Las dinastías de Animac
Habría que empezar lamentando el poco eco que Animac tiene en el público general, así como en buena parte de la prensa cinematográfica. Pero, tal vez, eso no tenga importancia alguna. Prefiero que se mantenga como es. Un festival de presupuesto modesto pero que se aproxima, nos aproxima, anualmente a las mejores creaciones de la animación y a los mejores creadores. En una edición (¡vigésimosegunda!) en la que no parecía haber grandes nombres, una edición inteligentemente centrada en el papel de la música en la animación, pudimos ver estrenos mundiales y grandes cortos. Significativamente, dos de ellos, que quisiera destacar. Simbiosis carnal, ganador del premio del público y Morning Cowboy, primero en la prestigiosa sección de clausura. En la primera, Rocío Álvarez, joven veterana del Animac conseguía reflejar en 2D y mediante juegos de formas de colores no sólo la evolución de la reproducción natural sino la relación entre géneros humanos. De las células a los cangrejos, de éstos a los gorilas y, finalmente, a los humanos, Rocío muestra en diez minutos cómo no estamos tan lejos del mono y cómo la atracción nos lleva al sexo, pero de allí al maltrato hay solo un paso. Formas carnales que devienen cárceles, amor que deviene odio y pasión que puede transformarse en deseo mutuo. Una obra madura, de gran talla artística y notoria defensa contra el maltrato, sin hacer énfasis excesivo, permitiendo la risa junto a la indignación. En Morning Cowboy, por su parte, los hermanos Elena y Fernando Pomares (vecinos de Lleida y crecidos con el Festival) desarrollaban también en un 2D tan modesto como imaginativo una historia de liberación, la de un oficinista castrado por la familia y la rutina que una buena mañana decide echarse a la calle vestido de sheriff; quince sintéticos minutos que narran con eficacia y fina ironía una bella historia que otros no saben desarrollar en 90 con muchos más medios. El mérito del Animac no es sólo darnos la oportunidad de conocer grandes obras, sino que es inspirar y favorecer a que jóvenes como Rocío, Fernando o Elena puedan crecer profesionalmente.
Cortos… inmensos
Gran candidata a un Oscar en la sección cortos de animación, Revolting Rhymes (Jakob Schuh, Jan Lachauer, 2016) recupera una obra de Roald Dahl en la que aparecen el Lobo Feroz, Caperucita Roja, Blancanieves, los 3 cerditos, la Cenicienta y Jack y sus habichuelas mágicas. Sin alcanzar la hora de duración, esta Revuelta de Cuentos pone al día las viejas fábulas y les da un toque mucho más ácido, tanto en la creación de una distopia como en un humor deudor de los cartoon. No obstante, no se limitan al slapstick sino que desarrollan un humor mucho más sutil y desarrollan una moral propia que confiere una identidad notable a Caperucita y, muy especialmente, al Lobo.
Negative Space, otro stop motion, de Max Porter y Ru Kuwahata es otra exploración del alma humana en unos brevísimos, irónicos y muy eficaces 5 minutos y se enfrentaba muy meritoriamente por el Oscar a Revolting Rhymes).
Junto a los ya citados habría que destacar The Burden (Niki Lindroth Von Bar), un corto de 15 minutos en stop motion con una serie de números musicales en torno a la frustración, la ansiedad y el aburrimiento cotidiano… interpretados por trabajadores de restaurantes de comida rápida o supermercados que no son sino perros, roedores o primates. The Burden podría haber estado rodado por Lars Von Trier o Roy Andersson, impecable técnicamente y conteniendo un humor nórdico, tan surrealista como amargo, tan divertido como lúcido.
Impromptu, de María Lorenzo, conjugaba a Chopin con imágenes caleidoscópicas y referencias a Etienne Marey y los pioneros del cine, en un apasionante recorrido visual y musical. Por su parte, Manon Sailly y Charlotte Sarfati, nos lanzaban en poco más de 7 minutos en 3D a Twin Islands, un vertiginoso cuento fantástico con dos gemelos enfrentados a una divinidad del que apetece saber muchísimo más. Poles Apart, de Paloma Baeza, condenaba a un famélico oso polar a soportar la aparición de un congénere pardo, autentico turista pelma que arruina su vida con modernidades y desconocimiento del entorno.
La música
Por si no nos había quedado antes claro, esta edición de Animac puso como eje central la relevancia de la música en la animación. Además de buen número de cortos en los que era referente imprescindible, se confeccionó una sesión inaugural de la que formaban parte cuatro piezas creadas por autores diversos y destinadas a acompañar las 4 estaciones de Vivaldi. Se contó con la participación de compositores como Zacarias M. de la Riva (a quien se reconoció su carrera), autor de bandas sonoras entre las cuales los dos Tadeo Jones, Ben Locket (autor de la banda sonora de Revolting Rhymes y de El asombroso mundo de Gumball) y de Normand Roger, veterano creador para bandas sonoras de cortometrajes.
Además de la Master Class, dos secciones de cortos se dedicaron a Roger, un autor fructífero, que colaboró, entre muchas otras, en 13 obras nominadas a Oscar, 6 de las cuáles fueron ganadoras. Pudimos ver cortos producidos entre 1977 y 2009 que demostraron su versatilidad y capacidad de adaptarse a los diferentes estilos, argumentales o no, dramáticos o absurdos, y de enlazar composiciones propias con temas populares vinculados con el entorno de la obra. Se pudieron ver cortos premiados en diversos festivales como The Sandcastle, The Man Who Planted Tree, ¡Crac!, Village of Idiots o Father and Daughter.
Finalmente, en las secciones de cortos musicales se pudieron ver obras de tono dispar. Algunas de ellas acompañando la imagen, otras elaborando mediante la música una labor de reivindicación, unas en tono más poético como Bluenote, cómico como Le chant des grenouilles y otras más dramáticas como Riot, reflejo audiovisual de una revuelta en la banlieu, a ritmo electrónico.
Los largos
Animac sabe que los largos llaman la atención, pero evita que títulos de renombre comercial eclipsen las grandes obras en corto, como las ya citadas. Por ello busca películas que, sin haber tenido el éxito merecido, pueden mostrar una gran calidad.
En esta ocasión se recuperaron un par de obras vistas en el festival de Sitges, Loving Vincent (estrenada comercialmente) y la desbordante Lu Over The Wall (Masaaki Yuasa, 2017). Aunque ya comentada en la crónica de aquel festival, merece la pena que reivindiquemos de nuevo la calidad visual de una obra vitalista que aúna motivos visuales del anime más famoso (Ponyo en el acantilado, Your Name) y los mezcla en una aventura de adolescentes, música pop, capitalismo rampante… y tiburones gigantes, pescadores embrujados, magia y sirenas. Lu Over The Wall trabaja la paleta de colores de modo admirable y recurre a trazos voluntariamente simples que, contrastados con el estilo clásico del anime, otorgan a la magia de determinadas escenas una relevancia formal muy destacable.
The Oddsockeaters (Lichozrouti, Galina Miklinova, 2016) es una producción checa basada en un cuento infantil de éxito, muy eficaz para los más pequeños pero que trata un tema que atormenta a todos los adultos. Con una trama relativamente limitada, The Oddsockeaters gira en torno a unos pequeños personajes que nunca veremos pero que consiguen nos quedemos siempre con un solo calcetín de cada par.
Más apasionante fue ver la versión remasterizada de Belladonna of Sadness (Eiichi Yamamoto, 1973), una inclasificable obra de animación limitada, dibujo subyugante y erotismo desatado. Belladonna of Sadness se inspira en los trazos modernistas, tal vez en los prerafaelitas, pero mezcla en su estilo el desenfreno pop. Diseños propios de fin de siècle se mezclan con los trazos propios de Modesty Blaise o Barbarella en una historia violenta, plagada de sangre y sexo. La historia de una joven violada por derecho de pernada que, en su intento de venganza, pacta con el diablo, se nutre de continuas referencias, sugeridas o abiertamente explicitas, a sexo, penes, pechos, vulvas y penetraciones. Eros y Tanathos se funden en una historia de venganza que resulta ser tan sensual como condenada de antemano a los fuegos del infierno. Una obra tan excitante como desconcertante, con la aparición súbita de un interludio pop que parece sacado de El submarino amarillo o de un colofón feminista con la Libertad guiando a las masas…. Hay que verla para creerla.
Finalmente, El pan de la guerra (The Breadwinner, 2017) constituyó un colofón digno para este Animac. Infravalorada en su enfrentamiento por los premios anuales frente a la riqueza visual de Coco, El pan de la guerra no tiene menos calidad que aquella, evitando además la lágrima fácil que Coco busca con afán. La obra de Nora Tworney, producto del equipo que desarrolló la magistral El secreto del libro de Kells (The Secret of Kells, Tomm Moore, Nora Tworney, 2009) y la excelente La canción del mar (Song of the Sea, Tomm Moore, 2014), se inspira en historias ya vistas en películas con personajes reales. Es el drama de la población civil afgana, sometida al odio y al desprecio por la ignorancia y brutalidad de los talibanes. Es la tragedia de la mujer, en este caso niña, que debe ocultar su sexo para ganar el pan de cada día y alimentar a su hermanas y madre tras el encarcelamiento injustificado del padre. La historia se apoya en un cuento que se presenta con trazos más primitivos, más próximos a la representación folklórica, en el cuál un joven se enfrenta a un monstruoso enemigo, para recuperar el alimento de su pueblo y reivindicar la dignidad. En paralelo, desarrolla el sufrimiento diario y el esfuerzo por poder conseguir comida y datos del padre prisionero. La paleta de colores, los tonos de sombra y oscuridad, acompañan a las mujeres enfrentadas a un enemigo tan implacable y carente de empatía. Desarrollada con energía, El pan de la guerra no desmerece historias semejantes desarrolladas con actores reales, como fuera el caso de Osama (Siddiq Barmak, 2003), manteniendo la reivindicación sin renunciar a los momentos más poéticos.