Linklater una mezcla sosegada de ambos: un equilibrio entre el yo y el otro, entre la libertad extrema del romanticismo del s. XIX y la dependencia exagerada que provoca el enamoramiento. Pues Linklater se aleja del yo para adentrarse en el complejo y fascinante, pero difícil, mundo del nosotros, en una magistral radiografía de la pareja, una sinécdoque en la que muchos salimos del cine tocados, porque nos vemos reflejados en ellos: dos personas que se quieren, pero a veces se repelen; se admiran, pero a veces se rechazan; se desean, pero a veces se repudian, en fin, la pareja real. Además, esta película dialoga con nosotros sobre lo que ocurre normalmente cuando aparece el The End en las típicas películas románticas: el desafío de la convivencia, de la rutina y las dificultades de aunar espacio propio con el común. Pues sí, el romanticismo era esto, muy a pesar de los quiméricos cuentos de hadas. Adornada, eso sí, por una BSO portentosa porque, como toda historia de amor que se precie (incluso las reales, las de cualquiera de nosotros) necesita una banda sonora, y a ésta le acompaña una sentimental Kathy Bloom con Come Here en la primera parte de la trilogía, la propia Julie Delpy y A Waltz for a Night en la segunda y en la tercera un tema muy veraniego, muy pegadizo.
Frente a la tristeza y pesimismo que despide Blue Valentine (una amarga exploración del desamor), la cinta de Linklater se acerca más al cine de Woody Allen o incluso al Apatow de Si fuera fácil, pero con diferente, digamos, sentido del humor, y con la reciente y notable Un invierno en la playa (porque coquetea también con el escarceo amoroso como inevitable debilidad humana), y, por supuesto a la agridulce Dos en la carretera. Debe también mucho del cine francés, de un Techiné y, por supuesto, del mismísimo Rohmer, con el que comparte estilo por sus concurrentes, brillantes y continuos diálogos, por la agudeza intelectual que traspiran sus películas, y por su escasa, pero emotiva música, siempre pertinente. Y es que la sombra de la Nouvelle Vague es alargada, y también la de Rossellini, porque, como decía Bertolucci a través de la referencia explícita en Antes de la Revolución: «No es posible vivir sin Rossellini». Linklater no solo le rendirá homenaje desde el titulo, sino también desde esta copia certificada de la obra maestra que es Te querré siempre, en la que además se intuye la admiración hacia su director, en un momento dado de los eternos diálogos de la pareja. Pero, mientras en Te querré siempre siguen juntos por inercia, por el miedo a la soledad, en un amargo pero realista final, en Antes del anochecer se presiente amor, mucho amor, de hecho Jesse llega a exclamar que la “quiere con todo el paquete, con locura y genialidad”.
El final abierto cierra de forma portentosa la trilogía, y, como dice Jesse Wallace al principio de Antes del amanecer (en la presentación de This Time, novela que detallaba su primera noche juntos), este tipo de clausuras dejan al espectador construir su propio desenlace, para sacar a relucir a los románticos, que piensan/pensamos que seguirán juntos (o por lo menos queremos creerlo); los cínicos, que no ( “esos —según Oscar Wilde— cuya visión defectuosa ve las cosas como son, no como debieran de ser”), que su amor no persistirá a la difícil prueba del matrimonio; y el resto, que se mantiene en la racional, pero insatisfactoria, incertidumbre. Mas no nos engañemos, todo aquél que esté atrapado por esta historia de amor y haya visto la trilogía pertenece al primer grupo (lo reconozca o no). Y es difícil que haya alguna pareja que no se vea reflejada en las escenas de esta última película de la saga. En su predecesora Antes del Atardecer, famosa por ostentar uno de los mejores finales de la historia del cine, Jesse perdía el avión aquél día en París. Ahora, quizás, le toca perderlo a ella, o quizás no. Linklater solo plantea preguntas, pero no tiene las respuestas. Yo tampoco.
Comparar esta película, apta para todos los paladares, con el cine de Bergman o el cine de Rohmer es como comparar una pizza del Mercadona con la alta cuisine.
Ni Bergman ni Rohmer abusan de la palabra ni de la explicitación en su cine, y si lo hacen es para mostrar la máscara que supone el lenguaje para sus protagonistas, algo que Linklater no es capaz ni de sugerir al pretender impresionarnos con la ingeniosidad de sus diálogos, mucho más artificiales y elaborados de lo que quieren aparentar. Creo que sí que toma influencias de Woody Allen por su frescura y su tono, pero nunca de los anteriormente nombrados. Ni el cine de Bergman ni el cine de Rohmer es ameno y, precisamente, por ello es auténtico, veraz y completamente excepcional.
«Waking life» me parece la película más insoportablemente pedante, pretenciosa y soporífera que he visto. Pretender sintetizar las principales corrientes filosóficas de la historia en una hora y media para acabar repitiendo hasta la saciedad que la vida es un sueño y creerte un genio por ello es algo que sólo puede hacer un americano iluso y soberbio como Linklater. Por cierto, tengo la sensación al leer tu crítica de que estoy leyendo la misma crítica que he leído en otros medios, lo que me lleva a pensar:
a) que muchos de los críticos se limitan a leer a otros críticos y a repetir sus ideas
b) que muchos críticos no tienen capacidad crítica, es decir, capacidad para discernir y argumentar coherentemente sus ideas
c) que la posmodernidad da lugar a estas pseudocríticas impresionistas y tendenciosas que favorecen al desprestigio de la labor crítica
Que conste que no tengo nada en contra de tu persona, pero sí en contra de tu labor crítica y de tu pereza intelectual.
Con cariño,
un crítico al que se puede criticar
Jajajaja sos un capo.
No creo que se pueda catalogar esta película como «apta para todos los paladares» tal y como dice Urrutia. Claro que es un filme accesible, pero sólo para aquellos que están dispuestos hoy en día a tragarse casi dos horas de película en donde «sólo se habla», algo que con los tiempos que corren para el cine, se puede considerar un milagro.
Al ver «Antes del anocher» yo también he tenido presente películas como Blue Valentine, Copia certificada y Secretos de un Matrimonio, esta última de un Bergman que, almenos en este caso, sí que abuso de la palabra.