Los zombis existen en realidad. Por supuesto los de verdad no tienen mucho que ver con lo que nos contó George A. Romero en La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, 1968), ni tampoco con los que nos mostraron los infinitos que le siguieron/copiaron después con más o menos tino, que de todo hubo. Tienen más que ver con los que aparecían en La legión de los hombres sin alma (White Zombie, Victor Halperin, 1932), probablemente la primera película en tratar el tema, el de los muertos que regresan a la vida, o con los de Yo anduve con un zombi (I Walked With a Zombie, 1943) de Jacques Tourneur, otra de las pocas que siguió por esa senda más realista, menos sensacionalista. Por supuesto, existen en Haití, tierra del vudú (que también existe) y es muy interesante y algo increíble el ensayo Zombi, de Philippe Charlier (Ed. Melusina, 2017) que se encarga de dejar constancia de todo esto desde la propia experiencia. La película de Bonello, que nada tiene que ver con el libro de Charlier salvo la temática, ahonda en esta antigua y todavía vigente práctica a través de la muy romántica historia de un zombificado, entremezclada con la de una estudiante haitiana en el París de nuestros días, a la que sus compañeras de clase hacen un hueco en su grupo. Zombi Child es una película de iniciación, que a través de sus dos historias emparentadas combina el clasicismo de su puesta en escena con la modernidad de su banda sonora, y en la que Bonello sustituye las prostitutas de L’Apollonide por las estudiantes de un Liceo de niñas bien, y una vez más presume de una realización cuidada al máximo, con largos travellings y planos estéticamente muy cuidados, algunos incluso podríamos decir que matemáticamente calculados, y también pequeños detalles dignos de ser destacados (me gustó mucho la conversación telefónica observada desde los dos puntos de vista en distintos momentos del metraje, sin explicitar que se trata de la misma conversación). La historia del zombi es narrada de una forma escrupulosamente silente, sin apenas diálogos, y también sistemática —desde los primeros insertos de la extracción de la tetrodoxina del pez globo, su espolvoreo en los zapatos de Clairvius Narcisse (personaje que existió realmente), su tambaleo, su entierro, su desenterramiento, y esto solo es el principio…—. La conexión entre ambas historias se deja ver venir, pero sin obstaculizar al interés por la narración, que al final coquetea brevemente con el terror, y aún sin ser una de las mejores virtudes del film, es una parte que resulta cuando menos inquietante.